Página de cuento 499

Un cuento para niños

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

«Es lindo soñar despierto. Pero mejor es irse a dormir»

Con esta frase de cuyo autor, el cuis patagónico, tenemos muy pocas referencias pero sí sabemos de su tendencia a todo lo que sea vino, cerveza o similar, comenzamos a relatar este breve sueño que tuve la vez pasada en una tarde caliente de verano, creo, porque como Martin Luther King, yo también have a dream, ya que todos tenemos derecho a tener sueños y además a tener sueño, pero pocos se atreven a recordarlos porque los sueños son expresiones inconscientes de la realidad y a partir de su interpretación, según Freud, se develan cosas que nadie intentaría comunicarlas en estado de vigilia, cosas secretas que nadie las sabe, a veces ni siquiera el propio durmiente.
Pero la frase con que iniciamos hoy este espacio de reflexión filosófica y filológica acerca de Puerto Madryn y las cosas trascendentales de la vida tiene que ver, viene a colación a lo que vamos a describir a continuación, que no es más que eso que aún no dije.
Alguna vez recuerdo haber soñado cosas que luego se hicieron realidad, pero las más importantes son las que uno sueña y nunca se realizan, así continúan siendo sueños, utopías, deseos, fantasmas de hechos no realizados que nos obligan a seguir soñando.
Como decía, esta vez voy a contar de cuando me quedé dormido en una mañana calurosa de verano en el medio de una playa cercana a nuestra ciudad, tomando sol tirado boca arriba en la arena. No sé cuanto tiempo pasó, tres o quizá cuatro horas, pero sí recuerdo que al despertarme, a eso de las 6 de la tarde, estaba colorado como moco de ladrillero y no podía modificar la posición de mis extremidades tanto inferiores como superiores sin sufrir un punzante ardor en cada roce de piel.
Aunque los sueños suelen durar pocos segundos y se gestan casi siempre momentos antes de despertarnos, creo que esto lo debo haber soñado durante mucho tiempo.
Ahora paso a contarles este sueño, con forma de cuento para chicos, que se lo conté la otra noche a una tal Marina de 6 años y ella, si bien se durmió antes de que terminara de contárselo, me lo creyó, como corresponde, porque los sueños son todos de verdad. Lo recomiendo para contárselo a los niños a la hora de ir a la cama, si no se duermen con este plomazo no se duermen con nada. Una vez contado a los infantes, también puede servir como medio de persuasión cuando no quieren tomar la sopa o irse a bañar, se los puede amedrentar diciéndoles que les van a volver a contar este cuento de castigo.

«Había una vez una playa en la que yo estaba una mañana, acostado en la arena tomando sol, cuando de repente, justo frente a mí, apareció una gigantesca ballena franca del sur, que se llamaba Teresa según yo quise, pero que a ella no le gustaba mucho, a ella le gustaba que le dijeran Franca del Sur así nomás. Era tan pero tan grande que me tapó el sol, y eso que el sol esa mañana era muy grande, tanto que alumbraba a la mitad del mundo.
La ballena me miró – tenía los ojos tristes – y me dijo:
– Hola –
– Hola – le dije
– Puedo serte franca? – me dijo
– Vos ya sos franca, Teresa, y del sur, pero si querés podés ser más franca todavía – le dije.
Una gaviota que pasaba por ahí se paró en la cabeza de la ballena a escuchar, luego unos lobos de mar que nadaban cerca salieron del agua y se sentaron al lado nuestro.
– Sabés que me pasa? – me dijo
– Estoy perdida. Mi familia ya se fue de viaje hace un mes y ahora no sé adónde están, se fueron del Golfo Nuevo y yo, que estaba durmiendo lo más tranquila, me olvidé de que tenía que emigrar con ellos y ahora estoy acá, sola, y tengo mucho miedo –
– Ooooh!!! – dijeron los lobos con voz gruesa
– Iiiiiiih!!! – dijo la gaviota con voz finita
– Aaaaahhh!!! – dije yo
– Pero cómo vas a tener miedo vos, que sos tan grande – le dije – Sí, porque en el mar andan unos barcos más grandes que nos quieren cazar, y además extraño a mi mamá, no me acompañás a buscarla, por favor? –
– Siiii! – dijeron los lobos con voz gruesa
– Siiii! – dijo la gaviota con voz finita
Y yo, como a las ballenas hay que cuidarlas y ayudarlas, no dije nada pero me trepé a su lomo, justo al lado de donde tienen un agujerito para tirar agua para arriba y cuando estaba acomodado le dije «Vamos».
La ballena dió marcha atrás agitando la cola, la gaviota salió volando adelante, los lobos nadaron a los costados y así comenzó el viaje. Al poco tiempo habíamos nadado tanto que casi no se veía la costa y las olas eran cada vez más grandes. Viajamos y viajamos, atravesamos playas desconocidas, islas solitarias, barcos hundidos, ciudades sumergidas y muchos mares.
Cuando se estaba haciendo de noche, la gaviota que volaba muy alto vió a lo lejos un montón de ballenas reunidas.
– Allá están! – Gritó con todas sus fuerzas.
– Uuuuuuh! – dijo la ballena con voz finita, porque las ballenas hablan finito.
– Oooooh! – dijeron los lobos con voz finita también, porque ya estaban cansados.
Salimos a toda velocidad al encuentro de las ballenas. Cuando llegamos, al verla a Teresa, las ballenas que estaban muy tristes porque la habían perdido se pusieron a saltar de alegría.
En agradecimiento, la mamá de Teresa nos regaló a cada uno un collar hecho de algas verdes y violetas.
De tan contenta que estaba Teresa sacaba la cola y la golpeaba con mucha fuerza en el agua porque las ballenas siempre hacen eso cuando están contentas. «Hasta el año que viene!» nos dijeron, porque las ballenas Vuelven siempre todos los años. Luego, todas juntas, se fueron nadando lentamente hasta que las perdimos de vista.
Nos quedamos ahí, con los lobos y la gaviota sin saber cómo volver, menos mal que le hicimos señas a un avión que pasaba por el cielo y que nos trajo de vuelta.
Cuando llegamos, otra vez a mi playa, estábamos tan cansados que nos Quedamos dormidos en la arena.»

FIN

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