NOTA DE OPINIÓN

“Patagonia, inseparable Marca”

Por Antonio Torrejón*

1Los estudiosos del mercado turístico están de acuerdo en que «Patagonia» es una marca. Hay ciertos productos de la oferta turística internacional que por su prolongada presencia en el mercado, sumada a su excepcional calidad, se venden por su nombre. Es una característica geográfica, que se le reconoce a la Patagonia. De que su sólo nombre vende.
La Patagonia tiene un «ángel», «halo», «aura», por encima de todo, un «algo», a fin de cuentas, que no deriva de su fisiografía. Que no se identifica totalmente con sus atractivos, ni en conjunto, ni con alguno en particular. Encontrarse con el Glaciar Perito Moreno, con una ballena, junto al «Muelle Piedra Buena», de Madryn, rodeado de Pinguinos frente a las Isla homónima de Rio Gallegos, o con árboles anteriores al nacimiento de «Cristo», en el Parques Nacional «Los Alerces», no se trata de trozos que preparara la deslumbrante «Cinerama» de «Peter Lang».
Ese «algo» los comprende, de ellos, en cierta medida, depende, pero, al mismo tiempo los trasciende. Tiene algo de mágico, como la atracción de lo desconocido o la tentación de lo prohibido.
Cuando un producto se reviste de este halo mágico es cuando su sólo nombre se convierte en argumento de venta. El nombre libera la imaginación y la fantasía.
Bastaría ver la larga lista de productos geograficamente agrupados , totalmente dispares, que se cobijan bajo la marca Patagonia.
Su división, acompañando la homogénea geografía de sus “Corredores”. “Del Gran Valle”, “De los Lagos”, “De las Playas”, “de las Mesetas”, de “Su fauna marina” y de los “Glaciares y Canales Fueguinos”, dan los títulos de mayor venta en el corto y mediano plazo, camino a el Continente por descubrir, el ANTARTICO.
¿Cómo se genera esa «imagen» que tiene semejante impacto y presencia en el mercado? De la noche a la mañana, seguro que no. Tampoco es el resultado de un hecho aislado.
La Patagonia integra el sur del planeta Tierra. Este sur, desde muy antiguo fue, geográficamente, una contrariedad, una intriga, un misterio y un desafío.
Aristóteles, enciclopedia viviente de su tiempo, probablemente pueda ser considerado como la «punta del ovillo» que genera el proceso. En aras de la perfecta simetría que en todo debía existir para el pensamiento griego, teóricamente, postuló que al sur del Ecuador debía existir una masa continental igual a la que se conocía en el hemisferio norte, de lo contrario el planeta no podría mantener su equilibrio. Era la primera referencia a una misteriosa «Terra Australis». La enigmática «Atlántida» de Platón.
Pigafetta, el cronista de la exploración de Magallanes, a la vieja imagen geográfica del extremo sur, incorpora un nuevo protagonista, que, por supuesto, debe cuajar dentro de la leyenda. Relata respecto de los habitantes más australes del planeta:
«…Arrancando de allí, alcanzamos hasta los 50° del antártico. Volviendo hasta la privilegiada bahía de «San Julian» donde, los barcos descubrieron un buen puerto para invernar. Permanecimos en él dos meses, sin ver a persona alguna. Un día, de pronto, descubrimos a un hombre de gigantesca estatura, quien, desnudo sobre la ribera del puerto, bailaba, cantaba y vertía polvo sobre su cabeza… Era tan alto él, que no le pasábamos de la cintura y bien conforme; tenía las facciones grandes, pintadas de rojo y, alrededor de los ojos, de amarillo, con un corazón trazado en el centro de cada mejilla… Los pocos cabellos que tenía, aparecían tintos en blanco, vestía piel de animal, cosida sutilmente en las puntas…»
Para Pigafetta (iTALIANO , como gran cantidad de los que con origen se comunican en la tierra argentina) , además, el sur se convierte en la «Regione Patagonia» y en la cartografía comienza a figurar una «Regio Patagonum» abarcando toda la geografía del extremo sur.
¿Por qué, junto a detalles tan verosímiles, Pigafetta fantasea con estos gigantes?
Tres siglos más tarde, el eco de la estatura de los Patagones sigue inquietando, pero ya despojada de la anterior connotación fantasiosa. En 1830 Fitz Roy comenta, al propiuo Juan Manuel de Rozas, en un encuentro en «Fuerte Argentino» (Hoy Bahia Blanca) respecto de los indígenas que encuentra en sus desembarques sureños, que «…eran corpulentos, semivestidos con pieles de guanaco, semejantes a los patagones en aspecto y estatura, en torno a seis pies de altura… se pararon espalda con espalda para comparar su altura con nuestros hombres más altos…» No los encuentra menudos, pero tampoco desmesuradamente altos como los describe el italiano, superando a los europeos por medio cuerpo.
La leyenda de la ciudad de los Césares tuvo en vilo a aventureros ambiciosos y a fabuladores febriles durante varios siglos después del descubrimiento. Independientemente del carácter ubicuo que se le atribuía, su hipotética localización en la Patagonia fue la más perdurable. Otra vez la «Terra incógnita», el sur inexplorado, se presenta como el lugar ideal para asociarlo con la leyenda. Entre los detalles con que la exaltada y febril fantasía adornaba su entorno geográfico se situaban dos cerros, uno de oro y otro de diamantes, además de los fabulosos tesoros que poseía la ciudad misma. Si a fines de los siglos XVII y XVIII su búsqueda todavía tentaba a los misioneros Mascardi y Menéndez, podemos imaginarnos cuántos habrán fantaseado con ella.
Julio Verne, que con su desbordante imaginación supo anticiparse a desarrollos técnicos ni siquiera fantaseados por los inventores de su época, no encontró mejor lugar para ubicar su «Faro del fin del mundo» , al igual que Pepe Valente y sus amigos en 1985, que al norte de la Isla de los Estados. Con todo lo que imaginariamente había viajado, aunque fuera en submarino, sin duda tenía otras opciones.
No deberían caber dudas de que todos estos hechos han sedimentado alguna connotación que subyace en ese «halo» patagónico. Pero no es todo. Cuando el misterio geográfico quedó más o menos develado, comenzó el antropológico, y en nuestro ciclo contemporaneo, el TURISTICO.

(*) Especialista en Turismo, funcionario durante 7 años en Rio Negro, 9 en Tierra del Fuego, Antártida, Santa Cruz y 16 en Chubut, le permiten dar -de lo particular a lo general- algunas de estas valiosas conclusiones,

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