Página de cuento 479

Una mañana rara – Parte 1

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com www.nacher.com.ar
lovely-women-with-umbrella_1920x1080_scEn la esquina de Derbes y D.García hay un vendedor de facturas. A veces, cuando pasan los autos, regala medialunas en el semáforo.
Hoy hace frío, y las ventanillas están cerradas. Están empañadas.
– Empanadas no vendo – me dice el vendedor de facturas
– De todas maneras – contesto – es un poco tarde para comer empanadas, ya son como las 7 de la mañana. ¿De qué son las facturas?
– Las medialunas son de carne, los vigilantes de jamón y queso, las tortas negras de humita y las bolas de fraile de pollo al escabeche con salsa tártara.
-Deme 3 croissants con dulce de leche, y unos escones de camarón bombay.
Llueve.
El semáforo reverdece, los autos que van para allá, es decir, en sentido transversal a la señal tricolor que acaba de presentar su brote primaveral en pleno invierno, arrancan. Los que no, paran.
Pasa un taxi. Grito ¡Taxi! ¡Taxi! ¡Taxi!
Pero en lugar de parar 3, para solamente 1, el que pasaba cerca. Subo con las tres medialunas de carne y dulce de leche. Me meto a las 3 en la boca, debido a la prohibición de portar comestibles perecederos sueltos en los transportes públicos, no así en el caso de sustancias alimenticias duraderas, tal como las latas de conserva o la leche larga vida. A los escones de camarón bombay los escondo en un bolsillo oculto de mi campera.
– Fuenos Fías. Foy hasfa Fenfifocho fe Fulio nnnn Farfolomé Fitre
– ¿En la esquina de la plaza?
– Fi.
El taxi arranca. Mientras, sentado en el asiento trasero, apoyo la nariz contra el vidrio empañado para ver mejor. Los vapores bucales emanados por mí, con un tenue aroma a facturas recién horneadas, entibian el ventanuco del vehículo.
De a poco, aclara. El pesado manto del fin de la noche cae en toda la ciudad. Estoy cansado, como un perro.
Otro perro húmedo revuelve el hocico en unas bolsas plásticas y blancas de basura. Mueve la cola cada vez que encuentra una basura buena. El asfalto mojado, con su brillo opaco, devuelve imágenes no verdaderas. El asfalto es frío, frío.
Bajo del taxi y me subo al asfalto.
En la plaza hay un predicador. Salta de prédica en prédica, da consejos para alcanzar la paz y otros beneficios.
Pocos lo escuchan, solamente los que están en un radio no mayor a los 50 metros de distancia del predicador. Algunos, si bien lo escuchan, no le prestan atención. Para ellos el predicador es tan o menos importante que el resto de los peatones.
La lluvia amaina cuando la mañana arrecia.
Una bella dama, emblondecida por la naturaleza, camina cerca, apurada. Prácticamente no le presto atención. Usa un bonito conjunto azul marino de sarga, con volados y pespuntes blancos en el cuello, el vestido cae vertical haciendo unos breves dobleces en la espalda. La pollera muestra un pequeño corte a los costados y lleva medias pantys blancas semitransparentes. Los zapatos son de cuero satinado al azul, con tacos bajos. Mide un metro setenta y cinco, calza 38, sus medidas son 91-61-92, es de escorpio, estudia diseño de modas y humanística, colecciona frasquitos de colonias asiáticas y le encanta hacer trekking montañés, viajar por el mundo, ir de compras y jugar badmington con amigas. Odia a la mentira y la falsedad, y le gustaría ser una benefactora de la humanidad, ayudar a la gente carenciada. Mira con una mirada gris e indiferente, como miran las novias de otras personas distintas de uno.

Mientras saco el primer escón de la mañana, me mira fijo y se dirige a mí (el predicador, la rubia no: ella continúa en su camino, segregando las endorfinas que la ayuden a estimular sus órganos internos y a fortalecer su sistema inmunológico.).
Saco dos escones más, me pongo a los tres en la boca y me dispongo a masticarlos, 25 veces a cada uno.
En eso el predicador me dice:
– ¡Usted, pecador!…

Continuará

ÚLTIMAS NOTICIAS