DIARIOS DE VIAJE - DÍA 02

Los Lampeduzza llegan a Orlando

Los Lampeduzza, después que Atilio cobrara una vieja indemnización, salieron de viaje a Estados Unidos. Así que, junto a su esposa Carmen y sus dos hijos, Albina de 17 años, a la que le dicen Blanquita, y Ramirito, de 6 años, lograron cruzar el continente sin ningún incidente internacional de importancia y descendieron en Miami. La tierra de las oportunidades no estaba preparada para tamaño desembarco.

Carmen caminó el pasillo del avión hacia la puerta, recordando ese episodio de la serie que le gustaba en ver en casa, cuando la protagonista entraba a su casa de mañana luego de pasar toda la noche de juerga y con la misma ropa que había salido la tarde anterior. El «camino de la vergüenza» lo llamaban divertido las amigas de la actriz, eso porque nunca habían tenido que salir de un avión, luego de diez horas de tratar de controlar a Ramirito. Bajó la vista y encaró derecho haciendo caso omiso de algunos comentarios bastante de mal gusto a su lado. La azafata, parada junto a la puerta de la cabina, saludaba con una sonrisa uno a uno a los que iban saliendo: «Buenas tardes, gracias por viajar con nosotros, esperamos verlos pronto», pasaba la viejita, «Buenas tardes, gracias por viajar con nosotros, esperamos verlos pronto», pasaba el empresario, «Buenas tardes, gracias por viajar con nosotros, esperamos verlos pronto», pasaba la monja, «Buenas tardes» cuando pasó ella de la mano del gremlin de pantalones cortos.
Cuando vio la cola frente a los puestos de la aduana temió lo peor. Agarró con más fuerza la mano de Ramirito y miró a Atilio con un gesto de socorro, pero Atilio estaba enredado con los pasaportes, las visas, las servilletas del almuerzo, la mochila y la cámara de fotos. Blanquita,detrás de sus aparatosos auriculares, estaba en un mundo ajeno. Justo en ese momento apareció un tipo del aeropuerto, que saludó en inglés, pero les habló en castellano con acento marcadamente cubano: «¿Ustedes son los Lampeduzza?, preguntó. Sí, le respondió con un suspiro Carmen, «¿cómo lo sabe?». El agente no pudo evitar una rápida mirada a Ramiro, que empezaba a tironear de la cinta de su uniforme y le dijo: «Nos avisaron de su llegada, pasen por acá, estamos probando un nuevo sistema de trámite rápido para emergencias y por sorteo ustedes salieron seleccionados», en diez minutos pasaron por aduana, migraciones y recolección de las valijas, hasta por la agencia de alquiler de coches y en cinco más estaban en la calle. Carmen se dio vuelta para agradecer que los hayan elegido para probar el sistema cuando vio que el agente le cerró rápidamente la puerta a sus espaldas, acompañado de tres compañeros, que los miraban de forma extraña.
Guardaron todas las valijas en el coche que olía a nuevo, se sentaron y Carmen se giró para decirle a Ricardito que mejor se portara bien en el coche y no como en el avión, que no había pegado un ojo desde Ezeiza, pero el niño ya roncaba. Suspiró y pensó que en una de esas todo comenzaría a ir bien.
-Carmen, vamos a tener que devolver este coche.
-¿Cómo que lo vamos a tener que devolver, Atilio, qué hiciste ahora?
-Yo no hice nada, si ni lo prendí todavía, lo que pasa es que está fallado, mirá, le falta un pedal.
Media hora después, cuando lograron hacerse entender, un enorme afroamericano con remera naranja furibunda le explicaba a Atilio cómo se manejaba un coche con caja automática. No fue tan fácil y en un rato no sólo la remera era la furibunda. Y Albina no ayudó mucho cuando en plena disertación del español chapurreado del hombre, despertó del letargo de sus auriculares y le gritó que porqué no se apuraba que estaba podrida del coche y que Estados Unidos apestaba.
Finalmente salieron, medio a los tropicones, porque cada vez que Atilio creía que debía cambiar la marcha le daba al pie izquierdo y en vez de encontrar el embrague apretaba el freno y todos pegaban el golpe contra los cinturones de seguridad. Pero ya en la autopista las cosas se pusieron más fáciles, por lo menos para la fluidez del camino.
Cuatro horas de la Turnpike, a las once de la noche, entraban en el hotel de Orlando.
Después de hacer el check in en el mostrador, descargar las valijas y caer rendidos en las camas, se escuchó por primera vez desde Miami la voz de Ramiro: «¡Buenísimo! ¡Ya llegamos!¿¿A dónde vamos a comer?».
(Continuará)

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

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