EL CAMPO DE BATALLA DE LAS CAMPAÑAS SE AMPLIÓ A LAS REDES SOCIALES. LAS ESTRATEGIAS PARA “BAJAR” LAS ACCIONES DE LOS OPONENTES EN EL CAMPO DIGITAL. LA NUEVA ERA DE LA MILITANCIA FANTASMA Y EL MEJOR POSICIONAMIENTO DE CAMBIEMOS EN ESE CAMPO

La política en época de trolls

Por Mariano Beldyk*

Las campañas definitivamente no son lo que eran. Las estrategias políticas evolucionaron al ritmo de las comunicaciones al punto que una parte importante de las batallas se da hoy en el mundo virtual, lejos de las calles. Las arrobas imponen debates, las pintadas y banderas cedieron lugar a los hashtags, los punteros se volvieron community managers, mientras que un político no puede soñar con ganar una elección sin volverse antes trending topic. Por supuesto, también la campaña sucia se volcó a la web y redes, como no podía ser de otra forma.

Batallas web

“No hay trolls en nuestro gobierno, no lo hacemos. Venimos acá, discutimos, damos la cara. Si tiene elementos, apórtelos, porque repudiamos cualquier acción de este tipo”, contraatacó el jefe de Gabinete, Marcos Peña, cuando Felipe Solá lo llamó “trollero” durante su exposición ante el pleno de Diputados, en mayo de este año.
El legislador del massismo señaló a los responsables de la estrategia digital del gobierno nacional por orquestar ataques de desprestigio a través del mundo virtual. Y no fue el primero.
El apodado “call center” del macrismo ha acumulado tantas batallas como denuncias, cabe decir. Ataques contra periodistas críticos, opositores políticos y hasta figuras públicas, como Marcelo Tinelli.

Enojos tardíos

Durante las elecciones de 2015, el candidato presidencial del Frente para la Victoria, Daniel Scioli, denunció un asalto en su contra en las redes sociales. Se presentó ante la Dirección Nacional Electoral con una carpeta repleta de usuarios de Twitter “claramente identificados”, hasta 50.000 cuentas. “Hipócritas”, los llamó. Lo curioso es que el propio gobernador bonaerense había sido señalado, en 2011, por hacer uso de idénticos recursos, aunque con un fin muy distinto: posicionar su nombre en la arena digital.
Un golpe similar sufrió Sergio Massa el año pasado. Ante Peña, exhibió su propia carpeta de tuiteros sospechosos: todos replicaban un idéntico mensaje que lo involucraba con cuentas offshore de los Panamá Papers. Había un homónimo del diputado citado en la investigación, un financista de Miami sin vínculo alguno con él. En cambio, el que realmente aparecía bajo sospecha —luego la justicia desestimaría que se tratara de lavado— era el presidente Macri. Pero la oleada de tuits pretendió desviar la atención hacia el Massa argentino, en su lugar.

Un tsunami imparable

También Juan Manuel Sueiro, secretario Adjunto de ATE Capital, denunció que el mismo tsunami de tuits descalificantes se desató sobre los científicos del Conicet durante su protesta contra el recorte de becas. Y más cerca en el tiempo, los gremios docentes apuntaron contra los trolls de Cambiemos por alimentar una cruzada en su contra, a fuerza de consignas tan endebles como inflamables: los que protestan son vagos que abusan de los recursos del Estado y argumentos por el estilo. Por supuesto que, en todos los casos, diferentes voceros del oficialismo negaron fomentar estas prácticas de un modo orgánico.

Los militantes fantasmas

Los trolls a los que aluden las denuncias suelen ser cuentas inactivas, “secuestradas” para su uso en un plan de ataque sistemático. O pueden ser fabricadas, con fotos y biografías inventadas, emulando cuentas reales para evitar su censura cuando operan. La característica principal es que hay, detrás de ellas, una mano que las maneja y administra, en ocasiones, a través de plataformas que permiten la gestión simultánea de numerosas cuentas, como Hootsuit o TweetDeck. Luego están los bots que, como su nombre lo indica, reaccionan en forma automatizada según directrices de sus programadores.
En las PASO anteriores, los trolls se metieron en la interna bonaerense del Justicialismo. Aníbal Fernández acusó a Julián Domínguez de lanzarle sus hordas virtuales para ensuciar su imagen pública en la web. La batalla escondía una pugna entre un histórico publicista del peronismo como José Albistur y la CM de la Casa Rosada e integrante del Movimiento Peronista Bloguero, Anita Montanaro. Otro ataque del ciberespacio K contra el gobierno macrista fue menos fortuito, quizás por descuidado: la campaña #ElFracasodeMacri, en mayo de este año, quedó expuesta cuando un mismo “usuario” tuiteó varios mensajes contradictorios. En uno de ellos se atribuía el cobro de una jubilación que no le alcanzaba para vivir. El único inconveniente era que la foto de Araceli Arezzo, tal su “nombre“, correspondía a la de una chica de no más de 20 años.

