Página de cuento 691

Ciudad Yogur – Una historia de amor, de locura y de leche Parte XXVII: Yesi

Por Carlos Alberto Nacher
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La mujer policía se quedó tiesa junto a la ventanilla del Fetrulán, esperando con un dejo de ansiedad que yo le presentara mi documentación.
Busqué el registro en la guantera, la cédula rosa en el pantalón, el certificado de nacimiento y el carnet de ciudadano de primera, todo eso sin sacar la vista de los ojos verdes y felinos de la policía, que como dos rodajas de kiwi coronaban su rostro moreno, como una torta de chocolate bañada en ralladura de coco. Y sus labios, que eran dos tiras de salsa de cereza con yogur de frutilla.
“Usted ¿Cómo se llama?”
“¿Porqué me lo pregunta? ¿Acaso no sabe que es mala educación preguntarle el nombre a una dama sin mencionar el suyo propio?”
“Es verdad, conozco el protocolo y el sentido de la caballerosidad y respeto reinante en Ciudad Yogur, y me llama mucho la atención que, siendo así, usted, como policía, se arrogue el derecho de pedirme mis identificaciones sin mostrar las suyas propias. En fin, será la ley así, siempre par el lado de quienes pretenden hacerlas cumplir, y nunca para favorecer a aquel que la quebranta.”
“Es que a nadie, o a muy pocos, se le ocurre violar las leyes. Es algo que aquí nos inculcan desde muy pequeños. ¿A usted se le pasa por la mente semejante idea?”
“Mi mente, como seguramente le pasará también a usted, es una olla a presión cargada de leche hirviendo a punto de saltar por los aires y dejar un rastro de pensamientos hirvientes que atraviesan la carne de las personas. Mi mente rebalsa de pensamientos, algunos legales y otros no, y siento que ahora puedo cruzar la barrera de la racionalidad, entregarme por completo al salvajismo de los sentimientos y liberar mis emociones. Me llamo Alberto. Y usted, ¿Cómo se llama?”
La policía me miró, con la boca entreabierta, como si mis palabras le hubieran hecho tambalear su estantería estatal polimilitarizada.
“Yesi”
Fue todo lo que dijo, como en un susurro. Un hombre policía se acercó.
“¿Todo bien Yesi?” Luego enfocó la linterna al interior del Fetrulán. Al ver a las nueve mujeres amontonadas dio dos pasos atrás de la sorpresa, giró la linterna enfocando a Yesi, que seguía muda.
“¿Qué es esto Yesi? ¿Acaso estamos todos locos? ¿Nueve mujeres adentro de un auto? Usted, bájese inmediatamente.”
“Ja ja ja, claro, el señor policía es tan hombre, que se olvidó de la igualdad absoluta de sexo que impera en la ciudad. Entonces, pretende humillar a la Yesi haciendo él mismo el control del vehículo que le correspondía a ella, pasando por encima de la autoridad misma de ella, y demostrando, como en un tiro por elevación, que la mujer policía no está capacitada para este tipo de acciones que requiere vigor y valor. Por favor Yesi, demostrémosle a este orangután con diarrea cómo se hace una buena pesquisa policial y acérquese usted a revisar el vehículo. Pero antes de que lo haga, quiero decirle que usted es muy bonita, y que me gusta mucho.”
La Yesi no tuvo tiempo de pensar, otros policías se habían agolpado alrededor, atraídos por la discusión en medio del silencio nocturno. Unos grillos iluminaban la casilla del control policial rodeada de árboles oscuros y densos. Unos perros hambrientos ladraban a un costado, mientras se peleaban por un trapo engrasado y una botella plástica de leche entera con apenas un mísero resto. En ese entorno, la Yesi se acercó a mi ventanilla con su linterna. Adentro, las mujeres permanecían en silencio.
Estiró el brazo hasta introducirlo en el interior del auto. Una mano tersa, delicada, que aferraba a la linterna temblorosa. El haz de luz recorrió uno a uno los rostros de las muchachas que la miraban fijamente, como desafiándola y, al mismo tiempo, invitándola a subir al auto con ellas.
La tomé con fuerza del brazo y de un tirón seco la metí por la ventanilla adentro del auto. Cayó sobre mis piernas. Puse primera y aceleré a fondo, las cubiertas rechinaron sobre el asfalto.
Escapamos hacia la nada, hacia el todo, los perros nos ladraban, voces de alto se escuchaban a lo lejos, ruidos de motores que se encendían desesperadamente, sirenas, gritos de alerta.
El Fetrulán estaba sobrecargado, pero igual respondía sin quejarse.
Y el Fetrulán, lanzado en velocidad, es inalcanzable.

Continuará…

Foto: Torres de control de Autopista del flan – Ciudad Yogur

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