POR QUÉ QUEREMOS “SONAR” INCLUSIVOS CUANDO EL TRABAJO DEBE CONSISTIR EN “EDUCARNOS” COMO UNA SOCIEDAD INCLUSIVA

El “lenguaje inclusivo”, un debate que escapa a la lógica y obedece a emociones

Por Lazarillo de Tormes

En la vida suele decirse que “todo tiene que ver con todo”, y no es casual que, de un tiempo a esta parte, el debate por la temática de género haya dominado la agenda pública, política, social y educativa.
La discusión por la despenalización del aborto avivó la llama de una disputa que ya se dio en otros países, que finalmente adhirieron a iniciativas similares, pero en Argentina, volvió a encender las alarmas de aquellos dos sectores eternamente enfrentados: el conservador y el progresista.
Resulta interesante tener en cuenta que, cuando se habla de temas políticos ligados a una determinada ideología, las etiquetas suelen estar más presentes en cada uno de los actores del debate, ya sea que se hable desde “la derecha” o desde “la izquierda”, donde el punto medio parecería rememorar el título de aquella película ganadora de un Premio de la Academia: “Sin lugar para los débiles”.

¿El lenguaje o la gente discrimina?

Uno de los meollos de la discusión por el aborto clandestino o el aborto legal, seguro y gratuito, fue la visibilización que obtuvo el denominado “lenguaje inclusivo”, una tendencia que ha comenzado a ganar terreno en el ámbito escolar, y que puso en vilo a más de un entrevistador durante las tomas de colegios como el Carlos Pellegrini, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Allí, una estudiante empleó términos como “les diputades”, “les padres”, “nosotros”, etcéter/e, cuestión que dejó expuesta la cada vez más frecuente utilización de un lenguaje que se basa en la presunta identidad patriarcal con la que se identifica el idioma español.
Consecuentemente, la discusión de género se trasladó a un escenario en el que ya se debate si el propio lenguaje puede ser exclusivamente masculino, o bien debe encontrar un punto medio que satisfaga a todos los sectores.

A favor y en contra

Ya en 2016, la Real Academia Española (RAE) se había pronunciado de manera desfavorable respecto del “lenguaje de género”, argumentando que “este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto”.
Independientemente de que la próxima meta en materia de género sea la adopción o no de un nuevo idioma “para todes”, la realidad nos demuestra que, desde tiempos remotos, el lenguaje ha sido sinónimo de identidad. Y la identidad ha sido sinónimo de poder y conquista.

El debate, en el hogar

De este modo, es innegable que los movimientos feministas, y el feminismo en sí mismo, despojado de estructuras, ha hecho pie dentro de la sociedad para trasladarse a la “mesa chica” de discusión dentro de los hogares.
Desde el “piropo” en la vía pública, hasta el debate sobre la objetificación de la mujer en el ámbito de la publicidad.
Tal vez habría que preguntarse si querer adoptar un nuevo lenguaje para constituirse como “inclusivos”, no es acaso profundizar aún más la segregación, o bien “autodiscriminarse”.
Más aún, teniendo en cuenta que de los aproximadamente 40 millones de argentinos parlantes, una pequeña porción pudiera adoptar dichos modismos y que, sobre todo, el resto podrán continuar siendo “inclusivo” -si lo es-, hablando en perfecto criollo o castellano.

En un lugar incómodo

Tal vez, la pregunta que la sociedad deba hacerse a sí misma no sea “por qué es necesario adoptar un lenguaje inclusivo”, sino “qué expresiones y utilizaciones del español actual pueden ser modificadas”, para no repetir aquellas pautas culturales que se remontan a anteriores generaciones y que discriminan, en ocasiones, incluso sin la intención de sus interlocutores; ir por la primera vía sería, acaso, girar una casa para cambiar un foco.
Será un debate extenso y que recién inicia, pero ciertamente necesario; esto último, teniendo en cuenta que no sólo el feminismo, sino el debate de género en sí mismo, ha puesto a la sociedad en un lugar incómodo. Y todos los lugares incómodos son positivos, porque representan la antesala de cuestionamientos, crisis, declaraciones y finalmente cambios.

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