UN CUENTO DE MIÉRCOLES

Hay cosas de no creer

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Te voy a contar algo, pero no es para que lo andes chusmeteando por cualquier lado, ¿eh? Lo que pasa es que fue una locura, hermano, una locura, de no creer. Es que necesito que me des una mano, porque no se me ocurre una excusa coherente para decirle a Isabel.
Te digo que me da un poco de vergüenza confesarlo, pero tampoco le robé nada a nadie, vos escúchame y no me interrumpas, que voy a tratar de ser lo más delicado posible.
Anoche estaba viendo tele, y como estamos a dieta en casa, hace como un mes que estamos a dieta en casa, estaba comiendo un chicle. Medio como que me saca el hambre, o la disfraza, o la engaña, no sé, pero si como chicle no asalto la lata de galletitas. En eso me dieron ganas de ir al baño, no de mear, vos me entendés, no me hagas que te explique que se me hace más difícil. La cosa es que voy, al baño de abajo, me gusta hacer mis cosas sin que me molesten, aunque a esa hora, que era como la una de la mañana, ya todos estaban durmiendo.
Estoy comenzando a hacer lo mío cuando me doy cuenta que todavía estoy con el chicle en la boca, ¿sabés que me da un poco de asco andar masticando en esas situaciones? Bueno, sí, me da un poco de asco, cada uno tiene sus rayes, pero tenía las dos manos ocupadas en el celular, jugando al candycrush, así que metí un poco la panza, abrí un poco las piernas y dejé caer el chicle hacia el fondo del inodoro.
El tema es que no calculé del todo bien la parábola, al parecer, en el baño de abajo, el chicle no dobla. No sé cómo explicarte sin sonar medio escatológico, pero la bolita de chicle se quedó medio colgando. Sí, de un par de pelitos, no me hagas ser tan gráfico. Solté el celular y con la izquierda traté de despegarlo. No fue buena idea. Hice peor enchastre de chicle y pelo.
Pensando cómo iba a explicar la situación si tenía que pedir ayuda, me levanté para mirar mejor, pero cuando bajé la cabeza pegué la frente contra el barral de la toalla de manos. Medio que me empezó a dar vuelta todo. Me volví a sentar, pero cuando me había parado se había caído la tapa del inodoro y golpeé las nalgas con la madera, no te quiero contar esa parte, no es nada lindo de andar recordando, pero la cuestión fue que se hizo más embrollo el chicle y ya comenzó a involucrar en la cuestión no sólo a los pelos largos.
Cuando al fin me recuperé un poco, empecé a buscar una tijera en los cajones del vanitory, pero, como en todo vanitory solo había limas de uñas, cepillos y pinzas de depilar. Pensé en usarla, pero de solo imaginar el proceso me dio un escalofrío en la base de la espalda.
Justo ahí me acordé de la tijera de uñas de la gata, que está en el canastito arriba de la mochila del inodoro, a mis espaldas. Por suerte, nadie la había sacado.
Y ahí arranqué el trabajo, te digo que es re contra delicado, y te garanto que no le recomiendo a nadie cortarse esos pelitos con una tijera de uñas de gato que no tiene filo.
Por suerte puse sacar todo, media hora de laburo fino y saqué todo, ahora tengo un corte hípster ahí abajo. Y estoy desde ayer pensando en qué decirle a Isabel cuando me vea, porque, lo del chicle, cantame la justa, ¿suena muy de pelotudo, no?

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