UN CUENTO DE MIÉRCOLES

Caminando al ritmo de la noche

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

La oscuridad invade cada rincón de la ciudad y en los cordones se junta en agua de ayer en pequeñas lagunas aceitosas. El tráfico se va silenciando mientras las luces de neón se hacen dueñas de la noche.
Camino hacia el sur y escucho una tenue melodía en uno de esos tugurios que refugian del frío a los perdidos, una banda toca dixie en cuatro por cuatro. El frío me estremece, pero me hace bien escuchar esa canción.
Empujo la puerta, adentro sólo se ven algunas mesas ocupadas, será la lluvia mentirosa que engañó a esas caras que esperaba estuvieran acá. O será que en estos tiempos se llenó de los mismos tugurios, con el mismo alcohol y la misma música y los pocos que somos nos desparramamos sin mirarnos.
Me siento y pido una birra, serán demasiados los lugares, pero no hay muchos saxos que puedan sonar así.
Después sigo camino al sur, escucho la guitarra de Jorge. Él es puro ritmo, pero no quiere hacernos llorar ni cantar, él solo quiere tocar, durante horas, días, años, porque eso es para lo que vive y para lo que se despierta cada tarde. Con su vieja guitarra, que es lo único que se puede permitir.
Los adoquines brillan con luces rojas y azules, con luces verdes y amarillas. Pero a Pablo no le importa si no hace un buen papel; tiene un trabajo durante el día y le va bien. Si hoy es blues y mañana es funk, si el viernes toca country y el domingo soul, el lunes siempre será lunes.
La noche de la ciudad es así, la música nace entre vasos y besos y se pierde en la calle, confundiéndose con el taxi que pasa lento frente a la puerta y mis pasos que salpican barro. Y sigo hacia el sur, en esta ciudad que huele a veces a río y otras veces a vómito, aunque haya noches que no sepa diferenciarlas. Hago sonar las botas gastadas como si realmente me importara, buscando un nuevo puerto donde atracar por un rato, mientras en una ventana se apaga una luz y la silueta que se recortaba desaparece por siempre de mi vida.
En una esquina que no conozco una banda de pendejos se hacen los tontos, medio borrachos, medio intoxicados, vestidos con sus mejores pantalones gastados. A ellos no les importa un pomo ni los saxos, ni el ritmo, mucho menos las bandas con trompetas, definitivamente eso no es lo que ellos llaman rock
Por fin tiro mis bártulos en mi lugar, donde todos me conocen y conozco a todos, pero se sube un hombre al destartalado escenario y se acerca al micrófono y dice, por último, cuando el reloj da la hora «Gracias y buenas noches, ya es hora de irse a casa».

ÚLTIMAS NOTICIAS