DIARIOS DE VIAJE - DÍA 24

Empezando a despedirse de España

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Atilio Lampeduzza, luego de un extraño revoleo en un fondo de inversión de riesgo consiguió un viaje pago a Europa. Junto a Carmen, su esposa y sus dos hijos, Albina de 18 años y Ramirito de 7 años, pasaron casi diez días en un crucero, un día Tenerife, otro en Londres, casi una semana en Madrid, visitaron Córdoba, Sevilla, Cádiz, Jeréz, conocieron y durmieron en los pueblos blancos de Andalucía, pasaron por Málaga y Granada y ahora llegaron a Barcelona.

Carmen nunca había pisado Europa en su vida, y en apenas 15 días ya no podía contar cuántas ciudades había conocido. El viaje, a decir verdad y aunque nunca lo reconocería, la tenía un poco mareada, casi tanto como a Ramiro, que ya tenía tal matete en el bocho que cada vez que salían de un hotel preguntaba si en esa ciudad hablaban castellano o inglés. Por su parte ya confundía las torrejas con la cerveza negra y las garotas con el queso payoyo. Pero de algo estaba segura, que de todo lo vivido era Córdoba el lugar, vaya uno a saber por qué, el que la había conmosionado.
Hasta que conoció Barcelona. Porque Barcelona, Barcelona es otra cosa. Porque esa noche había descubierto que Barcelona, con Gaudi, su catalá, su Montjuic, el Barça, el malhumor de sus mozos, es un mundo aparte, es un universo personal y pasional. Supo, a la fuerza, que un día en Barcelona es para enamorarse de por vida. Caminar por Eixample, sumergirse en Casa Batllo o en la Pedrera, hipnotizarse frente a la Sagrada Familia, escuchar las voces y sentir los colores había sido una experiencia casi mística.
Esa noche le diría a Atilio, en el refugio de las sábanas nocturnas, que Barcelona, con apenas unas horas le había hecho entender que desde el momento de pisarla se había transformado por siempre en su metro patrón y ya nunca podría dejar de comparar las nuevas experiencias con ésta que le estaba regalando esta ciudad que desborda.

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