Página de cuento 637

Soledad – Parte 1

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Una tarde, golpearon a la puerta de Farfisa. No es que Farfisa anduviera siempre con una puerta a cuestas, sólo llevaba siempre consigo una moneda y una especie de campera o sobretodo oscuro. Nada de eso. Era una puerta que estaba colocada de manera tal que obstaculizaba el paso a su vivienda, principalmente cuando ésta estaba cerrada. Aunque cuando estaba entreabierta, si bien se podía pasar en uno u otro sentido, siempre era necesario esquivarla.
Farfisa dudó un instante antes de abrirla. Pero enseguida tiró la moneda: seca. Entonces no abrió. Se limitó a preguntar «¿Quién es?» desde adentro, con un volumen de voz tal que las ondas sónicas atravesaran la madera maciza de la puerta y fueran percibidas por el/la golpeador/a.
«¿Necesita bolsas plásticas de residuos?». Preguntó una entidad no identificada desde afuera. Farfisa observó alrededor: todas sus pertenencias eran desechables, pero no por eso las iba a tirar. Sin embargo, sabía que si buscaba bien en los rincones de las distintas cámaras y recámaras, seguramente iba a encontrar cosas con que llenar las bolsas.
– Sí, ¿Por?
– Porque entonces le vendo, a dos pesos las 20 bolsas.
– Me encantaría comprárselas, pero me es imposible ya que no puedo abrir la puerta para recibirlas, ni para entregarle el dinero.
– Pero esto de alguna manera se puede arreglar. ¿Qué le parece si le voy pasando una a una por la luz inferior entre la puerta y el piso?
– Bueno. Luego, a cada bolsa que entre yo le voy iluminando por debajo una moneda de 10 centavos. Así estamos a mano.
Era un buen trato. Era increíble cómo unas pocas monedas y unas tristes bolsas de plástico negro permitían la comunicación entre dos personas, aún sin conocerse del todo. Farfisa estaba haciendo un negocio con alguien al que nunca ni siquiera había visto. Sin embargo, una confianza mutua se apoderó de ellos por un tiempo. Eran dos humanos con pocos recursos, y esta confianza estaba cimentada en sus propias miserias. Cuando la bolsa número 20 atravesó la rendija y la última moneda hizo lo propio, se saludaron y se fueron, el vendedor más para afuera, Farfisa más para adentro.
Cuando se quedó solo, miró las bolsas y decidió que estas bolsas, para que pudieran lograr el objetivo de sus cortas existencias, debían ser llenadas. Él debía ayudarlas. Qué actitud más filantrópica es tratar de ayudar a alguien de quien se sabe, a priori, que no va a dar ni siquiera las gracias. Nadie se iba a enterar que él había ocupado tiempo, dinero y esfuerzo en ayudar a estas intrascendentes bolsas, nada más que por el simple hecho de ayudar a alguien. ¿Acaso el mundo debiera enterarse de los buenos actos? ¿Acaso es necesario salir en los medios para que una buena acción realmente lo fuera? Farfisa pensó que quizá una buena acción no debía trascender, ya que si eso ocurría dejaba un poco de ser una buena acción. Incluso se convertiría en una acción con fines egoístas, el fin de que se la conozca. Por otra parte, tampoco sería bien intencionada su actitud si llenaba las bolsas con basura propia. Con esto, lo que en un principio era un acto desinteresado se transformaría en la utilización arbitraria de las bolsas para beneficio propio.
Entonces salió a la calle.

Continuará…

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