HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

La matemática al servicio del buen romance

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Pongamos el caso que usted, estimado lector, esté caminando, así como quien no quiere la cosa, un atardecer por la playa. Pongamos el caso, también, que se cruza con un contingente de turistas españoles que vienen de hacer un avistaje en Pirámides, de esto se da cuenta porque están cansados pero sonrientes. También pongamos el caso que en un rápido análisis de la población de dicho grupo usted se percata que son todos jubilados de la zona de Cacabelos, pero justo en el medio hay una grácil, dulce y delicada galleguita a la que estaría encantado de regalarle ya mismo un city tour. Pongamos el caso, por último –y si estamos imaginando, imaginemos con ganas- que esta señorita peninsular le ha respondido con una sonrisa a su mirada. Ahora bien, ¿cómo hacer para inmiscuirse en medio del grupo sin despertar demasiadas sospechas? Podría hacerse pasar por un agente de migraciones o tal vez por un empleado de aduanas, pero no creo que logre demasiados resultados con fines románticos si arranca tan poco perfilado al romance. Otra opción es hacerse pasar por guía turístico, hecho que si lo llegan a agarrar, especialmente el guía del grupo mismo, no creo que su obra social cubra las consecuencias. Así que mejor siga sonriendo, hágase el simpático, cuente chistes –no de gallegos, no creo que sea oportuno-, enarbole su don de gentes y logre captar la atención de la mayoría, transformándose en el centro de todas las miradas. Tampoco es tan difícil si se sigue encaprichando en usar esas camisas floreadas, pero ese es otro tema.
Cuando ya tenga más o menos conquistada la atención de la mayoría, vaya caminando lentamente hacia donde está parada la fémina en cuestión. Siga tirando pequeñas anécdotas mientras avanza, como para que no se note mucho su objetivo final. Elogie el collar de cuentas violetas de la señora perfumada de la izquierda, alabe el buen gusto del caballero con bermudas, ojotas y sombrero hawaiano, reconozca la mundanidad de aquella pareja que se ha vestido en composé, todo hasta lograr ubicarse a unos pocos metros de esos ojos verdes que lo tienen cautivado. Una vez en posición, y como si lo estuviera diciendo aleatoriamente y sin destino fijo diga que desafía a quien quiera que usted puede adivinar un número del 1 al 10.000 en menos de veinte intentos. De más está decirle que todos dirán que es imposible y usted se hará el compadrito asegurando que es capaz de eso y mucho más. A ver, exclame con un dedo en el aire y mirando alrededor, a ver, a ver, ¡usted, la desafío a usted! Los ojos verdes le sonreirán de gusto.
Explíquele que ella deberá pensar un número entre el 1 y el 10.000 y que usted irá diciendo números y ella le deberá contestar si la cifra que pensó es mayor o menor al mismo. Y que en menos de veinte intentos usted dará con el número exacto. Los ojos verdes seguramente volverán a sonreír. Y tal vez le pregunte, juguetonamente, que cuál era la apuesta. Y usted responda seguro, que si usted pierde promete meterse vestido en el mar en ese mismo momento, pero que si ella pierde deberá acompañarlo a tomar un vermouth esa misma noche. De más está decir que sucederán dos cosas, una, ella va a aceptar el desafío por la diversión de verlo empapado en medio de la rambla, y dos, unos cuantos de los españoles ya habrán descubierto sus oscuras intenciones, pero, lola, ya es tarde para lágrimas, al menos hispanas.
Ahora, tranquilo empiece a jugar, le puedo asegurar que lo adivinará entre el lance 12 y, máximo, el 15 o 16. ¿Cómo? Escuche y aprenda.
El método no es muy difícil, es ir reduciendo el número de candidatos a la mitad cada vez. Un diálogo posible podrá ser el siguiente:
– 5.000
– Menos
– 2.500
– Menos
– 1.250
– Más
– 1.875
– Menos… Y así hasta el número buscado.
Lo que no puedo asegurarle aquí es cuántos intentos exactos se necesitan de antemano. Para calcular el número de intentos, y sólo para darle un basamento psudocientífico a toda esta cháchara, se hace el logaritmo base 2 del número de candidatos, o sea el número de intentos necesarios en 10.000 sería el logaritmo en base 2 de10.000, que es 13,29 intentos. Pero para hacerlo sin calculadora y de memoria, lo más fácil es contar el número de ceros (4 en este caso) y multiplicarlo por 3, nos quedará un número aproximado al mínimo necesario de intentos. Si en cambio, queremos darnos bien la corte digamos que adivinaremos un número en un millón, tampoco es tan grave, haga la prueba, 1.000.000, seis ceros, seis por tres, dieciocho, calcúlele unos veinte intentos, nada mal ¿no?
Una vez tomando un gin tonic y mirando el mar, explíquele a la niña de ojos verdes el secreto. Y hágala partícipe del misterio de los números, contándole que al fin de cuentas todos practicamos habitualmente este truco, como por ejemplo cuando buscamos una palabra en el diccionario. Si no estuviera ordenado alfabéticamente tendríamos que hallarlo leyendo una por una todas las palabras, pero lo que hacemos es un esquema logarítmico. Dígale por ejemplo, si buscamos la palabra “ósculo”, abriremos el diccionario más o menos por la mitad e iremos particionando las posibilidades a la mitad hasta encontrar ese “ósculo”, que como usted bien sabe, es sinónimo de “beso” y que mejor oportunidad, bajo esta luna tan hermosa y este mar tan llevadero de abandonar los números y encontrar el amor, ¿no?
Sí, sí, de nada y hasta la próxima.

Nota del autor: Información recogida de la página http://1031tensai.blogspot.com/

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