Por Lazarillo de Tormes

Dice la frase que “si uno no quiere, dos no discuten”, y lo cierto es que una buena parte de la discusión o el “debate” sobre la actividad minera, se lo tragó la coyuntura que tuvo lugar “puertas afuera” de la Cámara Industrial de Puerto Madryn, el pasado martes por la mañana.
Sucede que la tolerancia es una virtud onerosa en estos tiempos; no porque cueste tenerla, sino por lo trabajoso que muchas veces resulta mantenerla, en el marco de una sociedad que parecería mantener el ‘status quo’ en base a la puja de opiniones y la reafirmación de posturas que poco agregan a los debates de alto nivel.
La comunidad del Golfo fue testigo, como ocurrió durante la cumbre realizada en Trevelin meses atrás, de una lamentable postal en la que la unilateralidad en la imposición de un pensamiento fue la protagonista; así como, puertas adentro de la Cámara Industrial, se inauguraba el ciclo de charlas destinadas a exponer el caso de la actividad minera en San Juan, por fuera del recinto, decenas de manifestantes exhibían su postura, a fuerza de carteles, palos, latas de pintura, aerosoles y “caras tapadas”.

La disputa por la moralidad

La agresión a quienes asistieron, entre ellos trabajadores de prensa dispuestos a documentar el evento y “la noticia”, dejó en evidencia una faceta de, tal vez, una minúscula parte de la sociedad: aquella cuya identidad no quiere revelar, y que prefiere manifestar su descontento sin convocar al debate y al intercambio de ideas; por el contrario, en lugar de primar el diálogo, reinaron el agravio, la violencia y los cuestionamientos “éticos” por quienes manifestaban estar por encima de la moral ajena, bajo la consigna del “no” a la minería.
Lo cierto es que se puede estar a favor o en contra de la despenalización del aborto, a favor o en contra de un gobierno, de una figura política o de un club deportivo, pero ello ciertamente no establece una valoración determinada sobre la calidad de quienes esbozan sus argumentos y esgrimen sus posturas.

Tensar la soga

Argentina, de la cual a veces Puerto Madryn es un ejemplo o un modelo a escala, ha sabido transitar desde que los memoriosos tienen memoria, aquella dicotomía en la que una parte de la sociedad tiraba de una punta de la soga y la otra hacía lo propio; sin embargo, en lugar de unir los extremos y conformar una circunferencia en la que todos pudieran verse las caras y opinar al respecto, el “debate argentino” se caracterizó, desde antaño, por “tensar la soga” hasta provocar una ruptura y, con ello, la consecuente ruptura social entre “Ellos” y “Nosotros”, “Los Unos” y “Los Otros”, “Argen” y “Tina” y tantas otras etiquetas que buscaron justificar una grieta donde no la había.
La violencia exhibida por los manifestantes no fue atípica, y pudo verse, durante el curso de la jornada, alguna “cara conocida” que supo hacer lo propio en algunas sesiones del Concejo Deliberante y durante la visita de la Vicepresidenta de la Nación a Madryn; también, vecinos que seguramente habrían abandonado sus tareas laborales, o bien pedido permiso en el trabajo, para concurrir a manifestarse con barbijos y trajes NBQ a las diez de la mañana de un martes.

A pensar

Tampoco faltó algún mensaje en el éter que “fogoneó” los disturbios y luego se solidarizó con los afectados, pero lo cierto es que la falta de tolerancia por el pensamiento ajeno exhibió una de las caras más preocupantes de cualquier comunidad, que es el poco respeto por la democracia y la tantas veces refritada conducta “antisistema” que busca evitar el debate y, en lugar de ello, exhibir su pensamiento vandalizando vehículos, arrojando pintura a vecinos y mostrando que, cuando se quiere, es posible superar el límite hasta entonces establecido.
Decía Erich Fromm, en una de sus más notables obras, que para lograr “ser”, el hombre “debe dedicarse a una actividad auténtica que no es otra que aquella que le permite un pleno desarrollo de sus capacidades”, una “tarea para el hogar” para buena parte de la comunidad.