Página de cuento 702

Encuentro con Rebeca (Fragmento) – Parte VI

Por Carlos Alberto Nacher
cnacher1@hotmail.com

Del capítulo anterior:
…”- Es cierto, tenés razón. No puedo concebir la vida de aquellos que no eligen. –
– Ahora decime: aquellos que, como vos, eligen, ¿eligen bien? –“

– No sé. Pero no tiene importancia eso. Lo importante es siempre tener al menos dos caminos para decidirse por uno. Con frecuencia, esos caminos son «si» y «no». Ahora, por ejemplo, elegimos navegar a no hacerlo. Mañana a la mañana, quizá, elijamos volver a tierra. Y digo «elijamos» porque la moneda es mía y la tiro siempre para mi, no quiero involucrarte en mi decisión, puede que te afecte.
– Igual me puedo ver afectada aunque no me involucres. No olvides que tus actos afectan, al menos mínimamente, a los demás. Y en este momento estamos los dos arriba del velero, no sos el único.
– Me refiero a que vos tenés el derecho de ser todo lo incoherente que quieras, no tenés porqué seguir mis decisiones razonables. Vos sos libre. Pero por favor, ahora que el viento está calmo y hay poco oleaje, contame, ¿qué fue de Lolita?.
– Estuvo un tiempo más por aquí, pero luego no pudo sobreponerse al hecho de quedarse mucho tiempo en un lugar. Así son los vagabundos. No son como los huesos, que se quedan siempre donde uno los ponga. Por eso a mí me gustan los huesos, tienen una historia, un pasado.
– Todos lo tenemos, Rebeca. El pasado es una parte abstracta de nosotros que la reflejamos en cada palabra, en cada gesto. Somos una parte del pasado. A cada instante que transcurre, ya somos pasado. Ayer, por ejemplo, es ayer solamente hasta mañana, luego será anteayer y rápidamente se convertirá en «una vez», si es que recordamos ese día por algo en particular. Dentro de muy poco tiempo vas a decir «una vez salí a navegar con Farfisa». Será un hecho irreversible. No podrás evitar tener ese recuerdo al menos en lo más profundo de tu memoria, y esto cambiará en algo tu existencia, que pronto habrá pasado.
Las cebollas, vueltas a poner en la bolsa transparente, estaban húmedas en el piso de la embarcación. Rebeca las levantó y las puso sobre una mesita de fórmica dentro del habitáculo, una especie de camarote con una cama individual, una mesa y algunos pocos instrumentos de navegación. Había dos salvavidas colgados a un costado, Rebeca agarró uno y se lo puso. Le quedaba bien, le hacía más busto.
Se hizo de noche, y desde el velero se veía a la ciudad iluminada, como un hormiguero de hormigas lumínicas, atravesados sus pasillos por autos-hormiga de dos ojos.
Farfisa pensaba en Rebeca. Le resultaba una mujer extraña, pero atractiva. Sentado en la popa, miraba a la ciudad mientras el agua le susurraba algo al casco. Sacó la moneda y pensó, como si así se lo creyera, «si sale cara me enamoro».
Pero salió seca.

La historia que sigue es un poco extensa para detallarla. Aquí adjunto un pequeño resumen de lo ocurrido. Nada más que una breve referencia a un relato que nunca se escribió:
Van hacia el sur. Pero no, no hay nada hacia el sur. Deciden ir para el norte. Rebeca lleva al esqueleto en el bolso (aún no se lo había dicho). Llegan a un lugar extraño, amurallado por kilómetros. Aparece una edificación gigantesca (parece una fábrica). Rebeca, como poseída, entra a la fábrica. Farfisa se queda esperando afuera. Al rato, sale Rebeca vestida con un guardapolvos blanco, mira a Farfisa que está esperando todavía. Lo ignora. Pasan unos días. Farfisa, desesperado, ataca a palos a la puerta de la empresa. Va preso. 48 horas después sale. Ve la ciudad, extraña por cierto, parece una ciudad demasiado estructurada: llena de mujeres con guardapolvos blancos y de hombres con trajes negros. Una gran barrera de bloques grises obstaculiza la salida al mar. Solamente el edificio de donde salió Rebeca tiene acceso, para tirar deshechos. De noche, Farfisa se hace pasar por operario y entra al edificio. Ve a Rebeca por un instante. Ella cruza una mirada con él, pero de inmediato lo ignora una vez más. Continúa operando una extraña máquina de envasar filetes.
Haciéndose pasar por un operario, Farfisa sale a la explanada de la costa con una carretilla llena de deshechos. Se aleja un poco, arroja los desperdicios al mar y corre. Desde la fábrica se asoman unos guardias, le apuntan para dispararle. Pero no, total, no hay nada más allá de las murallas. Farfisa emprende el viaje de retorno en su velero. Arroja el esqueleto al agua. Se siente libre por un momento. Vuelve. Ya no es lo mismo. Ahora el también se estará escapando de algo para siempre. Pero es lo mejor para el futuro, aunque inevitablemente sea lo peor para el pasado.

FIN

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