Página de cuento 666

Moza 2

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com

Las medias lunas estaban buenas, pero los huevos fritos, en contadas ocasiones, me ponen antipático. Es algo raro del metabolismo, no sé, pero estoy convencido que algunas comidas me cambian el estado de ánimo. Es temprano aún para el almuerzo, pero mucha gente está ingresando al local. Desde los amplios ventanales se ve ondear al mar.
“Señorita, por favor me trae la cuenta” “No es ningún favor, es una obligación de mi parte”. La moza, de configuración esbelta, se acerca a paso marcado a mi mesa. Los ventanales marcan su silueta a contraluz, es como una sombra, como un cuadro impresionista.
Puedo oler su perfume entremezclado con los vahos maravillosos que vuelan desde la cocina, ¿es un Liz Claiborne o un Vendetta de Valentino? Nada que ver con el perfume de la maestra, un Ophelie de Pierre Cardin, pero igual huele bien.
Me acordé de la maestra con el pelo atado en colita. “Discúlpeme, ¿no sabe dónde puedo encontrar a una maestra por acá?” “Sí, por supuesto, vaya a la 42, está por acá derecho 4 o 5 cuadras, o doble para allá, hasta la 158.” “¿Y cómo sabe que la que yo busco está en la 42 o en la 158? ¿Y si es de otra?” “Si usted está seguro de emprender una búsqueda, debe comenzar por el principio, que es empezar a buscar. Así como si estuviera seguro de dejar de fumar, debe comenzar por dejar de fumar, tal es el principio del éxito. No debe permitirse pensamiento alguno que lo desvíe del objetivo, ni plantearse el porqué o el para qué. Seguramente muchos le indicarán, adrede o no, una dirección a seguir errónea, pero usted tome cada sugerencia en el sentido correcto y también en el inverso. Hágales caso, pero al mismo tiempo rechace la propuesta, no olvide que el mejor camino a seguir suele mostrarse casi siempre como el más incierto.” “¿Usted usa Liz Claiborne?” “Sólo por la mañana. Pasado el mediodía, paso a un Cacharel. Como le decía, en cuanto vislumbre un sendero oscuro, un largo y sinuoso camino, no dude, vaya por allí, en última instancia, si no llega a ninguna parte, pensará que todo fue una pérdida de tiempo, pero el tiempo nunca se pierde, el tiempo siempre se acumula, se agrega, aún en la espera de algo, el tiempo degrada pero también eterniza, cada momento puede transformarse en eterno, y también puede tornarse interminable, tedioso, insoportable, intolerable. Mucho se ha dicho acerca del tiempo, de su glorioso valor, de su tirana veleidad, de su poder curativo, pero lo realmente cierto es eso que está allí, por siempre: su fugacidad, es decir, nada existe salvo en el instante en que ocurre. Luego, solamente es recuerdo, una extraña conjunción de redes neuronales que como por arte de magia desatan un recuerdo en la mente de los hombres, pero esto, gracias al tiempo, poco a poco se va convirtiendo en nada. Así es que aquel que emprenda una búsqueda no debe medir el éxito en función del tiempo de obtención de éste, sino en función del mantenimiento del ideal en el tiempo. Nada es gratis, nadie da nada por nada, nada es instantáneo, los grandes logros no son los que cuestan obtener, sino los que nunca se obtienen pero son perseguidos con una convicción gigantesca. Aquí tiene la cuenta, son 345 pesos más la propina.”
Me puse de pie, me acomodé el pulóver atado a la cintura, me puse el saco, el sobretodo, pagué, saludé y salí. En la puerta, una ráfaga de viento me quitó el picaporte de la mano, golpeó la puerta contra el marco, levantó un remolino de arena muy cerca, arrastró a un cascarudo más de dos metros, hasta que logró aferrarse a un palito enterrado en la arena. Pataleó, enderezó su centro de gravedad, con tenacidad se agarró más del palito, contra las fuerzas de la naturaleza, este frágil ser luchaba sin interesarle nada más. Qué noble actitud la del cascarudo, sin rumbo fijo pero siempre yendo hacia alguna parte, incierta en absoluto, pero siempre hacia adelante. ¿Por qué? ¿Para qué? No importa eso, el cascarudo va siempre yendo hacia algún lugar. El viento lo arrastra, lo tira, lo desvía, pero él patalea boca arriba hasta que un papel furibundo, una hoja, o un palito, le sirve para agarrarse, girar y seguir caminando.
Me subí el cuello del sobretodo y caminé hasta la Roca. El viento era menos persistente lejos de la playa, pero en las bocacalles se embolsaba más. La camarera me había dicho hacia el sur, por eso, y nada más que por eso, caminé hacia el norte.
FIN

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