HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

El bug de nuestro cerebro

Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Bueno, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, atento lector, porque decir que el tiempo está loco está muy bien para una charla perenne de ascensor, pero tener que soportar estas manifestaciones de insania climatológica en carne propia es algo que no le agrada a nadie, no señor. A ver, porque si estamos en agosto, recontra invierno y vivimos en la Patagonia uno está preparado para recantarse de frío, rescatar los calzoncillos largos y las camisetas de frisa y salir a la calle con el temor de convertirse en estalactita antes de llegar a la esquina. Pero no, o llueve como si estuviéramos en el trópico o sale un sol que raja la tierra y el termómetro marca mucho más allá de los 5 grados esperados. Si esto no es cambio climático, ¿el cambio climático dónde está?
Pero, bueno, que ni vendemos pulóveres ni somos especialistas en calentamiento global, por lo que, como simples mortales, lo mejor que podemos hacer es salir a caminar por la playa, que no hay brisa y las ballenas nos cantan al oído.
Y ya que está caminando por la costa, al arrullo sensual de las amigas gorditas, como les dicen algunos lugareños mimosos, aproveche, querido lector a realizar un pequeño experimento que lo sacará de la monotonía invernal y le proveerá de deliciosos momentos de sano esparcimiento con propios y extraños. Promesa nada desdeñable a esta altura del año.
Tome un pañuelo grande y véndele los ojos a su compañera o compañero… No, no se me asuste, no pienso proponerle ningún juego que contemple ningún tipo de intimidad no apta para ser publicada en un matutino como el que nos reúne. Usted hágame caso que no lo voy a defraudar, no por lo menos como el otro patilludo hoy caído, saludablemente, en desgracia. Bueno, ¿ya lo o la tiene convenientemente vendada? ¿no ve nada de nada? Bueno, ¡ahora corra hasta Campana, provincia de Buenos Aires! No, mentira, chiste, chiste. Pídale que empiece a caminar tratando de seguir una línea recta. Lo mejor sería hacerlo con la marea bien baja así tiene una de esas playas nuestras que parecen más una pista de aterrizaje de bombarderos B-52. Dele tiempo, no le indique nada salvo que vaya a tragarse un balneario o esté a punto de zambullirse en medio del golfo, usted déjelo o déjela caminar libremente creyendo que efectivamente está haciendo una línea recta. Indefectiblemente comenzará a virar ligeramente hacia la derecha hasta volver a cruzar por el mismo lugar que pasó y así a realizar círculos hasta que en algún momento terminará en el mismo punto de donde partió, casi, casi como figura en el dibujito que los chicos del diario pusieron para ilustrar esta columneja. Parece que pasa lo mismo nadando, si alguien comienza a nadar en un gran lago con los ojos cerrados y trata de seguir una línea recta, ineludiblemente terminará nadando en círculos cada vez más pronunciados. Será por eso que tan fácilmente nos perdemos en los bosques y montañas. Es que se han hecho multitud de experimentos y lo que esta gente de guardapolvo y libretas de anotar descubrieron es que el ser humano es completamente incapaz de caminar en línea recta sin un punto fijo o sin ninguna guía. Hasta manejando un coche probaron. Obviamente en una especie de desierto donde no se podía estrolar con nadie; el chofer nunca pudo mantener una línea recta aunque él creía que sí lo hacía y terminó dando más vueltas que una calesita.
Ahora bien, ¿por qué belines somos tan cabezas de tacho que no podemos caminar derecho si no estamos mirando? Ni idea, vea, no se ponen de acuerdo, que el sol, que la luna, que los espejitos de colores, por cada especialista existe una teoría. Hay quienes aseguran que es por la mecánica, o sea, que como ningún cuerpo humano es perfectamente simétrico y siempre tenemos un brazo más largo que el otro, una pierna más corta que la otra y esa dominancia de un lado sobre el otro nos obligaría al desvío involuntario. Otros hacen cargo de la derivación a que nunca los dos hemisferios juegan parejos, sino que siempre uno somete al otro. Pero eso no explicaría por qué cornos siempre es para la derecha.
¿No me cree? ¿No tiene una playa a mano o un sujeto de prueba que le confíe tanto como para que le vende los ojos y lo ponga a caminar cerca del agua? Bueno, tengo dos conclusiones al respecto, una que debería trabajar un poco en su relacionamiento social y en la imagen que está dejando a sus prójimos. Dos, practiquemos un ejercicio muchísimo menos complicado, más hogareño, pero también divertido.
Estimo que está leyendo este diario sentado. Podría existir la posibilidad que estuviera caminando pero eso es tan improbable como peligroso, así que voy a mantenerme en mi primera suposición. Usted, en este preciso momento, está sentado. Con el pie derecho le voy a pedir que comience a dibujar un círculo en el sentido de las agujas del reloj, sin tocar el suelo. Siga, siga, mueva el pie, en el aire, dando pequeños giros en el sentido de las manillas de un reloj. Ahora levante la mano derecha y dibuje un número seis en el aire, de arriba para abajo, ¿qué pasó? No me diga nada, es imposible, Inténtelo de nuevo pero esta vez préstele bien atención a su pie, en el momento que dibuja el seis con la mano el pie, casi automáticamente cambia de dirección.
Cosa de locos, che.

Nota del autor: Información recabada de los sitios web www.npr.org y www.planetacurioso.com

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