Página de cuento 630

El vuelo – Un cuento aéreo – Parte 4

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Uno que quiere volar

“Te dije que me tendría que haber ido el otro día, sin más. Ahora no quiere volar”.
No había forma de ponerlo en marcha, así que, después de luchar bastante para convencer a Pedro, enganchamos al avión a la camioneta y emprendimos el regreso. Una vez más, depositamos a la máquina en el taller del Tano. Pedro no quería hablar, lo llevamos a su casa, bajó de la camioneta y tristemente nos dijo: “No me despido ahora de ustedes, porque ya me despedí esta mañana”.
No entendí el sentido de la frase hasta tiempo después.
Al día siguiente, a media mañana, el Tano golpeaba mi puerta con violencia.
“¡Seba, Seba. El avión no está en el taller! ¡Se lo afanaron! ¡Pedro me mata!”
“Pero, ¿cómo se van a robar semejante armatoste? No puede ser. Esperá que me visto y vamos para allá.”
Llegamos al taller y efectivamente el avión no estaba. Todo estaba en su lugar, menos el avión. Hasta estaba la huella que marcamos sobre el piso aceitoso el día anterior, cuando lo habíamos entrado. Pero no había huellas que evidenciara que alguien lo había sacado empujándolo. No había rastros del avión.
Subimos a la camioneta y nos fuimos a toda velocidad a la casa de Pedro. Su tío estaba tomando mate en la puerta, sentado mirando a las plantas.
“Buenas. ¿Está Pedro?”
“No sé, no sé de quién me habla” contestó sin darnos mucha importancia. Subimos la escalera externa y golpeamos la puerta de su pieza. No atendía. Probé con el picaporte y estaba abierta. Entramos. Entonces entendí.
La cama estaba perfectamente armada, con una manta limpia que la cubría. Los muebles, recién lustrados y el espejo brillante. Unos cuadros de paisajes clásicos quebraban el blanco limpio de las paredes. Nos miramos con el Tano por un momento y nos estremecimos. No podía ser que se hubiera esfumado.
Bajamos. El tío, antes de que nos fuéramos, nos dijo: “Muchachos, por si les interesa, les alquilo la pieza en 100 pesos por mes”.
“No, le agradezco” fue mi respuesta a modo de despedida.
Nunca más vimos a Pedro ni a su aeroplano azul.
Sin embargo, un tiempo después se me ocurrió buscar en un atlas que tenía en una repisa a La Solitaria. Recuerdo que ese atlas atraía a Pedro cada vez que venía a visitarme, y lo hojeaba mientras mateábamos.
Abrí el libro y busqué el mapa de la Patagonia. Ni noticias de La Solitaria. Allí estaban registrados hasta los más pequeños poblados de la zona, pero no había ningún indicio de la existencia de semejante paraje en la cordillera. Pero hojeando el libro, encontré sin sorprenderme (como si lo hubiera estado buscando) al mapa dibujado a mano que Pedro me había mostrado el día que nos conocimos. Estaba doblado en varias partes, ajado y arrugado. Lo saqué del libro, lo puse sobre la mesa, alisándolo con el antebrazo. Entonces lo estudié con atención, no como aquella vez, en que casi ni lo había mirado. Era un mapa que parecía representar a prácticamente toda la mitad sur de Sudamérica. Estaba doblado en 16 partes, y en cada una de ellas estaba marcado un punto en el mapa con la inscripción La Solitaria.
Aquella primera vez. Pedro me había mostrado solamente uno de los dobleces, el que correspondía a la zona sur de la cordillera de Los Andes.
Había muchos La Solitaria. Probablemente, si Pedro hubiera doblado en 32 partes al mapa, habría marcado 32 La Solitaria. y así hasta el infinito. Entonces comprendí, quizá, que Pedro no iba a volar hasta La Solitaria. sino que iba a construir La Solitaria con su vuelo. Creo que, de alguna forma, ya me lo había dado a entender varias veces.
Han pasado varios años desde que Pedro y su avión desaparecieron sin dejar rastros. Nunca más supimos de él. Nunca más encontramos un vestigio de aquella máquina azul. Quizá alguna fuerza celestial los elevó a ambos del piso, y en un vuelo plácido los depositó en La Solitaria. Quizá nunca existieron.
Pero, de vez en cuando, en algunas noches calmas en que me siento solo en la puerta a tomarme unos amargos, creo escuchar el traquetear de un motor viejo en el horizonte negro.

FIN

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