Página de cuento 724

Sapoman vs Faceman – Parte 3

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Descolgó el teléfono y habló.
“Hola” dijo ni bien descolgó, mientras afuera sonaba una sirena de bomberos y una alarma antirrobo de algún vehículo estacionado. Su voz se estaba haciendo cada vez más gutural. Esto, quizá, atribuible al hecho de que últimamente casi no hablaba con otras personas, salvo con algunas pocas, o bien por la continua práctica a la que se entregaba todas las mañanas, consistente en hacerse interminables gárgaras con ácido acetil-salicílico, el cual, dado su ph suave pero lo suficientemente ácido, poco a poco le iba degradando la cavidad esofágica y las cuerdas vocales.
“Hola” le contestó otra voz desde el lado opuesto de la comunicación, “lo llamo en representación de la asociación de amantes del perro salchicha para invitarlo a nuestro próximo salchiencuentro”.
“Qué estupidez es ésta” pensó Faceman, sin hablar. Se sentía ofendido de que lo llamaran para invitarlo a semejante reunión. Sin embargo, omitió mencionarlo.
El papel más difícil para un buen actor es interpretar a un personaje a quien están filmando y no sabe actuar. Un buen actor simulando a un mal actor: tan difícil como lo contrario.
“Hola” dijo con una gravedad tal que sonó como si recién se hubiera despertado, o como si se estuviera recuperando apenas de un reciente llanto desconsolado.
“Hola. Lo llamo de la asociación de amantes del perro salchicha porque lo queremos…”
“Espere, no diga más. Comprendí el mensaje. Pero sucede que no tengo perro salchicha. Buenas tardes”
“Espere, espere… la afiliación a nuestra asociación no requiere la posesión de tal elemento. Nos es absolutamente indiferente que lo tenga o no. Incluso hasta es mejor, en varios aspectos, que usted no tenga dicho bien. Simplemente, dedicamos nuestro tiempo a la adoración incondicional de la mencionada raza canina, con la premisa de hacer de cada uno de nuestros actos un nuevo paso hacia la felicidad y el bienestar de la especie salchicha.”
Sapoman no escuchó casi nada de todo este discurso, ya que había colgado en la palabra “afiliación”. Lo que no sabía, y por lo tanto no pudo enterarse, es que quien le hablaba era el diabólico y prostibulario “Monstruo hablador”, que estaba tratando de cometer un nuevo delito parlante a costa de su desconocido interlocutor.
Fue así como Faceman encontró una alternativa a su vida congelada y estúpida: más allá de eliminar toda la gelatina y bajar todos los ingrediente, había allá afuera otro mundo inexplorado. Un mundo mágico y misterioso.
Asomó su asqueroso rostro por la ventana y leyó el nuevo grafiti escrito en el paredón de enfrente, el de la fábrica de lavandina: “Ningún contenido te dejará satisfecho, mientras la estructura del ego permanezca en su lugar”.
El nivel de azúcar en la sangre le seguía subiendo, y no había cómo detenerlo.

Continuará…

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