UN CUENTO DE MIÉRCOLES

¿Qué las hay, las hay?

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Anda dando vueltas por internet un texto que, si bien es la mar de interesante, lo deben haber traducido con el Google Translate o con la ayuda de un noruego, que hablaba inglés aprendido en una colonia de Tailandia de un profesor ruso.
Pero como les digo, es muy interesante, más en estos tiempos macartistas, donde es mucho más fácil apuntar para afuera que andar mirando o analizando las cosas propias. Que al final de cuentas, es mucho más divertido jugar de jueces que de científicos, ¿no?
Bueno, en ese camino voy a tratar de contarles la historia por acá; reconociendo, por cierto, algunas cosas; obviamente no lo inventé yo, no sé quién lo escribió originalmente y, por último, pero no por ello menos importante, no tengo la menor idea si es real o no, pero eso, convengamos, ¿qué importancia tiene?
Todo arranca con el clásico de “uno de mis amigos le contó a otro amigo” (potenciando la idea de la veracidad de todo el asunto), sobre “una poderosa lección” que dieron en una clase de la secundaria de su hija este invierno. Como no sabemos a ciencia cierta de dónde es el texto original, bien podría haber sido en Australia, lo del invierno es un dato anecdótico, pero para los calores de estos días, lo tomo como un soplo refrescante en la historia.
La cosa que es al parecer estaban tocando el tema de los juicios a las brujas de Salem, lo que nos encamina un poco hacia el origen de la historia, no deben ser muchos los países que contengan en su currícula oficial esta bolilla; prosiguiendo, en cierto momento de la clase el profesor les propuso un juego: “Voy a dar la vuelta y susurrarle al oído a cada uno de ustedes y les voy a decir si son una bruja o una persona normal. Y después, van a tener que formar grupos entre ustedes solos, y va a ganar el grupo más grande que no tenga una bruja entre ellos. Además, cuando termine la clase, todos los grupos que incluyan una bruja, van a tener una mala nota”.
Uno pensaría en este punto, que el profesor bien podría haberse dedicado a la práctica de la tortura profesional o, en su defecto, a la de la ortodoncia, pero démosle el beneficio de la duda y sigamos leyendo, que si llegó hasta acá, seguramente quiere saber cómo termina todo.
Los adolescentes se trenzaron en un debate apoteótico, levantando dedos y exigiendo respuestas, y luego de un intenso revoloteo se fueron formando los grupos. Uno mayoritario, que contenía a un gran porcentaje de la clase, rodeado de varios otros grupos más pequeños, tan exclusivos como carentes de sospechas, convirtiendo a todo el resto en seguras portadoras del indicio de culpa.
De esta forma, y luego de ver que ya no habría más cruces de bando, el profesor dio la voz de alto: “Ok, ya está bien, ya tienen sus grupos. Es hora de averiguar cuáles son los que van a tener mala nota y cuál grupo es el ganador. Todas las brujas, por favor levanten las manos.»
Adivinó. Nadie levantó la mano.
Primero, los alumnos se miraron entre si confundidos, hasta que se dieron cuenta del truco del profesor y le reclamaron que había arruinado el juego. A lo que el profesor respondió: “¿Lo hice? ¿Alguien en Salem era una bruja de verdad? ¿O será que todo el mundo se creyó lo que le habían dicho?»
El texto cierra con el esperado remate moral sobre la importancia de enseñar a los niños lo fácil que es dividir a una comunidad y el reclamo a evitar los chivos expiatorios, que dividen y destruyen mucho más de lo que protegen.
La verdad es que no sé si se trata de una paradoja sobre la necesidad de evitar los chivos expiatorios, o los turcos en la neblina o las patas de gallo. Tampoco sé si sería un proceso efectivo para aplicar en una clase.
Pero, dígame si no es una historia interesante. Una historia curiosa más, para contar en días de lluvia.

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