LOS LAMPEDUZZA EN ESCOCIA - 16

De vuelta hacia el sur

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Atilio Lampeduzza cumple cincuenta años y para festejarlo viaja a Escocia con su amigo Juan Carlos y dos personajes más, Calcaterra y el Polilla. En Barcelona alquilaron un coche, pasaron casi una semana en Londres, llegaron a Escocia, y ahora comenzaron a pegar la vuelta.

Había una sensación de letargo en la casa de las Highlands esa mañana. Bien podría decirse que era la melancolía anticipada del final del viaje, ya que ese día iniciarían el regreso hacia Barcelona, o por la tristeza de saber que en la vida todo tiene un final como decía Soulé, la verdad es que apenas podían moverse por la zampada atroz de whisky del día anterior.
Juan Carlos entró en la cocina con una mano en la frente y la otra sosteniéndose del umbral de la puerta. Atilio lo miró detrás de su taza doble de café.
– Me habían dicho que si tomabas whisky del bueno no te daba resaca.
– Me imagino que quien te lo dijo se refería a una medida humana, lo de ayer fue eutanásico.
A los pocos minutos entró el Polilla: “Café, ¿dónde está el café?”, dijo a modo de saludo.
En eso escucharon, desde afuera, el grito de Calcaterra: “¡A ver si se dejan de pelotudear ustedes tres, que tenemos que llegar hoy a la tarde a Glasgow, manga de alcohólicos anónimos!
Adjudicando esa inusual y muy matinal frescura a la excesiva humanidad de Calcaterra y su consecuente inmunidad a cualquier cantidad de alcohol posible, se levantaron recitando un rosario de puteadas que hubieran hecho sonrojar a media hinchada de AllBoys y se pusieron a armar las valijas y subirlas a la camioneta.
En poco más de una hora estaban abandonando la casita de la pradera. Ya estaban un poco más despejados y empezaron a planear el día.
– ¿Qué tenemos qué?
– Entradas para una degustación en Glenfidich.
– Decime que es una fábrica de caramelos de gelatina escoceses –le pidió el Polilla, el único que aún tenía un importante bardo en el balero.
– No, es la última destilería que íbamos a conocer. Tiene tour y todo.
El Polilla, de sólo escuchar la palabra tour, comenzó a marearse de nuevo.
Dejaron la camioneta en el estacionamiento y se bajaron los cuatro. Habían decidido que eran hombrecitos y que se la bancaban y que no podía ser que no pudieran tomarse otro whisquicito y que… Pero ni bien entraron en el edificio, los recibió el aroma de las maltas y las levaduras, y se les acabó de pronto la hombría y la adultez. El Polilla, sin decir una palabra, dio media vuelta y regresó al estacionamiento.
– ¿Alguien conoce la política de devolución de esta gente? –preguntó Juan Carlos envidiando al Polilla mientras lo veía entrar a los tumbos a la camioneta.
Pocos minutos más estaban de nuevo en la ruta, prometiéndose nunca contar lo de esa mañana sobre las expectativas y resistencias al agua de la vida escocesa. Unos cuántos kilómetros más llegaron hasta el castillo de Dourne.
Atilio, mucho más repuesto, les explicó que ahí se habían filmado un montón de cosas, entre ellas la película “Los Caballeros de la mesa cuadrada” de Monty Python; el piloto de Juego de Tronos representando Invernalia; y un montón de capítulos de Outlander.
También fueron a Dunnotar, y después al Crathes, y al Fraser, y después al Drum, y al Auchindoun, más tarde al Drumin y también al Drummuir.
Antes de llegar a Glasgow, entraron en la ciudad de Sterling…
– Basta, todo tiene un límite, Atilio, no podemos entrar a ese castillo también.
– Juan Carlos, es el castillo de Robert “The Bruce”, el verdadero héroe de acá, ¿te acordás que te conté que la peli de Mel Gibson es un desastre con la historia? Este es el castillo del más polenta, acá sucedieron algunos de los hechos más sangrientos…
Y ahí lo interrumpió Calcaterra: “Si llegamos a entrar a un castillo más, van a continuar los hechos sangrientos”. Atilio lo estudió por unos segundos y les señaló la estatua del héroe sobre un costado de la explanada: “¡Miren ese arco iris!”
Efectivamente, en el horizonte se había formado un magnífico arco iris doble, con los colores más nítidos que jamás hayan visto, justo sobre la cabeza del bueno de Robert.
– ¿No les parece que es una señal para…? –dijo Atilio.
– Para seguir al sur y tomar unas cervezas en un bar de Glasgow –le respondió terminante Calcaterra. Todos estuvieron de acuerdo.
En el camino, Atilio les contó toda la historia de Robert “The Bruce”, de cómo llegó al poder, de su relación con William Wallace, de cómo terminó en una cueva de Irlanda y de cómo una araña terminó de convencerlo para regresar a la batalla.
– Hubiéramos ido al castillo –se lamentó Calcaterra cuando estaban entrando a Glasgow.
Dejaron la camioneta y las valijas en el hotel y terminaron ese día en el bar Sloan, lavando el estómago con litros de cerveza y aprendiendo que los escoceses son los mejores tipos de la tierra.

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