Página de cuento 674

Ciudad Yogur – Una historia de amor, de locura y de leche. Parte VIII: Gladys

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com www.nacher.com.ar

Salimos a la calle sin hablar. La tomé del brazo a la altura del codo (sin tocarle la mano, estaba prohibido) y cruzamos la Avenida Stampton en diagonal. La avenida estaba vacía, mojada por una llovizna ínfima. Gladys caminaba a mi lado con un aire sumiso y sospechoso. Era muy bonita, sin embargo, también me había cautivado la belleza de la Señorita Chicha. Mi departamento estaba a tres cuadras de allí, por eso que casi ni hablamos durante el viaje. Llegamos, subimos la escalera mientras saludé con frialdad al portero Frunk y mi vecina del 2J, doña Bromura, que me observaban con asombro, no era la primera vez que llevaba una esposa a mi departamento, pero de la anterior a esta parte habían pasado ya muchos años.
Entramos, le dije a Gladys que se pusiera cómoda, que se sintiera como en su casa que, de hecho, lo era.
Mi esposa aún no sabía que se iba a llamar Gladys, así que tomé esto como excusa para romper el hielo.
“Desde ahora te vas a llamar Gladys, Gladys Terranova de Dunlopp. Ese es tu nombre completo.”
“Gracias” me contestó lacónicamente.
“Faltaba más. ¿Te gusta tu nombre?” le pregunté mientras miraba la hora, ya se estaba haciendo el momento de ir a buscar a Marlene. Y aquel era un deber insoslayable, de lo contrario Tetildo jamás me lo iba a perdonar.
“Sí”, me dijo Gladys, “es mucho mejor que el de mi anterior matrimonio, cuando me llamaba Zulma. Realmente ese nombre no me gustaba. Disculpa, voy al baño.”
“Espera, el inodoro está tapado, debo arreglar algunas cosas para ti, hace mucho tiempo que estoy solo y este lugar es un desastre.”
“No te preocupes, pareces un buen hombre. Creo que nos llevaremos bien. Seguramente no tendrás necesidad de rescindir el contrato.”
“A decir verdad, la decisión de casarme contigo no fue premeditada. Lo decidí hace apenas una hora. Pero cuando te vi allí, en el negocio de personas-objetos, supe que ibas a ser mi esposa, al menos por unos meses. Hasta podría llegar a amarte” Esta última frase dicha por mi salió de mi boca como si la hubiera dicho otro. No pude controlar lo que decía, que por supuesto era algo aberrante e intolerable.
“¿Qué estás diciendo? ¡Estás loco! ¡Te denunciaré a la policía por semejante barbaridad¡ ¡Ya mismo lo hago!”
“Espera, lo dije sin pensar, jamás cometería tal delito. Mira, Gladys, lo que pasa es que últimamente se me hace muy difícil controlar mis pensamientos, me confundo pensando en sentimientos prohibidos hacia las mujeres.”
“Está bien, pero que sea la última vez que me sugieres darme algo así como amor. Ya te dije, pareces buena persona, no arruines mi primera impresión.”
“Escúchame Gladys, tengo que salir a buscar a una mujer que está en problemas. Te pido que, simplemente, no te dejes llevar por malos pensamientos provocados por esto que te dije, no significa nada, fue tan sólo un exabrupto. ¿Quieres un batido de leche con kiwi?”
“Está bien. Pero por favor, no tardes demasiado, no olvides que ahora estás casado.”
Serví los kiwis, me puse el sobretodo y en ese momento sonó el timbre, que tenía un horrible ringtone de música popular sudanesa, una porquería que me había instalado Frunk sin que yo se lo pidiera. Casualmente, era Frunk.
“Buenas tardes Albert, qué hermoso ringtone ¿verdad? Bueno, vengo a destaparle el inodoro. ¿Se puede?”
“Sí, estoy por salir, pero se va a quedar mi esposa, Gladys.”
“No se preocupe, me quedaré apenas unos momentos y dejaré su baño en perfectas condiciones. Respecto a su nueva esposa, lo felicito es muy bonita.”
“Gracias, aunque su alquiler es un poco elevado, creo que lo vale.”
Tomé a Gladys de la cintura y le di un profundo beso en la boca. “No te preocupes, no te quiero.” Le dije susurrando al oído, para tranquilizarla un poco más.
Y me fui a buscar a Marlene.

Continuará…

Foto: Pingüino utilizado en Bar El Toto para servir chocolatada

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