HIT EN LA TELEVISIÓN DE CHINA Y EUROPA. MUEVE AL AÑO, MÁS DE € 7 MILLONES.

El Chef argentino que mas gana

Usa turbantes coloridos, cocina junto a su perro pulga, y es un hit en la Televisión de China y Europa. Bienvenidos al universo del Chef Argentino que más dinero gana (y que es casi desconocido en el país)


chefEn Europa, es el chef del momento. Sin embargo, aun cuando nació en la Argentina y se crió en Tigre, por acá, excepto familia y amigos, pocos lo conocen. Eduardo Andrés López (41) partió de la Argentina a los veintipico buscando trabajar como periodista –venía de siete temporadas en un diario de economía, arrancó como cablero y terminó de crítico musical– y en menos de diez años cambió de patria, de rubro, y acabó revolucionando el negocio de la gastronomía. Mezcla de empresario y showman.
En Europa todos los conocen como Chakall, su apodo de niño. Tiene un programa en la TV de cable de Portugal donde viaja con su perro, Pulga, a bordo de una camionetita anaranjada que convierte en cocina. Lo siguen nada menos que 200.000 fanáticos. En Alemania hace una emisión especial que va por TV abierta –ZDF– con dos millones de seguidores. Y en China, ni qué hablar: siguen sus recetas, palito en mano, por la señal CCTV, 380 millones de televidentes. Allí ya lleva grabados unos 50 programas, por cada uno de los cuales cobra unos € 10.000. En Portugal es su propio productor, y si no cobra € 2.500 por programa. En Alemania, € 5.000 por cada episodio grabado, y así: un verdadero hit televisivo.
Donde Chakall pone el cuchillo, crece un negocio millonario. Sus restoranes –dos de ellos abren sólo en temporada veraniega– facturan € 4 millones. Y por sus mesas pasaron desde George Clooney y Madonna hasta el Príncipe Andrés de Inglaterra, que paladearon sus platos top inspirados en la cocina sudaka: el ceviche amazónico, el ojo de bife y las empanadas argentinas. Son: Sudaka, en Berlín; Volver, Blend y Grand Gourmet, en Lisboa; y Waver y Praya, en Algarve, ciudad costera portuguesa. “Hace un mes estuvo Plácido Domingo en el restaurante de Berlín y me pidió que le hiciera un panqueque de dulce de leche. Le dije que se lo hacía si me cantaba un tango. Cuando acabó de comer se puso de pie y cantó ‘El día que me quieras’”, actualiza el chef-empresario desde Bangkok por e-mail.
Chakall es también un boom a escala editorial. Sus libros venden 25.000 ejemplares al año –ya agotaron 300.000 desde que salieron–, y en China acaban de editarse dos títulos con 100.000 de tirada cada uno. Por su línea de ollas y sartenes, que en breve desembarca en Europa, proyectan facturar € 750.000. Sus parrillas portátiles, Chakall Grill, inoxidables y bien porteñas, venden 5.000 unidades cada año sólo en Portugal, y pronto llegarán a Alemania. Su línea de salsas –que incluye nuestro clásico chimichurri– y aceites con su firma y logo factura € 100.000 al año. Hasta la segunda marca de cuchillos más importante de Japón, atraída por el suceso de Chakall, le fabricó su propio modelo, hoy en el mercado. Chakall gana por un show de dos horas hasta € 5.000, algo que equivaldría a tener su restorán abierto varios días. Si suma cada rubro por donde puso el sello este hombre, entre restoranes, productos, TV y libros, concluirá que el chef mueve, al año, más de € 7 millones. Bienvenidos al universo Chakall.
Si ve a Chakall una sola vez, no lo olvidará jamás. El chef se hace ver. Atesora 500 turbantes, que adoptó desde un viaje por África y que viste en sus programas, al igual que sus cocineros. Los cerebros del marketing le dicen que su carrera es el mejor ejemplo de cómo llevar adelante una marca con estilo y originalidad. Cada vez que se lo subrayan, él se encoge de hombros: “Yo no hago nada con fines comerciales”, explica a FORBES. “Yo soy yo. Sigo el lema Stick to yourself. Sabés lo que pasa: el negocio no está en los restoranes. El negocio está en mí. La gastronomía es como un pulpo. Hay tantas cosas ligadas a ella, que tardaría un largo rato en contarlas todas”.
