UN CUENTO DE MIÉRCOLES

Con todo el peso de la ley

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Cuenta la historia, esa que escriben los que tienen la billetera para poder pagar las victorias, pero que a veces los descastados logran torcer aunque sea sólo un poco, que él la mató con su bastón, tan simple como eso, sólo con su bastón que hizo volar con la mano donde brillan sus anillos. La mató en un hotel de Baltimore, en uno de esos hoteles donde la vajilla no es de cerámica y las copas cantan cuando bailan con champagne.
Pero, a pesar de las caras circunspectas, de los gestos altaneros, igual llamaron a la policía, que un asesinato es un asesinato, en Baltimore como en París, y cuando llegaron, él todavía tenía su bastón ensangrentado, y se lo quitaron mientras lo llevaban, eso sí, con bastante delicadeza a la comisaría. Y ahí lo acusaron de homicidio en primer grado.
Y ustedes lo vieron pasar, por esos pasillos de mármol y de cristal, sería bueno que se quitaran esas máscaras, porque no es tiempo para lágrimas.
Tiene apenas 24 años y la vida por delante, tiene 24 años y es dueño de una plantación tabaquera de seis hectáreas. ¿Quién lo diría? Sus padres son más ricos que los reyes, lo mantienen y protegen. Y si algo falla, todos lo saben, tiene relaciones con los más importantes políticos y potentados. Todos lo saben y él lo sabe, por eso cuando le preguntaron por qué lo había hecho, qué había justificado esa acción, sólo reaccionó con un leve encogimiento de hombros. Pero no era desdén lo que reflejaba, sus palabras rezumaron desprecio, hasta su lengua gruñó dicen los que lo escucharon.
Pero, así como entró, era natural, salió; pagó la fianza con el dinero familiar y salió; y ustedes, que siempre se la pasan filosofando sobre la vida, sobre las desgracias, sobre la agonía y critican todo miedo, sáquense las máscaras, que ahora no es momento para lágrimas.
Ella nació en una cocina y vivió para ganarse un lugar en ella, cincuenta y un años de sufrimientos continuos y constantes, cincuenta y un años y diez hijos, que llevaban los platos y sacaban la basura. Ella vivió en la cocina, nunca se sentó a la mesa, nunca le habló siquiera a la gente en la mesa. Ella sólo limpiaba la comida, levantaba los platos y vaciaba los ceniceros.
Ella fue asesinada de un solo golpe, ella fue asesinada con su bastón. Por un momento pudo ver el brillo del diamante en uno de sus dedos, cuando la mano se levantó e hizo surcar en el aire la madera y el metal y luego cayó, cruzando toda la habitación. Pero ese báculo no estaba destinado a la bendición, tampoco al honor, estaba condenado a destruir lo noble.
Ustedes lo saben, detrás de todos sus discursos y de todos sus silencios, ella nunca le había hecho nada, ni de palabra ni de acto. Ella llevaba cincuenta y un años de trabajo buscándose un lugar en la cocina, sin sentarse a la mesa, sin hablar. Y ustedes siguen polemizando, año tras año, siglo tras siglo, mandoble tras mandoble, sáquense la máscara de la cara, definitivamente no es momento para lágrimas.
Y llegó el día, todos nos encontramos en esa sala, aunque la esperanza, naturalmente faltó a la cita. Y el Juez levantó a su vez su madera, golpeó él también el mazo, declamando que todos somos iguales, sí, por supuesto, que los tribunales siempre están a la altura, eso está claro, que las leyes y los libros no admiten persuasiones y que hasta los ricos son debidamente juzgados, evidentemente.
Y siguió dictaminando, que la policía había hecho su trabajo, que lo habían perseguido y lo habían capturado, y él también recordó cómo los había esperado mirando la sangre resbalar por su bastón; y que el brazo de la ley no tiene ningún límite, y que la vida, y las leyes y la justicia…
Y se escuchó, nítida, pero un poco apagada por la tela de su capa aterciopelada, con voz profunda y distinguida, que la sanción sería severa, para que sirviera, como era de esperar, tanto de escarmiento como de expiación.
Y lo condenó a seis meses de prisión.
Ah, pero ustedes, que filosofan sobre la desgracia y critican todo miedo, quítense la máscara de la cara, ahora no es momento para sus lágrimas.

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