Credibilidad

Nadie duda que lo que sucede en Internet dista mucho de convertirse en un termómetro real del votante promedio. Sin embargo, un hashtag repetido hasta el hartazgo con información falsa que se viraliza y desprestigia, hace daño. El ruido molesta y eso puede bastar para distraer al candidato en un momento clave, y llevarlo a cometer un error en el campo de la realidad. Además, no hay que perder de vista que todo lo que se haga y diga en el cibermundo con el fin de hacer daño, es tan susceptible de ser penado por la ley como cualquier acto en el mundo físico.

Y si volvemos a la tierra…

Desde Colombia, Jaramillo insiste en la importancia de generar ejércitos de seguidores reales, “de carne y hueso”, dispuestos a contrarrestar este tipo de acciones. “Los trolls se activan si el político se iguala con ellos, desde su estatura y dignidad dialoga con perfiles falsos o que solo buscan llamar la atención con base en insultos y calumnias. Ciertas apps sociales permiten ver la condición, legitimidad, rutinas, antigüedad y discurso de una cuenta para evaluar si debe ser el candidato o alguien de su equipo el que atienda la inquietud. El cuarto de guerra debe ser el que reciba las herramientas del verdadero daño causado”, subraya.
Detrás de los “influencers” pagos, los mercenarios virtuales y las “granjas de trolls” que manejan consultoras especializadas a las que acuden gobiernos y privados como equipos de guerra para instalar tendencias y revertir otras, subyace el fenómenos de la diseminación de noticias falsas y su incremento a través de las redes sociales. Natalia Zuazo, politóloga y periodista, investigó las múltiples aristas de este pantano virtual en su libro “Guerras de Internet” y relaciona este último fenómeno con el bajo costo de producir y difundir información falsa frente al alto precio de hacer periodismo de calidad.

Los medios en el medio

Luego pesa también el rol de los medios y su compleja adaptación a los tiempos. De acuerdo con un trabajo de los investigadores argentinos Eugenia Mitchelstein, Pablo Boczkowski y Mora Matassi, las redes sociales se imponen como segunda opción preferida de recolección de noticias (58 por ciento) entre los jóvenes de 18 a 29 años, al igual que los sitios web (41,9 por ciento). Es el segmento social que impone tendencias. También el que más veracidad otorga a lo que lee por estos canales (44 por ciento en las redes y 48,5 por ciento en la web), por encima de los medios gráficos pero por debajo de la televisión. Lo llaman el fenómeno de las “noticias fusión”, porque ambos tipos de medios conviven, aunque en las redes suele prevalecer la opinión sobre lo fáctico.
Como señalan los autores, “el 69 por ciento de los encuestados con acceso a redes sociales (y el 74 por ciento de los menores de 30) concuerda con la frase ‘me encuentro con noticias online mientras navego por redes sociales“.
La tendencia dista de ser local. De acuerdo al Digital News Report de 2017, las redes son la principal fuente de acceso a información entre los jóvenes de 18 a 24 años en 36 países relevados.

Aldea global

Los ataques con trolls y bots se han multiplicado a lo largo del mundo.
En el informe “Troops, Trolls and Troublemakers: A Global Inventory of Organized Social Media Manipulation”, Samantha Bradshaw y Philip N. Howard, de la Universidad de Oxford, sostienen que los primeros reportes de ataques de manipulación de las redes sociales datan de 2010 y que hoy se extienden a lo largo de 28 países, en regímenes autoritarios y democráticos por igual.
La última campaña de Donald Trump con la proliferación de “fake news” popularizó el término de posverdad como regla de veracidad para las noticias que ensuciaron la campaña con un grado de credibilidad inusitada. De las 20 noticias más compartidas en Facebook durante la contienda, Ipsos concluyó que los medios “alternativos” habían superado las 8 millones de interacciones, un millón por encima de las que originaron los medios tradicionales. El 75 por ciento de ellas eran falsas.
No obstante ello, Zuazo destaca que, en la Argentina, la campaña sucia es una parte muy menor de la estrategia del gobierno en las redes sociales. Y Cambiemos, a su entender, tiene el plan de acción digital más exitoso y a largo plazo de la Argentina. Para tener en cuenta…

Fuente: Apertura

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