Página de cuento 638

Soledad – Parte 2

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Caminó y caminó alrededor de su cuadra. No encontraba basura, salvo unos pocos excrementos de perro en una de las esquinas. Pensó en arrancar plantas que de inmediato serían desperdicios, en sentarse a esperar más perros con necesidades fisiológicas, en gritar como los vendedores callejeros «Compro basura usada». Pero rápidamente desestimó todas estas posibilidades. En una de las pasadas por su casa, giró 90 grados en dirección a su puerta, que estaba allí, impidiendo el paso. La abrió y entró. Cortó en sentido vertical a todas las bolsas y luego las cosió, una por una, hasta obtener una gran bolsa de 3 metros de altura por dos de ancho.
Con delicadeza, llevó el bolsón artesanal hasta muy cerca del tramado de hierro receptor de bolsas de residuos más próximo a su domicilio, enclavado junto a un árbol. Se subió al mismo y comenzando desde su cabeza se fue embolsando, hasta que toda su humanidad era envuelta por el bolsón. Se acurrucó en el basurero, esperando que se lo lleven.
Al poco tiempo, desistió de la idea. Las bolsas no merecían este final. Las bolsas eran para contener basura verdadera, y él no era tal cosa, él a lo sumo sería un deshecho irreal.
Con cuidado de no lastimarlas, se sacó a las bolsas de encima. Entró a la casa, las descosió, volvió a coserlas una por una, por separado, y cuando estaban aproximadamente de manera similar a como cuando eran nuevas, las guardó en el cajón de la cómoda. Volvió a la cocina y puso a calentar a la pava. Las paredes de la cocina estaban quietas, húmedas. No había nadie, si es que su única presencia puede ser considerada como nadie. Contó de 20 a -20 en sentido decreciente, de a una unidad por vez. Preparó el mate. Salió a la puerta y tal como lo había pensado, ya no existía la cuadra de enfrente. A los costados se desplazaba un vacío infinito. Detrás, la casa ya no estaba. Todo había desaparecido, salvo él, el mate y la pava. Por entre la bruma que siempre circunda y rellena a la soledad, apareció una imagen caminando.
Cuando estaba lo suficientemente cerca, la imagen difusa saludó.
– Buenas
– Buenas. ¿Un mate?
– No. No quiero nada. Vengo de lejos.
– ¿Cómo de lejos? No entiendo qué tan lejos puede ser, si en este momento, yo estoy parado en el lugar más lejano de mí mismo, es decir, yo estoy aquí al parecer, pero en realidad estoy mucho más lejos, infinitamente lejos.
– Ya que estoy aquí, muy cerca de usted, déjeme decirle que coincido con usted. Cuando uno piensa que está lejos, es porque está lejos de uno mismo… Es lo mismo que me pasó a mí, cuando estuve en una playa vacía…

«Enfrente, allá a lo lejos, puede haber otros mundos. Quizá un insospechado racimo de pensamientos que de noche, sentado en este faro, se apoderan de mi mente y me llevan a imaginar un barco cercano. Serán los pensamientos que me dejan sin dormir por horas, con la mirada fija en la superficie marina, quieta. Mientras, la marea golpea las piedras de la costa.
El reflejo de la luminosidad lunar en el agua disipa la falsa presencia del barco imaginado: no hay nada.
Bajo a tierra. Desde el pie del faro, veo como se alza en línea recta esta construcción de principios de siglo XX, olvidada del mundo. Su reflector lleva años sin encenderse. Solamente yo, que me resisto a irme, utilizo su estructura para revivirlo a veces, subiendo su empinada escalera y maniobrando el reflector como si funcionara, como si sirviera de centinela a barcos que nunca vendrán.
Nadie vendrá. Esta playa fue olvidada por el mundo, ignorada por los navegantes en cuyos mapas no aparece. Esta playa está vacía, sus arenas viejas apenas se mueven con algún remolino de viento seco.
Cuando bajo del faro, camino largamente por la playa. A paso muy lento recuento una a una las salientes arcillosas que emergen del agua con la marea baja. Unos pocos cangrejos pequeños buscan su alimento entre las esporas. Yo camino, en línea recta. Parece que en el horizonte unas luces blanquecinas anuncian barcos que llegan. O en aquel recodo de la playa, adelante, quizá haya algún caminante, como yo.
Llevo años sin ver a nadie. Sin ver nada. El paisaje gigante que tengo delante es como un mural estático. Mis ojos se acostumbraron tanto a ese mural, que prácticamente no lo veo.
La luna aparece, con su insinuación sonriente.
Detrás de mí, una llanura ocre se extiende hasta los confines del mundo.
Delante, la llanura vira al azul pero desde aquí parece ser la misma.
¿Será esta la realidad?
Ya no tengo tantas preguntas sin respuesta. Ya no me hago más preguntas.»

FIN

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