Página de cuento 660

Cobradora de estacionamiento – 2

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

El tránsito continuaba así, con su carácter aleatorio pero ordenado en sí mismo, me pregunto qué pensaría, cuán grande sería el impacto y la sorpresa si transportáramos en el tiempo a un habitante común de la Buenos Aires de 1810 a este preciso momento y lo primero que viera fuera el intenso movimiento metálico en la calle, algo tan natural para nosotros en este pliegue agitado del espacio-tiempo. La chica vendedora de obleas fue a cobrarle el estacionamiento al conductor de un Citroen C4 color rojo, una verdadera joya de nuestra tecnología moderna, aunque no tanto como la Cupé Chevy 73, color anaranjada, ese sí que era un fierro. La vendedora retorna, guarda la moneda de un peso y aprovecha para realizar un conteo de lo recaudado hasta el momento. No me gusta meterme en las finanzas de los demás, sería como una especie de falta de respeto, como invadir subrepticiamente la intimidad del otro, aunque de reojo puedo establecer que hasta el momento cuenta con 22 pesos y cincuenta centavos, 16 pesos en billetes de dos y el resto en monedas. Evidentemente, cada uno cuenta con sus propios bienes, y esto, sin dejar de ser un acto egoísta, es también un acto de responsabilidad. La vendedora de oblea vuelve y se dirige a mí:
“Como le iba diciendo, lo que los lógicos, desde la escuela aristotélica al presente consideran tautología, no es más que una lucubración teórica que no va más allá del papel escrito o la palabra dicha, pero en la realidad, la verdad absoluta no existe. Incluso el mundo puede dejar de girar ahora mismo y nosotros, pobres individuos, creeríamos que está sucediendo algo imposible, pero estaría ocurriendo, el problema es que, a pesar de haber evolucionado bastante de un tiempo a esta parte, aún no estamos preparados para comprender lo que escapa a nuestro sentidos y a nuestra concepción, todavía plana y apenas tridimensional, de la realidad. Pero existen otras dimensiones. Todo es posible allí, así como aquí.”
“¿Y eso qué tiene que ver con cobrar el estacionamiento?”
“Todo y nada. Usted sigue empecinado en querer vincular y relacionar las cosas, usted busca respuestas, y eso no es el objetivo del sabio. El sabio encuentra sin buscar, o bien busca sin encontrar. Si alguna vez encuentra lo que buscaba ex-profeso, queda consternado, la emoción de buscar muere unos instantes después de encontrar, y el que otrora era sabio porque no sabía nada (como Sócrates), ahora inconscientemente vencido, se tira en la cama deprimido o busca un rincón alejado para sentarse a lamentar su logro inesperado. Yo debo cobrar la oblea, ¿Por qué, para qué, cuál será la finalidad de todo esto? No importa, no interesa el fin, lo único que importa es cumplir con el camino, y cobrar, sino, vea a aquel que se baja rápido del Fiat Uno negro, ni siquiera lo cierra con llave, baja y corre por la vereda sin pagar la oblea: quizá él no lo sepa, pero de alguna manera imperceptible casi, está alterando el equilibrio exacto del caos natural.”
“Disculpe que interrumpa su discurso, pero yo estoy tratando de encontrar a una maestra, y hace media hora le pregunté por una maestra, muy bonita, con una colita de caballo en el pelo, que casualmente es la misma que estoy buscando, y usted me dijo que vio a varias, ¿por dónde se fueron?”
“Se fueron por allá, por allá, por allá, por allá, por allá, por allá y por allá y por acá, y una entró a la zapatería que está allá. Le aconsejo que comience su búsqueda por la tienda de calzados y pregunte a la vendedora, seguramente ella tendrá una información menos precisa que la que le doy, pero no por ello menos importante: la exactitud no siempre se vincula de manera proporcional con el acto de lograr el objetivo, es más bien lo difuso lo que predomina en la naturaleza, y lo que a la larga brinda los mejores resultados.”
“Siendo así, ya mismo debo abandonarla, le agradezco esta orientación que me está ofreciendo, pero debo partir, tengo que seguir buscando. Adiós, hasta pronto.”
Un hombre de traje salía de un zaguán oscuro, indiferente, se acomoda su corbata con ahínco. Nadie usa sombrero, ninguna mujer con peinetón. Una familia cruza la calle, adelante va el carrito con el bebé, es un nene muy lindo y bien arropado. El frío persiste.
Camino, unos pasos para allá, hasta la zapatería. Una mujer joven pasa por enfrente, se parece a la maestra de las ocho, pero no es, incluso es mucho más parecida a mi maestra de tercer grado, la Señorita Clelia, pero la Señorita Clelia se parecía mucho a la maestra apurada de las ocho. ¿Entonces qué?

FIN

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