ANIVERSARIO EN PARIS - DÍA 15

Se pudre todo, Carmen

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Carmen y Atilio Lampeduzza cumplen 25 años de casados y el sueño de Carmen fue siempre festejar sus Bodas de Plata en París, y están en el Viejo Continente, pero esta vez solos, Albina y Ramiro se quedaron en la casa de los abuelos en Buenos Aires. Ya pasaron una semana en París y dos días en Bélgica y otro tanto en Amsterdam.

El viaje estaba llegando a su fin y los extensos itinerarios programados de Carmen estaban comenzando a pasarles factura.
– Dale, Atilio, que tenemos que ir a buscar el coche…
– ¿Qué coche? –preguntó su esposo con una mano sobre los ojos cerrados intentando inútilmente seguir durmiendo.
– El coche que alquilamos para recorrer Holanda.
– Ya recorrimos Holanda, Carmen.
– No, Atilio, recorrimos Ámsterdam, no Holanda.
– Con Ámsterdam me alcanza, Carmencita, dormite una siesta.
A los 15 minutos estaban caminando hacia la terminal de trenes con las dos valijas mientras Atilio refunfuñaba en un idioma incognoscible, pero algo deberían entender, porque hasta los perros lo esquivaban.
Carmen se encargó de hablar con la española que atendía la agencia, Atilio estaba sentado junto a las dos valijas mirando el mar de gente que se cruzaba frente a la vidriera.
– Ati, fantástico, no tienen el auto que alquilamos.
– Me parece que me estoy perdiendo de algo, ¿qué tiene eso de fantástico? ¿Tenemos que seguir a pata?
– No, Ati, si no tienen el que vos alquilaste, te tienen que dar uno mejor.
– Ah, ¿y por qué?
– No sé, Ati, dejá de hacer preguntas estúpidas y agarrá la llave antes de que se arrepientan.
Así que los Lampeduzzas, de Liniers a Ámsterdam sin escalas, después de perderse tres veces en la salida, estaban manejando un Mercedes Benz onda Roger Moore hacia el norte de Holanda.
Ya reconciliados con el GPS del auto, llegaron hasta Volendaam, donde tomaron un ferry hacia Marken, un pequeño pueblito de pescadores salido de un cuento de Hans Christian Andersen, con sus casas sobre pilotes, calles angostas y ovejas junto a los patios traseros. Visitaron una fábrica de zuecos holandeses, vaya paradoja, y a la hora volvieron a Volendaam, donde pasearon por el puerto, almorzaron arenques y salchichas, y se volvieron a subir al coche.
– ¿A dónde dijiste que vamos?
– Armesfoort, Atilio, pero no me hables cuando estoy programando esta cosa que me pierdo –le respondió Carmen mientras apretaba los botonitos del GPS.
Ya en la ruta, Atilio volvió a peguntar: “¿A dónde decías que íbamos?”
– A Armesfoort, Atilio, es uno de los dos campos de traslado y concentración nazi que hubo en Holanda
– Me parecía que habías dicho eso, pero quería confirmarlo; yo no quiero ir a un campo de concentración…
– Es historia, Atilio.
– El viejo Saturnino del almacén de la esquina de Tonelero es historia y no me lo banco y no le compro nunca.
– No me vengas con Don Satur ahora, Atilio, no tiene nada que ver. Es como ir a un museo.
– En un museo miro cuadros, me aburro, camino, tomo un café, sigo mirando cuadros, me aburro un poco más y listo. Esto no es un museo.
Al llegar se dieron cuenta de que, la verdad, no quedaba mucho del antiguo campo de concentración, un par de paredes de una barraca y el puesto de observación del vigía, aunque el sendero entre los árboles donde fusilaban a los detenidos los dejó a los dos conmocionados.
Ya en el coche: “No quería ir a un campo de concentración, Carmen”.
De ahí viajaron hasta Utrecht, una de las ciudades más hermosas de Holanda y caminaron hasta su solitaria torre, junto a la catedral.
Y luego a Rotterdam, donde llegaron al atardecer. El hotel quedaba a las afueras de la ciudad, junto a una autopista. Atilio, que aún arrastraba la necesidad de siesta desde el amanecer en Ámsterdam, vio que la oportunidad la pintaban calva y amagó a zambullirse en la cama cuando lo abarajó su esposa diciéndole que tenían que ir a comprar una aspirina.
– Pero yo sólo quiero ir a dormir, no hace falta que me digas que te duele la cabeza, Carmen.
– Me duele la cabeza en serio, Atilio, la chica del mostrador me dijo que acá a dos cuadras puede ser que haya una farmacia abierta.
– ¿La chica del mostrador te dio indicaciones de dónde hay una farmacia abierta y no te dio una aspirina ella? ¿Dónde quedó la famosa solidaridad holandesa?
– ¿Es famosa la solidaridad holandesa?
– La de esta chica del mostrador seguramente no
Cuando salieron se dieron cuenta que si bien el hotel estaba junto a una autopista, del otro lado había un barrio de casitas bajas, rodeadas de parques, y como era lógico en Holanda, canales de agua. Pero como era lógico también, la farmacia estaba cerrada.
Volvieron junto a uno de los canales hasta que Atilio se paró en una esquina.
– Dale, Ati, que ya es de noche…
– ¿Vos ves a ese tipo en la ventana?
– Sí, está en su sillón leyendo un libro.
– ¿Y vos viste lo que hay nadando en el canal justo en frente de ese tipo que está leyendo un libro en su sillón de su living?
– ¡Ay! ¡Cisnes! ¡Qué lindos! Y son una familia de cisnes, está la mamá cisne, el papá cisne y un montón de cisnecitos…
– ¡Y ese desgraciado está leyendo su libro, en su sillón, en su living, mirando como una familia de cisnes llena de cisnecitos nadan enfrente de su ventana! Mejor volvamos, Carmen, que estoy por cometer un envidiacidio, y es mejor que la chica del mostrador entregue una aspirina porque se pudre todo, se pudre todo, Carmen.

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