Decir que El Chakall es cocinero es como decir que Steve Jobs ensamblaba computadoras. El chef transformó la cocina en una excusa para crear un universo propio, que trasciende las ollas y sartenes, y llegó a captar el interés de Pioneer y Puma, firmas que jamás pensaron que podrían asociarse a la gastronomía. Pero con Chakall nunca se sabe. En una semana, participará en una convención de cocineros en Madeira, y él ya lo palpita: será un plomo. “La mayoría de los cocineros se la pasa hablando de cocina. Y a mí me aburre. Yo trabajo en la gastronomía, pero mi vida es otra cosa. Me gusta la música y amo la literatura. Los libros de Murakami son mis favoritos”, asegura.
Cuarta generación de cocineros, mezcla de familia gallega, suizo-alemana, vascofrancesa, italiana e indígena, vivió también en un hogar de libaneses en Buenos Aires: en la familia de Silvina Chediek, amiga de sus padres. “Gracias a esa cantidad de culturas, incorporaba especies que nadie ponía en la comidas”, dice. De chico, ya era una luz para la innovación y los negocios. Concebía juegos de monedas por dinero en los recreos, también rompeportones en clase. Y cuando la maestra pedía candidatos a cocinar platos para el Día de la Primavera, llegaba con brochettes que en lugar de carne y verduritas tenían un toque inesperado.
Llegó a probar suerte en Europa como periodista. Pero hasta que dominara el portugués, arrancó como lavacopas. Luego, se puso a trabajar de ayudante de cocina en el local de un chileno. Su objetivo, en verdad, era viajar por África, una de sus pasiones –un fanático de los libros exóticos de Wilbur Smith–. Cuando lo vio trabajar, el chef le cedió su lugar y él ocupó el lugar de ayudante. El lugar se colmaba. La cocina era abierta. Un día, lo vio un productor de una agencia de modas y le propuso hacerse un book. Así, puso la cara –ojos claros, acento latino– para el primer casting que se presentó: el lanzamiento de una compañía telefónica. Ganó € 5.000. Así empezó a ser figurita conocida en la tele: marcas de cervezas, cafés y bancos, y hasta una publicidad de Mercedes-Benz por la cual embolsó € 10.000. Chakall tenía magnetismo en la pantalla. Tras un año de vida en Portugal, voló a África, donde estuvo 18 meses entre selva y camellos. Le quedaban ahorros traídos de la Argentina. Recorrió de Lisboa a Ciudad del Cabo. Le tomó el gustito al viaje, y adoptó sus famosos turbantes. De regreso en Portugal, estrenó una empresa de catering. Sus clientes: productoras de cine y TV. Ofrecía preparaciones criollas en platos de acrílico de colores. El primer mes tuvo un cliente. Al segundo, cinco. Al tercero, ya contaba con 20. Para 2004 facturaba € 300.000 por año. “Y eso que éramos dos empleados, y el único que cocinaba era yo”, dice él, filtrado por el trabajo, desde su casa en Portugal, a media cuadra del río Tejo, con empapelado del desierto del mar Rojo. Acaba de volver de Alemania, donde viven su esposa –alemana– y sus dos hijos. Allí tiene un restó y un programa propio hace un día, y está molido. “Siempre hay que buscar ser original. Si tuviera que hacer un catering en la Argentina, lo que menos serviría serían sanguchitos de miga”. Reconocido por su trabajo de modelo y luego metido en el negocio del catering, pronto lo convocaron para un festival de modas. En breve, su turbante servía la comida en las fiestas de grandes automotrices europeas y embajadas. Los rockeros de visita por Lisboa se servían de sus platos. Una vez, Lenny Kravitz le pidió si podía llevarse su pollo en un paquetito para seguirlo comiendo en España. Media docena de bandas le ofrecieron buen dinero para llevárselo en sus tours. Pero él dijo que no. Y cuando Chakall dice que no, lo dice en serio. Una vez, años atrás, una cadena de supermercados le ofreció € 1 millón a cambio de protagonizar cinco anuncios. Pero él negó con la cabeza –y el turbante–. “Era mucho dinero a corto plazo”, recuerda. “Pero nada bueno en el long-term business”.

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