LA FINA LÍNEA QUE SEPARA LA ENSEÑANZA DEL APRENDIZAJE ES, TAL VEZ, UN ESPEJO QUE REFLEJA AMBOS LADOS POR IGUAL

La vocación, en crisis como todo lo demás

Por Lazarillo de Tormes

El pasado 11 de septiembre se conmemoró, una vez más, el pase a la inmortalidad de Domingo Faustino Sarmiento, fecha establecida en la primera Conferencia Interamericana de Educación en 1943.
La figura del “Maestro de maestros” fue, sin duda, una de las más controversiales de la historia argentina, tal vez en menor medida si se la compara con otros actores fundacionales como Julio Argentino Roca; sin embargo, resulta innegable que el autor de “Civilización y Barbarie” (1845) ha despertado pasiones por igual, tanto desde lo negativo como así también, en cuanto a su impronta en el sistema educativo de nuestro país.
La historia argentina nos encuentra, desde hace varias décadas, repitiendo frases tales como que -más, menos- “qué bien nos vendría un Sarmiento hoy en día”, acaso apelando a la importancia de figuras que marcaron un antes y un después en nuestro territorio, porque, básicamente, pisaban sobre terreno fértil y pensaba no tanto en el “antes”, sino en el “después”.
Fue así que, en cierto modo, muchas de las características de la Educación actual se deben a gestiones que el educador realizó durante su paso por la Presidencia argentina, elevando la población escolar de unos 30 mil estudiantes a más de 100 mil en pocos años, como así también contribuyendo a la construcción de más de mil escuelas en las diferentes provincias.

Un “berenjenal” de sinsabores

Sin embargo, resulta paradójico pensar cómo hoy día, habiendo tomado nota de los aciertos y errores del “antes” y con mayores presupuestos, más tecnología y más docentes, algunas situaciones parezcan no plantear la posibilidad de un “después” en el ámbito educativo nacional.
El área en cuestión resulta tan vasta que enumerar cada una de las cuestiones resultaría algo así como intentar poner un nombre a cada paja de trigo que conforma los fardos de un interminable campo.
Pero, aquí estamos, y algunos hechos obligan a doblegarse ante la realidad, haciendo un trabajo empírico sobre el día a día y dejando de lado la teoría; mientras los distintos espacios políticos se disputan la cantidad de escuelas construidas durante la gestión, muchas de las ya existentes se caen a pedazos o funcionan a destiempo, parcialmente o con riesgo de derrumbe, no ya por acción sino por omisión.
Las disputas salariales son reiteradas año a año, y las cifras del aprendizaje en todos los niveles han obligado a las autoridades a tomar cartas en el asunto para poder formar generaciones más capacitadas para “salir al mundo”.

Aprender para discernir

Con la degradación de la calidad laboral docente desde hace varios años -cabe recordar que una mandataria nacional había mencionado, casi de manera despectiva, que ‘trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de vacaciones-, lo que verdaderamente parecería haber desaparecido en muchos casos es la prevalencia de la vocación por sobre la función; aquella ecuación invertida no ha hecho más que sellar el destino de muchos educadores, quienes al observar hacia dónde se han dirigido las últimas tres o cuatro generaciones, resolvieron “colgar los botines” y dedicarse a intentar enseñar, en lugar de formar a los alumnos.
Sucede que la enseñanza -quien escribe estas líneas conoce de maestría- es un trabajo en espejo en el cual, mientras se enseña, también se aprende, y aquél desarrollo interior -filosófico, académico, personal- es el verdadero efecto multiplicador que despierta vocaciones en los más jóvenes.
No hablamos, aquí, de la vocación de enseñar, sino de contribuir con una sociedad más educada, más instruida y con un mayor poder de discernimiento que le permita a sus integrantes juzgar la realidad por sus propios medios; porque, de lo contrario, se convertirán ellos en el medio para que otros lo hagan.

Ser mejores

En definitiva, quien suscribe cree firmemente que, si Sarmiento pudiera hoy día trazar una radiografía del sistema educativo en toda su extensión, tal vez no repararía en las esquirlas de la coyuntura -salarios, infraestructura, rendimiento-, sino que posiblemente se lamentaría por la falta de vocación que existe en muchos de los sectores de la sociedad, donde suele primar la supervivencia ante la adversidad, y donde la vocación se encuentra supeditada a quienes pueden legar un espacio de su rutina diaria para enriquecerla.
Tal vez, no hagan falta “más Sarmientos” o, en efecto, no haga falta ningún Sarmiento más, porque aquél que ya existió dejó su impronta; quizás, lo que haga falta es replicarla y comprender que la vocación no necesariamente surge del estudio o el desarrollo académico, sino del deseo de generar un aporte, hacia adentro y hacia afuera.
Ya lo decía Sarmiento: “Los discípulos son la mejor biografía del maestro”. Restará, acaso, trabajar para que ambos sean la mejor biografía el uno del otro, compartiendo el sentido ulterior de toda vocación, que es el de construirse como mejores personas. Tal vez, este último resulte ser el pilar más sólido en la infraestructura de cualquier escuela y sociedad.

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