ANIVERSARIO EN PARIS - DÍA 03

Despertando en París

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Carmen y Atilio Lampeduzza cumplen 25 años de casados y el sueño de Carmen fue siempre festejar sus Bodas de Plata en París, y están en el Viejo Continente, pero esta vez solos, Albina y Ramiro se quedaron en la casa de los abuelos en Buenos Aires. Dos semanas en pareja de celebración, no lo olvidarían nunca, ni ellos, ni los abuelos, ni varias personas desconocidas involucradas involuntariamente en tamaño desatino.
Los rayos del sol entraban por la claraboya del techo, y amanecieron abrazados con los sonidos de una lejana París allá abajo.
Atilio abrió un ojo y se dio cuenta que hacía mucho, pero mucho tiempo que no se despertaban sin un grito desde la otra habitación, sin un reclamo desde la puerta o sin un salto repentino de un enano sobre la cama. Se dio vuelta y abrazó a su esposa.
– Feliz aniversario… -susurró y arrancó un día inolvidable.
Tomaron un café mirando los techos parisinos y salieron en subte hacia la plaza de la Ópera. Caminaron por las Galerías Laffayette, encontraron lamentablemente un local inmenso de chocolates Lindt, y en una esquina , el consabido y original, Café de la Paix.
Se miraron y cancheros se sentaron, cancheros tomaron la carta de precios y cancheros se levantaron como se habían sentado.
Luego siguieron caminando por las calles de París, sentían un extraño revoloteo de mariposas en el estómago, como si pisaran un onírico colchón de nubes. Así llegaron hasta el Sena y sin cruzarlo siguieron su cauce hacia la Isla de la Cité.
Y así, casi sin darse cuenta, levantaron la vista y se encontraron con el Pont Neuf. Sin hablar se sentaron en uno de los bancos de piedra del puente, y sacaron la pequeña vasija de porcelana con los dos anillos.
Atilio atinó a decir unas palabras, pero el puente, el río, la ciudad y esos ojos que lo miraban le hicieron un nudo en la garganta imposible de desatar. Carmen le sonrió y le pidió su mano en silencio y él alzó la derecha…
– ¿Otra vez lo mismo, Atilio?
Hay cosas que no se curan ni con 25 años de casados… Ni la torpeza ni el embobamiento por esa mujer.
Luego de la pequeña e íntima ceremonia, cruzaron a la isla. Primero visitaron La Conciergerie, donde estuvieron presos miles de franceses en la Revolución, incluida María Antonieta, previo a que fueran juzgados y ejecutados, y luego Saint Chapelle, con sus increíbles vitraux.
Siguieron hacia la Catedral de Notre Dame y vieron la cola de más de dos cuadras para subir a la torre.
– ¿Será muy necesario subir, Ati?
– Depende, ¿está el jorobado allá arriba?
– No lo creo…
Recorrieron la nave central de la catedral, almorzaron un Croque Monsieur en un puestito frente a Notre Dame y encararon hacia el Panteón.
Pasearon entre las tumbas de Victor Hugo, de Voltaire, de Rousseau, de Marie Curie y de Alejandro Dumas, se maravillaron con el Péndulo de Foucault y la salida, buscando el subte, se toparon con los Jardines de Luxemburgo, donde recuperaron fuerzas con dos chocolates calientes mirando a los chicos con sus pequeños veleros en el lago.
De regreso al departamento, y luego de descansar un par de horas y bañarse, Atilio quiso bajar al supermercado de la esquina a comprarse una camiseta para debajo de la camisa.
– Atilio, ¿a vos te parece? A las ocho y cuarto tenemos que estar en el barco para la cena de aniversario.
– Carmen, si no querés que me congele en ese barco, sí me parece, voy y vengo.
Demás está decir que no fue y volvió, antes de hacerlo se peleó con una cajera por el precio de una libretita que había comprado, un poco en francés, otro poco en inglés, y casi todo en jeringozo. Cuando subió, se encontró a Carmen en la puerta:
– ¡Dónde estabas! ¡Son las ocho, Atilio!
Atrás quedaron los planes de ir en subte y llegar temprano. Pararon un taxi, que pegó una vuelta en U a las chapas.
– Où vous dites que vous allez?
– ¿Qué dijo?
– A dónde íbamos -le respondió Carmen y dirigiéndose al taxista- À le Pont des Arts, s’il vous plaît.
Y al rato, de nuevo el taxista: “¿Connaissez-vous le Pont des Arts?”
– ¿Qué dijo?
– Que lo voy a matar… Si conocemos el Puente de las Artes…
– Pero él es el taxista de París…
Cuando por fin se bajaron prometiéndose nunca más subirse a un taxi francés se dieron cuenta que los habían dejado a cuatro puentes de distancia, o sea a más de 15 cuadras de su destino.
– Son las ocho y media, Atilio, el barco zarpa a las menos cuarto, no puedo creer que nos perdamos nuestra cena de aniversario…
Atilio la miró, maravillosa esa noche, con un vestido resplandeciente, bella reflejada entre los destellos del agua y vio una pequeña lágrima que se asomaba entre sus pestañas, como hacía veinticinco años, cuando descubrió que le habían cortado su torta de casamiento.
Pero esta vez nadie había cortado aún la torta.
– Corremos, piba, corremos.

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