Hola de nuevo, queridos lectores. Trataremos de resumir nuestras vivencias en los primeros tres días de la Copa del Mundo aquí en Moscú, que han dejado alegrías y sinsabores.
Lo primero que no podemos dejar de expresar es el cariño que nos demuestra la gente de Moscú. Lo buenos anfitriones que son para los argentinos se demuestra a cada paso: en la calle, en el metro, en los estadios y en los bares, con un gesto de unión y de aliento para nuestro país. Creo que mucho de esto tiene que ver el asociar nuestra camiseta a Lionel Messi, sin dudas, el más admirado aquí y que —como alguna vez sucedió con Maradona— nos representa e identifica.
En nuestro día libre y con la ayuda de Yulia, nuestra amiga rusa, recorrimos y conocimos algunos lugares históricos que nos deslumbraron. Es esta ciudad de doce millones de habitantes sorprendente, avasallante, con una riquísima historia por haber sido y ser una potencia mundial, hoy globalizada y occidentalizada. Es una mezcla perfecta de historia y modernismo.
La zona central de la Plaza Roja, allí donde se ubica el Kremlin, sede del gobierno, y la famosísima Catedral de San Basilio, icono de la ciudad, han permanecido cerradas al público por diferentes motivos, por lo cual recorrimos otros paseos históricos realmente bellos y asombrosos. Comenzamos con el Teatro Bolshoi, el teatro de ballet y ópera más famoso del mundo, de donde salieron, entre otros, Maya Plisetskaya y Rudolf Nureyev. Fantástico, asombroso, lujoso e imponente.
Luego de transitar la principal avenida, Tverskaya, repleta de hoteles, restaurantes y museos famosos, conocimos y admiramos los Jardines de Alexandria que rodean al Kremlin, una explosión de belleza, flores, y simetría que se puede admirar en verano, siempre con las cúpulas coloridas de catedrales y capillas, con su característica forma de cebolla.
Nuestro paseo diurno finalizó en el distrito de Arbat. Allí, desde el puente sobre el río Moscú se puede obtener tal vez una de las mejores vistas de la ciudad. Coronada por la Catedral de Cristo Salvador, de una belleza increíble en el atardecer con sus cúpulas doradas, es la foto más deseada de Moscú. Para nuestra sorpresa y como anécdota, sobre el puente sonaba nuestra música: el tango. Varias parejas rusas bailaban al son de la voz de ¡Carlos Gardel!
Para terminar el día paseamos por la avenida New Arbat, allí donde las luces, el tránsito y los edificios modernos apabullan. Subimos a uno de ellos y desde un piso 20 observamos la ciudad de noche: cúpulas, el centro financiero, el Río Moscú y el Kremlin. Difícil de explicar. Nos quedamos sin aliento ante semejante vista de 360 grados. Viajar y conocer diferentes culturas y ciudades lo hace a uno a veces perder un poco la capacidad de asombro, pero les puedo asegurar que de esta visión y de esta noche no me olvidaré jamás.
Pasemos al Mundial. Presenciamos la ceremonia de apertura. Sencilla, con mucho color y calor fuera del estadio, nutrido de aficionados de todos los países, embanderados, mostrando su música. Dentro del Luzhniki, por supuesto, los rusos eran mayoría. Después de la presentación de Robbie Williams disfrutaron de una goleada impensada que los hace ilusionar. Y festejaron a su manera, con el único canto que tienen: “Rusia” repetido varias veces. Muy diferente a la pasión e ingenio de los argentinos.
Queda para el final la presentación de Argentina. Fiesta en la previa, imaginando una goleada. Impresionaba la cantidad de argentinos: casi veinte mil. La pasión, la locura, las banderas y la música: una fiesta. El éxtasis llegó cuando sonó el Himno en el Estadio de Spartak. A partir de allí, la mala actuación del equipo, la mala tarde de Messi y el extraño y equivocado planteo de Sampaoli hicieron el resto. Un empate que preocupa y que dejó a los argentinos decepcionados y llenos de dudas.
De esto se trata el Mundial. Disfrutar, conocer y cultivarse. Que el fútbol nos permita hacerlo es algo que siempre agradeceré.
Los despido hasta la próxima, para seguir contándoles sobre esta ciudad y este país, espero que con mejores noticias futbolísticas.