Página de cuento 641

Verano 3

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

El viento, suave pero persistente, acaricia cada grano de arena de la playa. Unos yuyos que crecen en los breves médanos que separan la costa de la avenida asfaltada, también apenas se mueven. Son las ocho de la mañana de un día de verano cálido, y el movimiento playero comienza.
Los micros con turistas extranjeros ya partieron hacia Pirámides y hacia la Península Valdés; las ballenas ya se fueron pero siempre quedan los elefantes, los lobos, los pájaros, los acantilados y el silencio salvaje del campo.
A esta hora parece que el día no se va a terminar nunca, o bien que va a durar mucho más de 24 horas, porque el sol se queda frenado a unos 45 grados con respecto al horizonte marino. El mar en estas latitudes le hace honor a la palabra azul, es decir, quien haya hecho los colores debe haber dicho: éste es el blanco, éste es el negro, … y el azul es el del mar madrynense.

Impresión emocional:

Sentado en la arena de los médanos con la cara apuntado al mar, o bien en algún bar de la costa, comiendo mediaslunas con café con leche, cerca de los ventanales que dan al agua, la sensación es de un lánguido abandono momentáneo que pronto se convertirá en una alegría irracional que llenará todo (las alegrías, por definición, deben ser irracionales).

Impresión visual:

Dijo un amigo, que es importante ver lejos, tener un horizonte amplio para mirar, porque eso amplía toda nuestra percepción de las cosas. Haciéndole caso, miro con la mente en blanco a esta colección de objetos marinos distribuidos a lo largo del alcance de la vista, sin tratar de evaluarlos, sino simplemente haciendo uso visual de ellos.
Un termo yace semienterrado en la arena junto a una familia de bañistas rodeada de reflejos amarillos.

Impresión olfativa:

Es el olor del mar (cuando hay pocas algas en la playa) lo que más lo identifica y me retrotrae a momentos de un pasado lejano para el hombre, pero ínfimo para el mundo. El olor del mar solamente se puede oler frente al mar y en ningún otro lugar. Es un olor medio grisáceo, medio celeste con algunos ribetes blancos.
Otras impresiones:
La naturaleza está presente en todo y se filtra hasta en las casas lindas de la costanera. El churrero comienza nuevamente su rutina circular. Le compro media docena con dulce de leche en el medio y extraigo el termo de la arena. Se inicia otro día de verano en Puerto Madryn.

Las sombras del atardecer (tardío) se ciernen sobre el horizonte. A lo lejos, una gaviota negra traza una oblonga línea a sotavento, trashumando de soslayo los acantilados costeros, fieros gigantes de arcilla erguidos frente a la costa enmudecida de las aguas suaves del golfo todavía Nuevo, a pesar de que ya han pasado algunos años desde que nació, allá por el paleozoico, en el año en que vinieron los glaciares. En esos tiempos el frescor era fuerte.

Pronto reinará la noche en este pequeño forúnculo austral de la espalda inmaculada de la Patagonia y, un poco más abajo, la oscuridad incipiente invadirá por meses el final de la espalda, la planicie flameante de la Antártida, a la sazón el fin del mundo.

Continuará…

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