HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Una historia de patio trasero

historias curiosas 07-12-13Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Hoy, querido y fiel lector, tenía ganas de contarle una historia, pero una historia en serio, escaparle un poco a esas cosas curiosas pero inútiles que dan vida a esta columneja. Una historia que me pasó hace unos días, espero que le guste.
Como usted debe saber, como cualquier vecino de Madryn, la última semana fue un tanto ventosa, como para decir un eufemismo. Un poco más de viento trasladaba toda la ciudad un metro a la derecha. Pero, bueno, el que quiere celeste, que mezcle azul y blanco, la Patagonia es así.
La cosa es que ese dichoso viento hizo que cayera en el balcón de mi hija un pichoncito de gorrión. Chiquito, emplumado, gordito y muy, pero muy bullanguero. Bueno, que como dice el refrán, el que no chilla no mama, y por más que las aves no sean muy mamíferas que digamos, este señorito piaba a rabiar exigiendo su dosis diaria de alimento. Dosis que en nuestro balcón no creo que nadie pudiera darle. Así que, en un ataque de solidaria ecología, intentamos rescatarlo con las consecuencias esperables. El pichón no quiso saber nada de manos humanas y en un par de saltos salió disparado del balcón en vuelo directo y sin escalas al patio de abajo.
Obviamente estos bichos están rellenos de algodón, porque después de rascarse con el pico el lomo salió lo más campante hacia el solcito y volvió con su cantinela de piar sin cesar. Demás está decir que cuando intentamos acercarnos de nuevo, ya aprendida la leción, se escondió debajo de unas baldosas que tengo en un rincón acumulando tierra.
Hablé con mi hija, traté de tranquilizarla, le hablé del bendito ciclo de la vida, que la naturaleza es sabia, le hablé también de la natural evolución de la especie a través del más sano y fuerte, o sea, un montón de palabras para justificar que en unas horas iba a tener que olvidarse del gorrión, transformándolo en un bello recuerdo. Puse cara de poker y a otra cosa.
Salí, hice mi vida, transité las calles de Madryn, me encontré con amigos, terminé algunos trámites y volví a casa. Me senté frente a mi escritorio, abrí la ventana que da al patio y me dispuse a escribir esta columna. El gorrión dichoso, que parece que no vio el rey León y se empecinó en cuestionar el temita ese del ciclo de la vida, hacía un escándalo padre. Por la ventana abierta entraba un estruendo tal que era increible que algo tan pequeño pudiera hacer tanto ruido. Me levanté de mi silla y lo vi ahí, en medio del patio, chiquito, gordito, esponjoso y hecho una fiera. Abría el pico más grande que su cabeza y pegaba chillidos para todos lados con una bronca admirable. La cara de poker se fue a los tachos.
Agarré un pan, salí al patio e intenté darle de comer. nada, imposible. El pichón, si bien ya no se escondía, vaya uno a saber porqué decisión de coraje pajaril, tampoco abría el buche ante mi insistencia alimenticia. Mojé en leche las migas, tampoco, es más, cuando quise ponerle la comida en el pico creo que le pegué en un ojo. No parece que lo hiciera muy feliz y esta vez sí volvió a refugiarse en las baldosas. Bueno, que tampoco soy Greenpeace yo, así que le dejé las migas en el piso y me volví al escritorio. Al ratito salió de debajo de las baldosas y siguió piando como descosido.
Lo volví a mirar, rodeado de miguitas de pan le gritaba al mundo su hambre. Mentando un par de metáforas sociológicas volví a sentarme a la computadora y traté de aislarme de su concierto piquetero y me dispuse fervientemente a escribir esta nota.
Iba promediando mi trabajo cuando me di cuenta de algo. De repente imperaba el silencio, el muchacho se había callado milagrosamente. Me asomé a la ventana y vi a otro gorrión, adulto él, que estaba picoteando las migas del suelo. En ese momento pensé que estos bichos eran unos vivos bárbaros, al tiempo que reflexionaba que iba a terminar alimentando a todo el gorrionaje del barrio. En eso estaban mis cavilaciones, cuando veo que ese gorrión que estaba picoteando las migas del suelo no las estaba comiendo, las estaba juntando y se las estaba dando en la boca al pichón que las recibía extasiado.
Y así comenzaron a llegar, efectivamente, una bandada completa de gorriones, algunos comían, otros daban de comer.
Hoy ya pasó una noche entera. El patio está vacío. No hay gorriones ni migas. Acá podría dejarle, estimado lector, el final abierto y que juegue la imaginación de cada uno. O podría, en cambio, hablar nuevamente del ciclo de la vida y de los gatos que deambulan por las cornisas nocturnas.
Pero existe otra posibilidad, siempre existe otra posibilidad. El patio está limpio, no hay gorriones, pero tampoco hay plumas ni migas. Mi gorrión caido ayer tenía hambre y sus padres por fin lo encontraron, pudieron darle de comer migas de pan que alquien había dejado olvidadas junto a su pequeño gorrión. Y cuando por fin juntó nuevamente fuerzas pudieron salir volando los tres, para hacer otro nido, esta vez más resistente a los vientos patagónicos.

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