HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

La alquimia, una vieja arma de seducción

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Bueno, sí, debería comenzar a pensar en cambiarle el nombre a esta columna, porque lo que es llover, bien gracias, pero bueno, que ya es tarde para lágrimas, y después de tanto tiempo no da andar renombrando las cosas. Así que a apechugarla, que si los días de lluvia no llegan, por lo menos nos quedan las historias curiosas.
Y para curiosas, quería preguntarle algo: ¿Cuál es el único líquido en el cual, por más pesos de plomos que se pongan, no pueden sumergirse los buzos? Vamos, che, que tampoco es tan difícil la pregunta.
Exactamente, el mercurio es el único líquido en el cual flota el plomo. Esto es porque el mercurio es más denso que el plomo. Tiene una densidad 13,6 veces mayor que el agua. Si llenamos una botella con un litro de agua pesará 1 kilo, pero si lo hacemos con un litro de mercurio pesará 13,6 kilos.
Otro detalle curioso es que el mercurio tiene una alta tensión superficial: 484 dinas / centímetros, seis veces mayor que la del agua en contacto con el aire. ¿Qué cornos significa esto? Que el mercurio no puede mojar ninguna superficie con la cual esté en contacto.
El mercurio siempre me pareció fascinante, eso de un metal que siempre estuviera líquido. Bueno, siempre no, a temperatura ambiente, porque si hiciera mucho frío, y no mucho, sino mucho mucho, cosa que ni con corpiño de lana se soportara, los termómetros de mercurio no nos ayudarían. Porque este elemento se congela a los 39 grados bajo cero.
Parece que 1759 fue un año muy frío en San Petersburgo. El químico y escritor ruso Mikhail Vassilievich Lomonosov, que para festejar las Navidades andaba de experimento en experimento, intentó obligar a la temperatura a bajar más todavía colocando el termómetro en una mezcla de ácido nítrico con nieve. La columna de mercurio bajó hasta 39º bajo cero y ahí se quedó. ¡Se había congelado! O sea, por primera vez en la historia un hombre pudo observar el mercurio sólido.
Tampoco soy el primero que se siente fascinado por el mercurio. En la Edad Media el mercurio alcanzó distinciones insospechadas. Por ejemplo, un rey árabe, en los años de la ocupación de la península ibérica, de nombre Abdar-Rahmán III, edificó hacia el 950 un palacio cerca de Córdoba, en cuyo patio fluía continuamente una fuente de mercurio. También cuentan la historia de otro rey, éste ya sin habernos dejado su nombre, que dormía en un colchón que flotaba en un charco del mismo elemento. Esta excentricidad, más allá que debe haber sido mucho más divertida que confortable, definitivamente no era para nada saludable. Uno de los problemas del mercurio es que hierve a 357º C y esto hace que a temperatura ambiente produzca cantidades pequeñas, pero perceptibles de vapor y dicho vapor es acumulativamente venenoso. Provoca daños en el cerebro, riñones y función motora, entre otros inconvenientes. O sea, no creo que andar durmiendo todas las noches sobre un colchón de mercurio sea muy recomendable, ni siquiera para los reyes árabes.
De la misma forma, pero volviendo a nuestros días y con cosas mucho más accesibles que un colchón de mercurio, tenemos que saber que cuando tiramos pilas con mercurio a la basura, éstas van a parar a la tierra o al agua; y a pesar de estar descargadas van a seguir liberando ese elemento a su alrededor.
Y si hablamos de contaminación, la fauna piscícola, tanto marina como fluvial, es la que mejor refleja la existencia de mercurio en una determinada zona del planeta. El mercurio se fija y se acumula en los tejidos de los peces sin perjudicar sus órganos vitales por lo que, más que afectados son portadores, pero una vez ingeridos como comida por animales de sangre caliente, por ejemplo nosotros, el mercurio se libera y recupera toda su toxicidad.
Uno de los casos más emblemáticos y dramáticos de la historia de la medicina es el de Minamata, una bahía en Japón. Entre 1932 y 1968 en esa bahía una empresa petroquímica llamada Chisso Corporation arrojó decenas de toneladas de mercurio al mar. El resultado fue catastrófico, tres mil afectados de lo que hoy se conoce como mal de Minamata.
Pero no quisiera dejarlos con esa cara para salir hoy a divertirse, porque si andan contando la historia de Minamata en la fiesta de esta noche, fija que los deportan en el primer buque de bandera coreana que pase enfrente del muelle Storni.
Acérquese a esa señorita que estuvo fichando desde que entró, olvide por unos minutos la historia de Minamata y fíjese si tiene un anillo de oro en la mano. Si lo tiene y es una alianza, olvídese y siga de largo, pero si no es una alianza, desafíela a que puede transformar ese anillo de oro en uno de plata por arte de magia. Usted sabe que los trucos de magia son siempre ganadores a la hora de la seducción. Dígale que mire para otro lado, pero que no se saque el anillo del dedo, tome el termómetro que había llevado para estos menesteres y rómpalo en silencio sobre el anillo. Verá que el mercurio increíblemente, en vez de caer en gotitas resbalando por la piel de nuestra pretendida, se desparramará cual lapa sobre toda la superficie del anillo. ¡Voilá! diga con voz afrancesada y muéstrele el prodigio a la señorita, quien seguramente se sentirá maravillada. Bueno, ahora propóngale matrimonio o tenga a mano otro anillo de oro de similar valor que el recién transformado, porque sino ese buen momento nocturno se transformará en largos procesos judiciales, ya que lo que acaba de hacer es amalgamar el anillo de oro con una pátina de mercurio muy difícil de revertir. Hecho que sólo una futura esposa puede consentir a modo de compensación por futuras felicidades.

Nota del Autor: Información recogida del artículo “El mercurio”, escrito por Omalaled para el sitio web Historias de la ciencia: http://www.historiasdelaciencia.com/

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