UN CUENTO DE MIÉRCOLES

Un último llamado antes del amanecer

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

A veces las cosas no llegan a su tiempo, pero eso no significa que no lleguen. Suena la música en el atardecer, la voz de Roy en la radio se corta contra el atardecer mientras su vestido, ya un tanto descolorido, ondula casi como una visión.
Se da vuelta cuando golpea la puerta y lo escucha llamarla. Los años a veces nos hacen travesuras que parecen cosas de chicos, pero no lo son. No me hagas volver, le dice, no tengo valor para estar solo, le confiesa. Y todos los otros atardeceres vuelven a vivir en esa hora, cientos, miles de soles cayendo en ese mismo horizonte y duda.
Él sólo le está pidiendo un poco de fe, pero ella sabe que dejó atrás a varios mesías y profetas como para seguir entregando plegarias al viento. E insiste, vaya si insiste. En la puerta de ese barrio de la meseta él la mira desde su rostro esculpido por la arena.
Camina dos pasos hacia la cocina y ve la puerta del cuarto, la cama solitaria y deshecha le devuelve la mirada llena de dolores y calambres y recuenta los nombres de los que llegaron y se fueron, pero uno sigue resonando sobre su nuca. Y él, aún desde la puerta lo repite, y es un efecto extraño escucharlo en su boca cuando acaba de oírlo en su cabeza. No soy ese héroe, le dice, la única redención que puedo ofrecerte está debajo de este sucio capó, le susurra a los gritos desde el vano de la puerta. Eso sí, le aclara, estoy convencido que hay grandes posibilidades de que todo salga bien.
Amaga a darse vuelta y ese gesto lo anima. Se está haciendo de noche y el otoño de los tiempos, el mismo que comienza a atacar sus sienes y sus ojos, se acerca implacable. Él lo sabe, y ella también.
Y en ese momento le regala la última oportunidad de hacerlo realidad, cambiar unas alas gastadas por ruedas nuevas, parece que no es un trato justo, ¿pero qué es justo en esta vida? Le promete otro día, pero con más cielo, casi una tierra prometida.
Sé que es tarde, le dice, pero seguimos estando a tiempo. Le cuenta que aprendió nuevas mañas, y se ríe, como un perro viejo, y vuelve a mirar el coche que ronronea a sus espaldas.
Ella recuerda las promesas, no las hace palabras, pero él sabe, y trata de desvanecer esos fantasmas que tratan de separarlos, porque los malditos saben que no están del todo equivocados. Él insiste, habla de libertad, habla de amaneceres, pero calla otras cosas que a nadie hacen bien. Porque los dos aprendieron que hay pensamientos que espantan y que nos encadenan al abismo de la falta de perdones.
Cierra los ojos y desaparece el dormitorio vacío, desaparece esa calle y esa casa sin ventanas, y escucha el suave rugido del motor. Y ahora él duda, se sienta y pone las manos sobre el volante.
Me voy, esta es una ciudad llena de perdedores y yo me voy, siempre hay tiempo de dejar de serlo, le dice cerrando la puerta. El viento en la cara debe sentirse bien, aunque sea una vez en la vida, piensa mientras se da vuelta lentamente.

(Respuesta del miércoles anterior: Lucy in the sky with diamonds de The Beatles)

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