EL PAPA DENUNCIÓ RESISTENCIAS "OCULTAS Y MALÉVOLAS" A LA REFORMA DE LA CURIA. SALUDO DE NAVIDAD CON ARENGA INCLUÍDA: REGALARON EL LIBRO JESUITA “CONSEJOS PARA CURAR LAS ENFERMEDADES DEL ALMA”

Estas son internas

Si alguien la tiene realmente difícil en los cambios que pretende realizar hacia adentro de una de las estructuras más poderosas del mundo en términos de militancias y de poder político, ese es Francisco. Pensar que en Argentina era considerado un conservador, y tal vez por eso prosperó su candidatura en el Vaticano. Lo que no sabía tal vez la curia, es que la regla de oro de todo político argentino es ganar con un discurso y al asumir, hacer todo lo contrario. Tal como sucedió con Francisco al convertirse en uno de los Santos Padres más revolucionarios y sociales de los últimos tiempos. De hecho, visto en perspectiva, hoy tiene más que ver con el discurso de Cristina que de Macri, y juega cada vez más fuerte.
Una vez más, al presentar ayer sus tradicionales augurios navideños a la curia romana, el Papa sorprendió al denunciar resistencias «abiertas», «ocultas» y «malévolas» a la reforma del gobierno central de la Iglesia puesta en marcha por su pontificado.
Lo hizo en otro discurso «bomba», en el cual también reivindicó enérgicamente la reforma de la curia emprendida, que «no es maquillaje» sino, ante todo, «un camino de conversión».
«La reforma no tiene un fin estético, como si quisiéramos hacer más linda la curia, no puede ser considerada como una suerte de lifting, de maquillaje para embellecer el anciano cuerpo curial, ni tampoco como una operación de cirugía plástica para sacar las arrugas», afirmó. «Queridos hermanos, no son las arrugas las que deben temerse, sino las manchas», disparó.
En un discurso de 7 carilllas, que leyó en 45 minutos, de pie, ante cardenales, obispos y demás funcionarios en la espléndida Sala Clementina, consciente de que hay sectores de que se oponen a sus cambios, el Papa admitió que resulta «normal» y hasta «saludable» que en un camino de reforma haya «dificultades». E identificó tres tipologías de resistencias: abiertas, ocultas y malévolas.

Tres frentes abiertos

Las «resistencias abiertas nacen de la buena voluntad y del diálogo sincero», indicó. Mientras que las «resistencias ocultas nacen de los corazones asustados o petrificados, que se alimentan de las palabras vacías del ‘gatopardismo’ espiritual de quien de palabra se dice listo al cambio, pero que quiere que todo se mantenga como antes», acusó. Arremetió luego contra las resistencias malévolas «que germinan en mentes distorsionadas y se presentan cuando el demonio inspira intenciones malas, a menudo vestidas como corderos». «Este tipo de resistencia se esconde detrás de palabras justificatorias y, en muchos casos, acusatorias, refugiándose en las tradiciones, en las apariencias, en la formalidad, en lo conocido, o en el querer llevar todo en lo personal, sin distinguir entre acto, actor y acción», indicó.

Todos vivios

Francisco aseguró luego que «la ausencia de reacción es señal de muerte» y que por lo tanto «las resistencias buenas y también las menos buenas son necesarias y merecen ser escuchadas, acogidas y alentadas a expresarse». «Todo esto quiere decir que la reforma de la Curia es un delicado proceso que debe ser vivido con fidelidad a lo esencial, continuo discernimiento, con coraje evangélico, con sabiduría eclesial, con atenta escucha, con acción tenaz, con positivo silencio, con firmes decisiones, con mucha oración, con profunda humildad, con clara previsión, con concretos pasos adelante y, cuando resulta necesario, también con pasos atrás, con determinada voluntad, con vivaz vitalidad, con responsable potestad, con incondicionada obediencia», siguió. «Pero, en primer lugar, con el abandonarnos a la segura guía del Espíritu Santo, confiando en su necesario sostén», agregó.

Benditas señales

En los últimos meses, cuatro cardenales conservadores le pidieron al Pontífice aclaraciones sobre el capítulo octavo de su exhortación apostólica, Amoris Laetitia, que abre las puertas a los divorciados vueltos a casar. Uno de los cuatro cardenales «rebeldes», el estadounidense Raymond Burke, punta de lanza de los sectores más tradicionalistas, al igual de otros purpurados opositores, saludó efusivamente al final del encuentro a Francisco. En otra movida de lo más significativa, el ex arzobispo porteño le regaló a todos los presentes un libro (Consejos para curar las enfermedades del alma, del padre jesuita Claudio Acquaviva), todo un mensaje.
El propio Francisco recordó, de hecho, que en sus mensajes de augurios a la Curia de hace dos años había entregado un listado de «15 enfermedades curiales» que había creado mucho revuelo. El año pasado presentó, en cambio, un «catálogo de virtudes necesarias», mientras que este año prefirió hablar directamente de la reforma en curso. «Es necesario reiterar que la reforma no es un fin en sí mismo, sino un proceso de crecimiento y sobre todo, de conversión», dijo, en un virtual discurso programático, en el que también enumeró, una por una, las medidas tomadas en sus casi 4 años de pontificado. Mencionó desde la creación del denominado G9, el grupo de nueve cardenales consultores, hasta la Secretaría de Economía, la Comisión para la Tutela de Menores y la creación de dos nuevos dicasterios (para laicos, la familia y la vida; para el Servicio del desarrollo humano integral), Intentó callar, así, a quienes dicen que no ha habido cambios.

Basta de rosca

En un discurso que seguramente dará que hablar, enumeró, además, 12 criterios guía de la reforma: individualidad (conversión personal); pastoralidad; misionaridad; racionalidad; funcionalidad; modernidad; sobriedad; subsidiaridad; sinodalidad, catolicidad, profesionalidad, gradualidad.
Citando palabras de Pablo VI, el ex arzobispo de Buenos Aires pidió asimismo a la curia que «no sea una burocracia pretenciosa y apática, canonista y ritualista, un lugar de ambiciones ocultas y sordos antagonismos, como algunos la acusan, sino una verdadera comunidad de fe y caridad, oración y acción». Al mencionar «la catolicidad», llamó a emplear a personal proveniente de todo el mundo y a valorizar «el rol de la mujer y de los laicos en la vida de la Iglesia. Por otro lado, aseguró que es «indispensable» terminar con la práctica del «promoveatur ut amoveatur» (promover para remover), un clásico de la curia: «esto es un cáncer», denunció, claro y directo.
Entre otras cosas, además de terminar con la burocracia en el Vaticano, el Papa declaró que hombres y mujeres laicos deberían obtener cargos en la Santa Sede si están más calificados que los clérigos para los mismos. Una propuesta muy osada para tanto conservadurismo.
Además insistió, una y otra vez, en la importancia de que la reforma signifique, ante todo, conversión. «No basta contentarse con cambiar el personal, sino hace falta llevar a los miembros de la curia a renovarse espiritualmente, humanamente y profesionalmente. La reforma de la curia no se actúa de ningún modo con el cambio de las personas, sino con la conversión en las personas», recordó. «El corazón y el centro de la reforma es Cristo, cristocentrismo», concluyó, finalmente. Más allá de la dureza de sus palabras y los rostros perplejos de algunos cardenales durante los 45 minutos, al final, hubo aplausos para el Papa, que se quedó largo tiempo saludando, muy sonriente, uno por uno, a los presentes.

Fuente: ACI

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