Página de cuento 623

Frases y pensamientos importantes – 15

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

“La palabra carente de la acción no vale demasiado. Solamente representa promesas,
o deseos, o sueños. La palabra debiera ser la antecesora del hacer, o sería mejor callarse. No es prudente incitar a los otros a actuar a través del decir, mejor dicho, no es propio del honesto y de quien respeta al prójimo. Aquel que sólo tiene palabras para ofrecer, no merece recibir de los otros los beneficios de la acción. Lo dicho en el vacío no es más que un manojo de papel de diario mojado.”

“Podría decirle que soy una voz en la nada, que soy una aparición que da consejos, que soy su alter ego, qué se yo, podría decirle cualquier cosa metafísica que seguro en su mente cobraría trascendencia dado este escenario, la noche, la bruma, la humedad, la llovizna y el frío. Pero no, en realidad soy el sereno de la estación de servicio de la avenida de la otra cuadra, la Petrobras, y me encamino a tomar mi turno.”

Si bien no tengo la suficiente información para afirmar esto con rotundez, ni tampoco cuento con los conocimientos necesarios, considero que a esta hora de la noche, y por
todo lo que resta de la misma, los gatos callejeros son aventureros y los perros son vagabundos. Los gatos se lanzan por los tejados a esquivar peligros inesperados ante la llamada de la naturaleza, de la naturaleza de ellos. Recorren techos, saltan paredes, trepan árboles en pos de aquella gata en celo. Los perros, por el contrario, a estas horas prefieren el calor y la seguridad de la casa del amo, o la cucha, al menos; los perros que andan por la calle, es porque son desposeídos, son nada más una mancha oscura que atraviesa a la carrera la bocacalle, no son nadie, no son de nadie, nadie los va a reclamar y muchos los van a atacar. Están solos, y no es una soledad amable, es un estado de infinita soledad, donde lo único que se puede esperar es encontrar unos huesos de pollos fríos y grasientos en alguna bolsa de basura. Por la noche, los perros carecen de la elegancia de los gatos, que por su condición de felinos se muestran más refinados.
Ahora bien, ¿será mejor ser aventurero que vagabundo, o viceversa? Porque la aventura suele ser interesante, pero el riesgo es voluntario, es decir, el aventurero decide hasta dónde desea correr ese riesgo. Y sabe que, intrínsecamente, una vez superada la prueba que se autoimpone, ya con el placer de haberse demostrado a sí mismo (o peor aún, a los demás) su valentía u osadía o bien sus habilidades para superar aquellos escollos que él mismo colocó en su propio camino, ya con las glándulas sobrecargadas de adrenalina, puede volver a su casa, a la calidez de un caldero de leñas que lo espera junto a una alfombra de piel de tigre de bengala. En resumen, el aventurero no es más que una persona aburrida, no conforme con su, en general, tranquilidad socioeconómica, y que entonces se lanza a experimentar nuevas sensaciones, muchas veces a costa del dolor de otros. En cambio, el vagabundo lo es porque no tiene más remedio, no tiene elección. Tiene que sobrevivir y entonces está obligado a deambular por ahí, a trenzarse en una pelea, muchas veces a muerte, por algo que para otros no es nada, pero que en su entorno es todo. Un pájaro muerto, una gaviota muerta es sustraída de una playa oscura y fría. Está en estado putrefacto, pero para el vagabundo no hay alternativas: se debe pelear por ella. El vagabundo no induce la aventura, no la reclama ni la invoca. El vagabundo es la aventura misma, una vida sin presagios ni esperanzas, sin la posibilidad de que al final de la carrera, lo espere un hogar encendido.

“El camino hacia algún lado puede llevarnos a una puerta abierta, pero nadie lo puede asegurar de antemano. El camino hacia ningún lado nos abre todas las puertas.”

El azar no existe, todo es predecible, sólo hay que comprender el fenómeno.

Continúa el próximo martes…

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