Página de cuento 686

Ciudad Yogur – Una historia de amor, de locura y de leche Parte XX: Julie

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com

La marea blanca había cesado. Una brusca calma, brusca, sí, porque aquel desorden, aquella calle inundada con leche de cabra, aquellos autos amontonados por el río blanco contra los edificios, cuerpos de perros y de gente desparramados en el asfalto húmedo, sonidos de sirenas estridentes, gritos, todo aquello, de repente, con brusquedad, había terminado.
Apenas se escuchaban otras sirenas lejanas y el rechinar de un cartel de una tienda de lácteos que se había descolgado de uno de sus soportes y pendulaba sobre el otro, era una leve queja del cartel antes de caer a la vereda. El cartel decía “Tienda El Besugo – Leche de vaca raza Holstein – Leche de búfala, de camella y de yack”.
Betty y yo volvimos a encontrarnos con las otras tres muchachas y, un poco alejada de las otras, se encontraba Julie, vestida de azul, con un vestido hermoso, celestial, que delineaba su figura a la altura de la cintura y se desplegaba en volados abiertos en las piernas. Su piel morena, casi negra, se destacaba en contraste con el horizonte del río blanco, que de a poco se iba desagotando.
Dejé por un momento a las otras tres y me acerqué a ella. Mientras, una ráfaga de pensamientos, en una secuencia muy veloz y difusa, se adueñó de mi cerebro. Eran imágenes de gente, hombres y mujeres, como hormigas, una multitud caminando sin cesar, como autómatas, en calles atestadas de personas. Eran como hormigas, juntas, pero sin relaciones directas, sin vínculos afectivos, todas caminando en una misma dirección, hacia un destino desconocido, invisible, fijado por alguien también invisible. ¿Un Dios?
Había perdido la caja azul.
Pensé en Gladys, en Marlene, en Loly, en Teté, incluso en la Señorita Chicha.
“Ven Julie, ven con nosotros. Salgamos de aquí, vamos a casa.”
La tomé del brazo y caminamos. Allí cerca, en la otra cuadra, estaba todavía estacionado mi Fetrulán III.
“No quiero hablar, no tengo nada para decir. Toda mi vida trabajé para el estado. Pasé los mejores años de mi vida clasificando cajas de yogures ricos en carbohidratos. Siempre traté de respetar las normas, de ser una ciudadana ejemplar, de únicamente alquilar afectos, esposos, hijos, y no involucrarme con nadie. Pero algo me decía que esta felicidad del no-sentimiento no iba a durar para siempre, que no podía ser que todo en mi fuera virtud, sabía que una pequeña semilla de maldad, de transgresión residente en mi espíritu iba a germinar alguna vez, y lo que siempre fue una inquebrantable y ejemplar indiferencia hacia todo el mundo, se iba a convertir, de repente, en un degradante y malicioso sentimiento de amor. Creo que, hoy por hoy, sin haber consumado siquiera este sentimiento, merezco el castigo del gobierno, tan sólo por mis oscuros pensamientos.”
“Vamos, no es para tanto, a cualquiera puede pasarle. A mí, por ejemplo, que toda la vida fui un caza-rebeldes, me sucede que en este momento estoy profundamente enamorado de ocho mujeres, incluyéndola a usted, y ya no me hago más problemas ni me planteo las consecuencias de todo esto. Aunque creo que está llegando el momento de tomar una decisión, y será una decisión definitiva y para siempre. Allí abajo, en las cloacas, vive gente que se opone al orden estatal establecido, a la verdad de las leyes anti-sentimientos. Sin embargo, viven muy mal. Se rodean de amor y de caricias, es cierto, pero esas caricias se hacen con manos sucias de excrementos, que allí abajo, están por todos lados. No me gusta aquella realidad, pero tampoco me gusta la nuestra, todas estas prohibiciones no hacen más que incentivar mi lado transgresor, cuantos más policías veo por las calles, y que potencialmente me persiguen, más valiente me siento y con ganas de enfrentarlos. No somos hormigas, somos seres humanos, y quizá yo sea uno de los precursores de un nuevo renacimiento, donde los sentimientos estén por encima del razonamiento, donde el corazón indique las reglas, donde…”
Se escuchó un silbato. “¡Alto ahí! ¡Policía!”
Julie se desmayó en mis brazos, el cartel de la Tienda El Besugo se descolgó del todo y golpeó de canto en la cabeza del uniformado.
Corrimos todos, hasta el Fetrulán.
Lo puse en marcha. Arrancó a la tercera vuelta del burro. Es un fierro el Fetrulán.

Continuará…

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