Espacio para la rehabilitación

Hay problemáticas que, por su envergadura, atraviesan a todos los campos. Las adicciones no son sólo un tema de salud, o de política, ni siquiera de educación, son todo eso, son una cuestión social. La adolescencia es esa etapa crítica, con mayor proclividad y tendencia a quedar atrapado en esas redes. Y una vez que eso sucede: ¿cómo se hace para salir adelante?


La autogestión como camino

Caer en esa trampa que representan las adicciones al alcohol o las drogas, es un riesgo que se ha multiplicado con el acceso descontrolado a estas sustancias y el negocio que eso representa, hay condicionantes macro que tienen implicancias directas en los sectores más vulnerables. El crecimiento del consumo en la Patagonia aumentó de modo significativo. Qué caminos de rehabilitación encuentran los jóvenes para reinsertarse.

En este contexto de conflictividad social en relación a las drogas, la rehabilitación de los sectores más vulnerables al momento de pensar en reconstruir sus caminos vitales, se hace cuesta arriba, la sociedad no les ofrece la contención necesaria.

La temática es muy amplia, no obstante, este artículo abordará una cuestión muy sencilla:  qué hicieron puntualmente en CAINAR para elaborar esta encrucijada de modo terapéutico y ocupacional. Esta nota suena en re: una experiencia de rehabilitación, resiliencia y reciclaje que resignifica recorridos vivenciales.

Atrapados

La travesía comienza con un grupo de jóvenes en riesgo, que, a partir de la pérdida de un amigo, se juntaban (casi sin saberlo, de modo terapéutico) en la galesa a fin de elaborar esa ausencia. Una psicóloga social advirtió que ellos tenían esa necesidad concreta y comenzó a ayudarlos desinteresadamente, así se fue fundando un centro para jóvenes. Con ese espíritu inicial, el de atender una demanda social de parte de una población en riesgo.
Fue el punto de partida, hace casi veinte años, la mujer que los asistió es Gladys Urrutia y de esos encuentros nació CAINAR. De sitio de reunión apareció un garaje, luego una institución brindó lugar, hasta que se fundó un espacio propio, que rápidamente creció a partir de la necesidad manifiesta de un segmento muy expuesto de la población. Así nació el Centro de Atención Integral al Niño y Adolescente en Riesgo (CAINAR) de Puerto Madryn.

En la actualidad, en medio de avatares económicos consiguieron fundar un edificio propio, aunque la construcción quedó a mitad de camino y completarla representa una epopeya para esta asociación civil. En su momento el Estado decidió apoyar esa construcción y destinó presupuesto y espacio para tal fin, sin embargo, por cambio de gestiones, estas políticas quedaron truncas y quienes sufrieron directamente los perjuicios fueron los chicos que asisten a este lugar central para su recuperación y reinserción.
En medio de esta realidad “despintada” y fría, igual, se abre un fueguito que resignifica el recorrido de las chicas y chicos que asisten a los talleres.

Acompañame un poquito

Hace alrededor de dos años, un grupo terapéutico empezó a trabajar el concepto del reciclado, a partir de tantos materiales que podían ser transformados en nuevos, creció la idea de pensar un espacio ocupacional que hizo un clic a partir de observar el documental “Basura” (ver aparte).
“Surgió la propuesta de una cooperativa a partir de este grupo terapéutico”, recuerda Belén Saborit, responsable del espacio, “y después de ver el documental apareció la idea de fabricar juguetes y así generar algo de ingreso”.

La realidad de los chicos es compleja, porque además de sobrellevar una adicción, se ven en la necesidad de reinsertarse en la sociedad, cuestión áspera, sobre todo en el caso de quienes están judicializados: “Por tener antecedentes y no tener empleo, vimos que dándoles el espacio para que fabricaran los juguetes, estaban obteniendo un modo de rehabilitarse”, Saborit se refiere a que pueden desarrollar las instancias propias de un emprendimiento, con la responsabilidad laboral que implica y como una invitación a ver que es posible la generación de un ingreso. Y si bien éste no reemplazaba un sueldo, empezó a representar un incentivo importante. La confianza fue en aumento durante el recorrido.
“El foco pasó a ser más terapéutico ocupacional que sólo terapéutico. Arrancó y no paró”, rememora quien es una de las talleristas de CAINAR acerca del crecimiento vertiginoso de este emprendimiento que resignifica materiales reciclados en la construcción de juguetes de madera, como los sonajeros para los cochecitos de los bebés.

