Página de cuento 713

Lady Natasha Buttock (1954, en algún puerto) Parte 3

Por Carlos Alberto Nacher

El hombre, enjuto y de semblante adusto, no prestaba atención a lo que ocurría a su alrededor. Sin embargo, parecía que bebía su copa como esperando algo o a alguien. Venciendo mi natural timidez, me acerqué a conversar con él.
– Buenas tardes, gentil caballero. Disculpe la intromisión, mi nombre es Güiraldes Thorn y quisiera cruzar con usted unas palabras.
El hombre no se sorprendió al verme. Al contrario, era como si de alguna manera me hubiera estado esperando.
– Por favor, tome asiento. Soy Conrad Hartpkoff y será un placer que hablemos. Creo que tenemos algo importante de qué hablar.
Lo miré casi sorprendido, atemorizado. ¿Qué hacían aquel hombre y los otros junto a esa mujer, en este lugar inhóspito, alejado de la mano de la civilización? ¿Porqué quería hablar conmigo? ¿Cómo era que parecía conocerme? Tenía muchas preguntas sin respuestas, pero él sí las tenía. Me senté y a boca de jarro lancé, sin preámbulos, la primer pregunta.
– ¿Qué están haciendo en este pueblo?
– Estamos aquí por un deseo de Lady Natasha. Ella es la que nos guía, en cierta forma, hacia destinos que solamente ella conoce. Ahora, pasaremos una temporada en estas playas alejadas, hasta que Lady decida que nos marchemos.
– Pero, ¿usted es empleado de la señora acaso?
– No en realidad, pero en cierta forma, sí. Es más, casi podría decir que soy su esclavo, como todos los otros que la acompañan. Verá usted, aunque creo que ya sabe de que hablamos. Ella tiene un poder inexplicable sobre todos nosotros. Nos domina y subyuga a su antojo, aunque no nos trata mal. Y todo ese dominio lo ejerce a través de una fuerza que no se puede combatir: somos sus títeres. Se preguntará por qué le cuento esto. La verdad es que se lo digo, o mejor, se lo advierto, porque lo vi hoy por la tarde, y vi su rostro aturdido por la señora. Es decir, por alguna parte del cuerpo de Lady Natasha Buttock.
– Es cierto, y para ser sincero, la principal razón de que ahora esté aquí en esta mesa con usted, aunque usted me cae bien, es saber algo más de ella. Apenas la pude ver hoy, y a la distancia. Pero algo despertó en mi interior, algo que nunca me había ocurrido. Quiero saber de ella. Por favor.
El hombre tomó un trago breve de la copa y miró a través de la ventana. La calle estaba gris, la noche caía sobre Puerto Padryn. Sin mirarme, contestó.
– Mire, usted está a tiempo todavía. Hágame caso. Tome sus pertenencias, o lo que pueda ahora mismo, y váyase en el primer vapor que salga. Mejor no pierda tiempo: salga ya mismo de este pueblo, váyase en auto, o en tren, aunque el camino es incierto. Cualquier problema, por más grande que sea, que se le atraviese en estos parajes indómitos, es menos terrible que caer bajo el dominio del culo de esa mujer. No siga adelante, se lo aconsejo: ese culo tiene poderes inverosímiles que ningún mortal puede controlar.
– Disculpe, pero no lo creo. Usted exagera. Reconozco que la señora Natasha es bella, pero…
– ¡No se trata de belleza! – interrumpió – Por supuesto que tiene bellos ojos, bella figura, es bonita, pero todo esto no conformaría nada más que a una mujer hermosa, de no ser por su culo, hermoso y a la vez maligno. Vea amigo, la belleza y la maldad muchas veces van juntas. Usted es muy joven y quizá no lo perciba, pero yo, que ya estoy entrado en años, puedo asegurarle que no hay nada peor que la crueldad de la belleza. No obstante, esto tampoco sería trágico, si no fuera por su culo: ese culo tiene poderes sobrenaturales, se lo aseguro. No querrá verse sufrir, hecho un despojo, llorando por las noches y deambulando insomne por las calles. No querrá verse convertido en un autómata, a disposición del culo de Natasha Buttock para lo que sea. Mejor váyase.
Me puse de pie, tomé el whisky y salí. Con mi formación científica, no podía creerle a Hartpkoff. Evidentemente estaba delirando, o exagerando al menos. Pero yo era un razonador, un estudioso materialista que no creía en otra cosa sino en la evidencia.
Pero quería conocer a Natasha Buttock: era casi un desafío. Y nada me iba a pasar, nada que no pudiera controlar.
Caminé por la rambla. En el mar, oscuro, unas boyas con forma de culo flotaban cerca de la costa. En el cielo las nubes dibujaban formas variadas, pero todas eran nubes con forma de culo. Algunas personas, con cara de culo, paseaban por la escollera. Caminé rápido hasta mi casa. El sonido de un terrible trueno anunciaba la tormenta. Pero segundos antes, mis ojos pudieron ver a un relámpago salido del centro mismo de una gran nube con perfecta forma de culo.

Continuará…

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