Por Alejandro Lodes

Toda su vida Hans ha luchado por confiar en sí mismo y lo ha logrado con el pasar de los años. Reclutado desde pequeño ha intentado superar sus miedos a costa de sentimientos. Un mundo vacío se encuentra frente a él por primera vez, sus padres han muerto en una explosión, y como víctimas de guerra sus almas han sido elevadas al cielo. Nadie podrá tocarlos ya que con sus cuerpos evaporados por la detonación, sólo en el recuerdo perdurarán.

Por su cuenta, Hans encuentra un folleto inspirador para formar a jóvenes y entrenarlos militarmente, con el fin de que sobrevivan estos tiempos. Sin familia alguna y sin posibilidades se acerca al punto de encuentro, piensa con poca claridad y mucha angustia en su pecho. Encontrándose con un edificio, que se anuncia claramente con un cartel de “Bienvenidos ayudantes del Nuevo territorio”, ingresa con la frente en alto.

“¿Estás seguro que quieres servir a nuestra Nación?” – Le preguntan mientras le entregan un papel y le indican que al firmar no habrá vuelta atrás. Lo hace sin dudar, y con tanta fuerza que deja una marca permanentemente en aquél escritorio de madera.
“Tu entrenamiento comienza mañana a las 600 horas, y a partir de este momento debes dormir en la barraca 302” – Apuntan hacia el Este con su mano y le entregan una vestimenta.

Soñando con el pasado Hans se siente calmo, sus temores se han desvanecido, y finalmente su camino podría llegar a buen puerto. Durante el día el entrenamiento es frente a computadoras, las cuales le plantean situaciones extremas para aprender a diferenciar el bien del mal, pero por las noches su cuerpo es curtido arduamente en ejercicios físicos hasta caer en un sueño profundo.

“Aufstehen Soldat!” – Gritan mientras golpean su suave cara de infante logrando que despierte de, un sueño melancólico, donde su padre y madre dicen que lo aman.
“Si señor!” – Hans responde, sólo para ser golpeado nuevamente por no respetar el rango.
“Sergeant! maldito niño, Sergeant!”.

Un nuevo día lo descubre, y el entrenamiento ha comenzado sin que lo note. Las palabras de aprobación han desaparecido y ahora es solamente una cuestión de supervivencia. La tierra dura comienza a raspar su cuerpo mientras hace flexiones de brazos. “Debes aprender cómo es estar muerto, y no temerle!” – Le gritan pisoteando su espalda y empujándolo hacia el suelo.

Sus brazos se han hecho más fuertes, ahora puede cargar cosas más pesadas y correr, del “Punto A al Punto B”, sin sentir calambres por la falta de ejercicio. Los días han pasado muy rápidamente en aquella barraca. Su barba comienza a hacerlo sentir, que los años han sido crueles y que las hormonas no son las mismas. Sus sentimientos desaparecieron día a día y su cuerpo ha sido endurecido.

Por las noches se recuesta y siente el abrazo de su madre, sabe que es solo psicológico, pero aún así quiere creer que esto le da calor y fuerzas para seguir. Aunque no recuerda su edad, él sabe que fue querido por su familia. “Ahora estás listo para salir afuera! Ya tienes tus 18 malditos años” – Fueron las frases de cumpleaños y del egreso militar, junto al Rifle XR-23.
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