Yo te banco

“Fabricar juguetes para niños les permite resignificar la importancia de la infancia, que puedan ofrecer algo hecho a mano para que otros chicos puedan jugar…”, Belén Saborit es musicoterapeuta y acompañante terapéutica de esta actividad, hace un especial hincapié en la resignificación de la infancia para estos jóvenes que crecieron en ámbitos vulnerables y en la mayoría de los casos fueron institucionalizados desde muy chicos.

Además de los juguetes, una idea lleva a la otra y cual Yepetto, creció el proyecto de confeccionar banquitos, con el mismo espíritu de lo reciclado, porque decidieron fabricarlos con madera reutilizada (esas placas que se elaboran prensando restos de otras maderas) para transmitir la noción de transformación ya desde lo visual. Y al crear la tapa del banquito, llegó una sugerencia que fue muy bienvenida, la de hacer unas fundas tejidas con tela de reuso: la totora. Desde los distintos espacios del centro, fueron colaborando para fabricar las distintas partes y, sobre todo, para enseñarles a hacer sus propios banquitos. “Es una métafora de lo social, todo es un reciclado”, suena en los pasillos. Es que los banquitos sí que se la bancan.

De boca en boca

En el trayecto de este espacio que fomenta la autogestión, algunos de los chicos desandaron su propio camino, independiente, ya vuelan como una cooperativa aparte, gracias a las herramientas que, como alas, sumaron en CAINAR.

En la actualidad, el grupo que participa de distintos espacios en la institución está conformado por una treintena de jóvenes, muchos de los cuales participa del taller de reciclado. Van y vienen, la realidad es dinámica, y con muchas dificultades, el espacio igual está.

Los banquitos se han transformado en el objeto más buscado. Cada uno se vende a 200 pesos, de lo que se recauda, el 80% va para quien produjo la pieza y el 20% sirve para costear los materiales y así permitir que la rueda siga girando. Sobre cómo los reciben las personas, Saborit analiza: “El impacto es muy bueno, aunque lo social no se traduce en lo económico. A la gente le encanta recibirlo y enterarse de cómo está hecho. Aunque les cuesta mucho acercarse hasta acá a comprar”. Es una experiencia en pequeña escala que no cuenta con canales formales de venta, más allá de alguna feria de tipo escolar que les abrió las puertas. Lo concreto es que las ventas se generan por los comentarios que se van transmitiendo “de boca en boca”.
Por otra parte, el camino se vuelve duro si de salir a vender se trata. Han tenido experiencias frustrantes porque al ver a los chicos con los banquitos, la Policía los ha demorado bajo la sospecha de que eran objetos robados. Se hace difícil superar el prejuicio social. De todos modos, no se han detenido ante esas circunstancias, el tiempo pasa y se la han bancado.

Hoy y mañana
CAINAR es una asociación civil que está tan detrás del día a día que sufre la falta de gestión en apoyos estructurales. Los profesionales a cargo de los distintos espacios dependen de subsidios que no llegan a destino, entonces, desarrollan su tarea más desde una concepción de voluntariado que como un trabajo rentado, cuestión que dificulta la estabilidad laboral. Así y todo, la institución mantiene a flote espacios de taller como carpintería y juegos, además de los espacios de contención, como el de acompañamiento terapéutico. Es fundamental, también, el asesoramiento de la abogada, en cuanto a justicia restitutiva. Otro espacio que crece es el de cerámica, aunque pendiente de dos cuestiones: que se instale el gas y que se pueda habilitar la electricidad para poner en funcionamiento el horno de cerámica.

A la dirección de Susana López y la coordinación de Gladys Urrutia, se le suma el trabajo del personal que mantiene el edificio y a las encargadas de cocina. De los talleres participan distintas profesionales ligadas al área de la salud: Miriam Cerdá, Noemí Lana, Angie Velázquez, Liliana Rojas, además de Belén Saborit.
Es invierno, en este Centro las dificultades no se toman vacaciones… Diga que hay un equipo que al frío le pone el calor humano, con el ingenio como combustible que siempre se recicla.

 

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