HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

¿Y desde cuándo necesitamos una excusa para una fría cerveza, eh?

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Hoy, seguramente más de un grupo de amigos se reunirán a empedarse con cerveza. Eso no es ninguna noticia, por cierto, querido lector, lo que sí puede ser noticia –aunque en estos tiempos tan globalizados que vivimos ya no estoy tan seguro- es que lo harán en honor a un santo irlandés. ¿No será un poco mucho?, podrá preguntarse el borrachín de la esquina; si yo me mamo todos los días y no ando rezándole a ningún santo, ni irlandés ni congoleño, farfullará mientras avanza dubitativamente hacia la esquina.
Es que la cosa, que para algunos podrá ser novedosa, viene de hace una punta de años. Porque los irlandeses vienen celebrando, cada 17 de marzo, el día en honor a San Patricio, que fue el evangelista que triunfó por aquellas tierras sobre las religiones paganas y derrotó finalmente a los druidas y a los duendes de la región. Más allá de las opiniones particulares de cada uno, atento lector, sobre las bondades de la religión del bueno de Patricio sobre la de los duendes y hadas, la cuestión no carece de ribetes sumamente interesantes.
Cuenta la leyenda, que San Patricio, cuando todavía no era san, sólo Patricio, después de fundar su primera iglesia en Irlanda, se encomendó en la ardua tarea de que la gente abandonara sus creencias milenarias y sus dioses paganos y se convirtiera al cristianismo. Desde ya que no le fue fácil, el pueblo celta si por algo es famoso es por su testarudez, además de por sus bonitas canciones, hermosos poemas, preciosos dibujos y… Bueno, ¿en qué estaba?, ah, sí, que San Patricio empezó con su tarea evangelizadora cual mosquito frente a una parva de elefantes, tan magnífica pintaba la faena.
Arrancó con una serie de milagros que fueron allanando la cuestión y logrando así propagar su fe y conseguir adeptos. Hecho que por supuesto no le cayó nada bien a los druidas de la zona, quienes un tanto inquietos pusieron manos a la obra, y mediante extraños ritos lograron convocar a un verdadero ejército de duendes para obstaculizar el trabajo de San Patricio –como dije, todavía no era “san”, pero queda medio raro decirle solamente “Patricio”- metiéndose en el mismo templo y volviendo locos a los nuevos feligreses. Y así, las pequeñas criaturas pellizcaban, mordían tobillos, movían las cosas, escondían otras, rompían tazas, ensuciaban el piso, lanzaban inquietantes carcajadas y emitían otros chirridos y aullidos inquietantes. O sea, unos desgraciados bárbaros.
Pero, sabiendo que era todo obra de los druidas, un día San Patricio los enfrentó y terminó expulsando a todos los duendes del templo. Hecho que no sólo le granjeó un número creciente de creyentes, sino que es el día de hoy que en Irlanda se usa su imagen para protegerse de los duendes, ya que éstos no soportan ver al causante de su destierro. Igualmente a mí, personalmente, esta historia, fiel lector, me sigue haciendo un poco de ruido. Digo, si efectivamente los druidas eran tan poderosos como para conjurar a unos bichos increíbles que San Patricio debió echar del templo, tan paganos no suenan, ¿no? Digo, si San Patricio pudo expulsar a un montón de duendes eso quiere decir que existían, y si existían quiere decir que, bueno… Nada, mejor lo dejo ahí porque ya veo que me estoy metiendo en un berenjenal del cual va a ser muy difícil encontrar la salida.
Volviendo al santo, una de las cosas que lo caracterizaron, y luego se hizo un verdadero símbolo de todo lo irlandés, festividad del 17 de marzo inclusive, es el trébol. Esto se debe a que San Patricio acostumbraba a recorrer las tierras verdes de Irlanda siempre con un trébol en la mano, el cual, según él, simbolizaba la Santísima Trinidad. Esta definición no fue nada arbitraria, ya que por esas tierras ya era tradición que el trébol significara buena fortuna porque alejaba a las brujas y a los espíritus malvados.
Así, hoy, cada festividad de San Patricio, se ve siempre engalanada por el color verde de los pastos de Irlanda y por millones de tréboles, que auguran la buena suerte y el recuerdo del mencionado santo.
Eso sí, lo de llenarse la panza de cerveza no tengo la menor idea de dónde proviene. Será cuestión de seguir tomando, en una de esas, algún 17 de marzo alguien nos lo termina de explicar, ¡salud!

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