ECONOMÍA: ORTODOXIA, HETERODOXIA Y LAS NECESIDADES DE LAS MAYORÍAS

Bolsas y bolsillos

ROMANITAPor Jorge Muracciole*

En el mundo contemporáneo, desde hace años la hegemonía económica a escala global está en manos de gobiernos que implementan la ortodoxia neoliberal. Los organismos de crédito internacional como el FMI o el Banco Mundial, ponderan desde la crisis de los años setenta dicha concepción. Estas políticas de ajuste, no sólo enfriaron la economía, como repuesta a la creciente inflación de esos años, sino que incidieron en el patrón de acumulación del capital y en la naturaleza misma de la organización del trabajo y por ende en las relaciones laborales.
Amparándose en el llamado agotamiento del fordísmo, dos salidas a la crisis compitieron como las más viables a escala global. La visión neokeynesiana apostaba al posfordismo, apoyado por los sectores más progresistas dentro del sistema, que intentaban sostener y profundizar el Estado de Bienestar conseguido en décadas principalmente en la Europa desarrollada y la propuesta neoliberal –conocida en el mundo académico como el neotaylorista– defendida por gran parte del establishment y el creciente poder financiero que hizo eje en la precarización laboral con la llegada de la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, en Gran Bretaña y en EE UU, las recetas de la escuela de Chicago de Milton Friedman, se expandió y fueron colonizando hasta las cúpulas de la socialdemocracia europea.
En el caso de Latino América, fue necesario el terrorismo de Estado de las Dictaduras, para imponer a sangre y fuego este modelo, con la complicidad de las burguesías nativas y la anuencia de sectores de la población, ganado por el discurso privatista y las mieles del pregonado libre mercado. En el caso argentino, producto de la implosión de la convertibilidad y ante la deslegitimación social del ideario neoliberal, por las consecuencias catastróficas en materia económica se generaron las condiciones para que un sector del peronismo en mayo del 2003 liderado por Néstor Kirchner, se convirtiera en el punto inflexión confrontando con la lógica económica del Menemato y su continuidad del gobierno del radical De la Rúa.
Fue necesario el terrorismo de Estado de las dictaduras, para imponer a sangre y fuego el modelo que pregona el libre mercado.
A partir del otoño del 2003 el norte estuvo puesto en la recomposición del mercado interno, con la implementación de un proyecto de crecimiento distributivo, que fuera morigerando los profundos daños creados por décadas de políticas ortodoxas que implementaron a rajatabla el dogma del neoliberalismo, con la mitad de la población inmersa en la pobreza más de un veinticinco por ciento de desocupación y un aparato productivo destruido, con una deuda en default millonaria.
A más de una década de la puesta en marcha de este proyecto, lo que no se ha logrado es un cambio estructural que pudiera revertir la dependencia con el modelo agroexportador, más aun por condiciones ligadas a la demanda externa el proceso de sojización no sólo continuó sino que se incrementó desplazando otros cereales como el trigo la avena o la cebada teniendo efectos negativos también en la industria lechera y la producción carnea.
A pesar de los esfuerzos realizados desde el Estado para profundizar un proceso de diversificación agraria apostando a la creación de valor agregado y complementarlo con un plan acelerado de sustitución de importaciones en el sector industrial para preservar las divisas necesarias para afrontar las deudas heredadas por la ortodoxia de la década de los años noventa. Pero lo cierto es que las urgencias de la catástrofe social heredada, impidió la resolución de problemas estructurales nacidos en los años de fiesta privatista, como el energético, que han constituido una creciente sangría de divisas de los recursos del Estado y de las reservas acumuladas en los años de crecimiento.

Esta cuestión ha generado en los últimos tiempos un flanco vulnerable ante los sectores económicos contrarios al actual proyecto. La evidencia de políticas desestabilizadoras emprendidas por importante corporaciones empresarias es parte de los obstáculos que históricamente se han tenido que enfrentar los gobiernos que intentaron, como el alfonsinismo en su primera etapa, o el kirchnerismo, alterar la lógica distributiva.
La corrida cambiaria y las medidas adoptadas con respecto a la cotización del dólar, hace solamente unas pocas horas, son un claro síntoma de ese estado de situación. Está claro que la mínima vocación distributiva del establishment, son la prueba evidente del proyecto de país que pretenden, a la medida de sus negocios. Con un Estado dócil, que deje hacer a los dueños del dinero, y espere pasivo «el derrame» de híperganancias, que se desborde ulteriormente en las mayorías subalternas. Verdaderamente un cuento que ya conocimos muy bien.
La batalla que se avecina por parte del gobierno y las grandes mayorías de la población que viven de su trabajo, es impedir que los formadores de precio aprovechen las circunstancias, para hacer un traslado automático de la devaluación a precios. Aunque la misma no afecte en el proceso de costos específico de cada producto.
Para ese objetivo será imprescindible aplicar el mecanismo propuesto por el ministro Kiciloff y consensuado por los empresarios, en las últimas semanas, de analizar cada eslabón de la cadena de valor para poder acordar modificaciones en el precio de cada uno de los productos que llegan al consumidor.
Pero será necesario ser conscientes que se necesitara mucho más que ese dispositivo para evitar las tendencias desestabilizadoras de determinados grupos económicos y financieros que trataran que la actual experiencia heterodoxa termine como el gobierno de Alfonsín para dar paso al ajuste sinfín de los desconocidos de siempre, y su inequitativa receta de la ortodoxia neoliberal.

Fuentes: Infonews – Tiempo Argentino

ÚLTIMAS NOTICIAS