UN CUENTO DE MIÉRCOLES

Él nos cantaba cartas por las noches

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Había un escritor de canciones con un gusto exquisito, de palabras amables y frases exactas, pero que sólo escribía esquelas. Todos nos sentábamos a escucharlo por las noches para que nos las leyera, de memoria, como si fuera un maníaco cartero escapado del hospicio de la vuelta de la esquina.
Como aquella vez, que se sentó en su silla favorita y cabizbajo, como casi siempre, escondido en el ala de su sombrero, y nos presentó a Marta.
Habían pasado muchos años, tantos años, pero su voz seguía teniendo ese timbre inconfundible, a pesar de los miles de kilómetros de cable tendidos bajo el sol y bajo el mar. Y ella también, nos dijo, recordaba su propia voz, cascada, de invierno. Ella atendió esa llamada de larga distancia, a pesar de la fortuna que la operadora había dicho, al fin de cuentas no todos los días se acortan cuarenta años.
Prendió un cigarrillo en la penumbra, sólo a él se lo permitían en estos tiempos de amigos de la sanidad, y repitió sus palabras pidiéndole que hiciera memoria, invitándola nuevamente a tomar un café, para hablar de todo.
Y, como otras veces, caímos en su hechizo, las luces parecieron esquivarnos, sumergiéndonos en un laberinto de espejos gastados, donde los días volvieron a oler a rosas, y la poesía y la prosa volvió a transpirar por sus biseles, y Marta, por supuesto, con una sonrisa que aún brillaba, sólo tenía ojos para él, y él para ella.
En esos días no existía el mañana, nos dijo, y nosotros le creímos, porque algún día también vivimos esos días, cuando empaquetamos nuestros pesares guardándolos para un día lluvioso. Como hoy.
Y nos dijo que le dijo que se sentía mucho más viejo, y nosotros también nos sentimos más viejos, y flotó otra voluta de humo sorteando consciente el detector de humo.
Resignado, como ahora mismo, le preguntó por su marido, por sus hijos. Porque Marta, nos explicó, pero tampoco era necesario ser vidente para saberlo, se había casado, como él mismo, hacía siglos.
Pero no le creímos cuando llegó a la parte de celebrar que encontrara a alguien que la hiciera sentir segura. Esas cosas nunca son ciertas, ni siquiera en las cartas recitadas entre amigos una noche de invierno. Ni siquiera al recordar a esos jóvenes alocados, ni siquiera desde esta irresponsable madurez.
Y de pronto hizo un silencio, demasiado largo, mucho más largo que de costumbre, casi tan largo como para romper el embrujo que nos manteníaoscilando a su lado. Habrá sido demasiado el tiempo o la añoranza; o tal vez el remordimiento, eso definitivamente sería algo nuevo, pero no despegamos nuestros ojos de su mano vacilante, haciendo un esfuerzo, nosotros también, por rescatar ese recuerdo que nos tenía en vilo.
Por fin despertó de su letanía y confesó que siempre había sido muy impulsivo, y supuso bien al creer que todavía lo era. Reconociendo que en ese entonces lo único que importaba era ser un hombre, y que tal vez estar juntos no era su destino.
Nunca supimos qué respondió Marta del otro lado de la línea cuando le dijo, con un hilo de voz, que aún la amaba, que los días le pesaban y que las rosas florecían únicamente en sus recuerdos, que la poesía y la prosa sonaban lejanas, como en aquellos tiempos que no existía el mañana, cuando empaquetaban sus pesares y los guardaban para un día lluvioso.
La noche se fue escurriendo, cuando todos guardamos silencio, recordando, entre los reflejos mezclados de los espejos aquellas noches tranquilas, estremeciéndonosjunto a nuestra propia y compartida soledad.

(Respuesta del miércoles anterior: He Went To Paris de Jimmy Buffett)

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