HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Nuestro granito de arena

Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Bueno, querido lector, más allá de algunos ataques de crispación del viento, no nos podemos quejar de estos días que el verano madrynense nos está regalando. Bah, no se pueden quejar los que andan de vacaciones y pueden estar panza arriba en la playa pidiéndose una cervecita fría mientras miran el suave ondular del agua. Porque si la movida viene de vestirse para yugarla todos los días en la calle ya no sé si es tan copado tener treinta grados a la sombra. Pero, bueno, que el verano se ha hecho para esto, que algunos disfruten la arena calentita y otros la miren desde afuera.
Pero una cosa es la arena calentita y otra muy distinta es esa maldita sabana de satán que nos separa de la zambullida refrescante. Porque uno a veces no va a andar buscando las ojotas para ir sólo hasta el agüita y mucho menos para abandonarlas en su absoluta soledad cuando vayamos a remojarnos, tan propensas ellas a irse con cualquier desconocido. Entonces hacemos de tripa corazón y nos mandamos a los saltos cual monos malayos y dando pequeños grititos que dejan nuestro orgullo cerca de la sombrilla. Nada como lo que le pasó una vez a una perra que yo tenía, que a la sazón habíamos llevado con nosotros de vacaciones. Todos los días salíamos caminando temprano a la playa los tres, mi señora esposa, yo y la perra. Un día nos demoramos más de la cuenta y salimos casi al mediodía. Nosotros en ojotas hasta poner la sombrilla y acomodarnos, la perra, siempre al lado. Al otro día, cuando nos estábamos acercando nuevamente al arena, la perra se empacó, no quiso salir del asfalto, sentada en la vereda no hubo forma de que pusiera una pata sobre la arena. Nos llevó un buen tiempo darnos cuenta que ella no tenía ojotas como nosotros y el día anterior se le había metido toda la arena hirviendo entre los dedos y los tenía casi en carne viva.
Pero si hablamos de arena caliente, pero bien caliente, los chinos nos ganan por afano. Parece que en la zona de Turpán tienen un ecosistema algo parecido al nuestro, no llueve en casi todo el año, incluso pueden pasar hasta diez meses sin que llueva. Pero no refresca como en casa, en verano en Turpán la temperatura puede llegar hasta los 47 grados, y si esto le parece un poco desasosegado, estimado lector, cuando le diga que la arena puede llegar hasta los 82 grados va a comenzar a mirar con otros ojos esta playa sureña, porque en aquellas dunas, meter la pata desnuda así como así significa una instantánea quemadura de tercer grado.
Y, hablando de arena, algo que siempre me pregunto, cuando tengo la suerte de hacer de lagarto cerca de la costa es por qué belines la arena cambia de color cuando la moja el agua del mar. Usted, atento lector, podrá decirme que por la misma razón que cambia de color cualquier cosa que se moja. Muy vivo, muy astuto, pero yo le podría retrucar preguntándole entonces por qué belines cambia de color cualquier cosa cuando se moja. A ver… A ver… ¿qué me va a responder ahora? Ve, no se me haga el cocorito.
Bueno, pero estábamos hablando de arena, así que vamos a tratar de entender por qué es que cambia de color esta sustancia, si después quiere extrapolar la información a cualquier otra materia, allá usted, que cada uno hace lo que quiere y acá se respeta la libertad de expresión.
Antes que nada debemos fijar como principio que para ver necesitamos luz, sí, parece una verdad de Perogrullo, con perdón de los perogrullos, pero es así, qué le vamos a hacer. Y la luz rebota por todos lados y justamente son estos rebotes los que se nos meten a la retina y nuestro cerebro, si no está elucubrando la mejor forma de alargar las vacaciones, los interpreta y nos forma las imágenes para que sepamos qué cornos estamos mirando. Hasta acá todo bien, ¿no?
Pero para lograr el rebote cada objeto que es impactado por los rayos del sol absorbe algo de luz, por eso algunos objetos parecen brillar más que otros. Y no, no me refiero a la bikini infartante de la señorita de la carpa de al lado.
Entonces, cuando la arena está mojada, el agua que contiene, justamente por estar mojada, provoca que la distancia que puede recorrer esos rayos de sol sea mayor, provocando que la luz alcance una mayor profundidad antes de rebotar. Esta mayor distancia por más chiquita que sea ocasiona que aumente la interacción entre las partículas de la luz y la arena, aumentando también la absorción de luz. O sea, el agua que contiene la arena mojada aumenta su capacidad de retener luz y que rebote menos de la que entró. Lo que implica que la luz que nos rebota a nosotros para que veamos la arena sea un poco menor, y si hay menos luz, la arena es más, sí inquieto lector, más oscura.
Ahora sí, vaya nomás, quémese feliz y contento, sabiendo que si alcanza esa franja que absorbe más luz se podrá refrescar bien las patas.

Nota del autor: Información recabada de los sitios web www.puntogeek.com y www.nosabesnada.com

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