POR QUÉ LA DISCUSIÓN DE GÉNERO PRETENDE DEFINIR QUIÉN ES CULPABLE O NO DE UN HOMICIDIO

Con los pies en la orilla y la cabeza en el fondo del mar

Por Lazarillo de Tormes

Hoy podemos decir que, de alguna manera, nos tapó el agua. En algún punto de la historia, el cuenco social en el que nuestra comunidad se desarrolla a diario, lentamente comenzó a llenarse con un líquido más denso que el agua y con menos transparencia que aquella que permite observar, a través del nivel del líquido, aquello que yace y aquello que emerge.
Nuevamente, y como suele suceder en la sociedad argentina, un caso puntual que tomó estado público, emergió de las profundidades del mundo judicial para encallar en la orilla de la propia opinión pública; allí, donde la marea golpea con la misma fuerza que la Espada de Damocles, que suelen esgrimir quienes se dicen dueños, dueñas o “dueñes” de la Verdad.
La verdad, aquél crisol con tantas interpretaciones, pero a veces, una sola, que permite mantener el orden de las cosas en una sociedad tan turbulenta como un mar que nunca encuentra la calma; porque nunca encontramos la calma, o bien porque hallamos orden en el caos.

Homicidio

A principios de julio, Nahir Galarza fue condenada a la pena de prisión perpetua por el asesinato de Fernando Pastorizzo, con quien mantenía una relación sentimental y a quien ultimó de dos balazos, en un ataque ocurrido en la vía pública y de manera voluntaria por parte de la joven de 19 años, según lo determinado por la Justicia.
El caso tuvo una importante exposición mediática, por motivos que tienen que ver con aquella extraña forma en la que, a veces, el periodismo se ejerce bajo la misma dinámica patriarcal que la legislación; por un lado, a partir de la mención del “Caso Nahir Galarza”, utilizando el nombre del victimario en lugar del de la víctima, que es como suelen denominarse los casos policiales de alto perfil.
Sucede que la entonces acusada y ahora condenada, reviste una figura considerada de “belleza” para los estándares del consumismo y el sexismo con el que la sociedad atraviesa su día a día; de este modo, el atractivo mencionado por la mayoría de los medios durante la cobertura fue, concretamente, signado por la incógnita de “cómo una mujer tan bella podría haber cometido tal atroz asesinato”, sin reparar en la verdadera noticia, que fue la muerte de un joven de 20 años, acribillado por quien fuera su pareja.
Bajo la misma dinámica, los ingresos en los buscadores de Internet, lejos de mostrar el interés de la sociedad en un caso de estas características, se definieron por la búsqueda del “video XXX” de la acusada, acaso alimentando aquél morbo que nos define muchas veces, tristemente, como una sociedad con ciertos códigos que cuesta comprender.

El Reino del Revés

Como suele pasar en Argentina, cuando un caso toma estado público, surgen aquellos emprendedores políticos o sociales -políticos, al fin y al cabo- que buscan capitalizar el hecho para canalizar una idea y, posteriormente, reforzar una ideología que por sí misma y sin apoyo de la coyuntura, se desvanecería “como lágrimas en la lluvia”, tal como solía rezar la última frase de un clásico de la ciencia ficción.
Pero la realidad, por estos días, supera cualquier entelequia y se posiciona como un nuevo desafío para los cinco sentidos, sin mencionar el sexto, casi siempre ausente, que es el sentido común.
Bajo la consigna de “’Muerte al macho’ no es sólo una metáfora” y sobre la premisa de que “Todo preso es político”, con “x” sobre las “o’s”, varias organizaciones que se autoproclaman feministas, a lo largo del país, impulsaron una marcha pidiendo la “libertad inmediata” de Nahir Galarza, criticando la cobertura mediática -y, hay que reconocerlo, patriarcal- y la “Justicia machista” que hizo que una joven terminara presa por ultimar a su novio de varios disparos.
Es decir, en pocas palabras, la convocatoria, que reunió a unas 30 mujeres en Gualeguaychú, Entre Ríos, se basaba -sin la menor evidencia- en que una mujer que asesina a su pareja masculina, en realidad realizó una maniobra defensiva para evitar engrosar la triste estadística de víctimas de violencia de género que atraviesa el país.

El amor por la cámara

Algunas organizaciones autoproclamadas feministas o de género, incluso de Puerto Madryn, apoyaron la iniciativa, aunque tal vez después de analizarlo, optaron por retirar el “banner” de la convocatoria de sus redes sociales, entendiendo lo cuestionable de dicha postura.
Y, nuevamente, el remate de lo que parecería haber sido un mal chiste es, acaso, la falta de un remate, porque aquel argumento no hizo más que exponer una posición radicalizada, que poco provecho le ha hecho a la lucha por la igualdad de derechos de género y que tan erróneamente ha agitado las banderas de un feminismo que, hoy por hoy, no se sabe a ciencia cierta qué objetivos persigue.
Bajo la dinámica de calificar como víctima al victimario, podríamos decir que “Juan” no es culpable de un homicidio en ocasión de robo, sino una víctima de sus circunstancias; pero la Justicia, si bien considera contextos, analiza y juzga hechos concretos.

La humanidad no tiene colores

Una vez más, se ha utilizado un lamentable hecho para capitalizar las banderas de un feminismo que lejos está de las banderas plasmadas por figuras como la de Flora Tristán, Juan de Arco, Emmeline Pankurst, Marie Curie, Frida Kahlo, Julieta Lanteri y Alfonsina Storni, entre tantas otras; figuras que no necesitaron valerse de modificar un lenguaje, utilizar pañuelos verdes o fabricar un determinado simbolismo para enarbolar sus ideas, porque ellas mismas se constituyeron como auténticos símbolos de la lucha por la igualdad y la equidad. No sólo de la mujer, sino de la propia humanidad, a la cual contribuyeron, logrando que el Mundo de hoy, a pesar de sus sinsabores, sea un poco menos necio.
Tal vez, esto último sea un concepto demasiado avanzado -a pesar de su antaño- para ser analizado de manera coherente en tiempos donde la marea está alta y las olas no permiten a la sociedad observar si se encuentra sumergida o flotando; como aquellos pañuelos que simbolizan una discusión tan subjetiva y desdibujada, la posibilidad de una reflexión concreta está, vamos a decirlo, bastante “verde”.

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