CRÓNICA DE UNA CIUDAD DEBAJO DE OTRA

Medianoche en París del Golfo Nuevo

Por Lazarillo de Tormes

Como si se tratara de aquella publicidad televisiva que rezaba que el niño tenía sed y no había naranjas, quien suscribe se aprestó a una aventura nocturna, a principios de esta semana, en la búsqueda de una farmacia de turno en Puerto Madryn.
La premisa era clara y no revestía mayores inconvenientes, no así algunas de las postales que arrojó la búsqueda de un tesoro que, en definitiva, no era más que un medicamento convencional para los síntomas de la fiebre en pequeños.
No fue una tarea sencilla, a excepción del propio equívoco del protagonista de la historia, que recorrió cual farmacia hubiera en la ciudad del Golfo, hasta percatarse de aquella que funciona las 24 horas y está ubicada, siempre, en el mismo lugar y a la misma hora.

Statu quo

El escenario nocturno de Puerto Madryn, o más bien el de medianoche y madrugada, recuerda a aquellas tomas vertidas en la ficción novelesca de fines de los 80 y principios de los 90, “Twin Peaks”: una historia que contaba otra historia, y el mensaje de una ciudad que aparentaba una obsesiva normalidad, albergando un metamensaje que complementaba la verdadera identidad del lugar y sus habitantes.
La noche sabía tranquila, sin mayores movimientos dentro del casco céntrico, a excepción de algún que otro local gastronómico que albergaba a los trasnochados.
Dos patrulleros circulaban por las distintas arterias, sin mayor tarea de la que preservar el orden, a partir de un orden ya preestablecido por aquellos ciudadanos que descansaban en sus aposentos, protegidos por las luces nocturnas y los despertadores.
Acaso los uniformados realizaban una doble tarea: proteger a los durmientes del resto, y proteger a los integrantes del “resto” de sí mismos. Lo que podría decirse, un “fino” equilibrio.

Los actores, en su escenario

Poco a poco, como si se tratara de una cebolla cuyas capas van dejando al descubierto el núcleo, el escenario comenzó a arrojar otras particularidades, mientras que quien suscribe no cesaba en la búsqueda de aquella farmacia de turno, pero a la vez observaba con detenimiento a los nuevos protagonistas de aquél momento.
Comenzó el ruido de motores, alguna que otra melodía escapando de un automóvil y la celebración de algunos grupos que se aprestaban a disfrutar de lo que quedaba de la noche, bebida mediante, en inmediaciones del conocido Monumento a la Mujer Galesa.
El panorama describía principalmente a jóvenes con un apetito interminable por las horas, aquellas en las que no se duerme, y una cantidad no menor de ebrios, que transitaban por las veredas, algunos zigzagueando las calles céntricas, ávidos de algún bar en donde terminar la noche.

La contracción del aire

Sobre la avenida Roca, principal arteria que cobija el casco céntrico de la fuerza del mar, se exponía la mayoría de las virtudes de aquella ciudad distinta a la que se observa durante el día: algunos vehículos herrumbrados, algo “cascoteados” por el paso del tiempo, rugiendo sus motores y respetando la luz de los semáforos por el sólo hecho de que algún móvil policial se hallaba en los alrededores.
Al grito mudo de la luz verde, aceleraban con una prisa que hubiera preocupado a los transeúntes, si aquello hubiera ocurrido algunas horas antes de la madrugada; y comenzaron las bocinas, subió la música, las curvas se doblaron un poco más sobre sí mismas, y de un segundo a otro, las vibraciones se intensificaron en el lugar, así como también algunos insultos, saludos y festejos.

Una calma aparente

En un local gastronómico, más precisamente un bar ubicado a metros de aquél lugar, casi una multitud comenzaba abandonar el sitio para dirigirse a otro, ubicado a escasa distancia, donde el –no tan joven– que buscaba ávidamente la farmacia de turno, debió reducir la marcha tras toparse con, literalmente, una “caravana de borrachos” que disfrutaba de la –no tan cálida– temperatura, intentando ingresar a otro bar del cual la concurrencia ya estaba próxima a egreso, y las persianas, próximas a bajar.
Uno de los comunes denominadores del ciudadano promedio es confundir anomalías con “inseguridad”, pero ello, precisamente, es lo que no marcaba la escena; a pesar de los desmanes provocados por algunos “revoltosos”, aquellos autos que salían “arando” en cada luz verde de los semáforos, y los “grupitos” reunidos en la costa, la presencia policial acaso podría haber desalentado el ejercicio de cualquier acto delictivo.

Realidades y dualidades

Sin embargo, pudo verse, al igual que en todas las ciudades consideradas “tranquilas”, una evidente “ciudad debajo de la ciudad”, atravesada por las luces nocturnas, el neón de algunos móviles, el halo azul de los patrulleros y los ruidos de envases de vidrio chocando sus historias entre sí; celebrando, una vez más, tal vez el sólo hecho de tener el mar de frente, en una polis que, afortunadamente, no ha sido alcanzada por muchas de las problemáticas presentes en otras ciudades del país.
Como si se tratara de un reflejo a destiempo, que divide la identidad diurna de Madryn de aquella que flota en el aire cuando cae la noche, el protagonista de la historia, durante la casi hora y media que demoró en llegar a su objetivo y encontrar el “tesoro”, se topó con una realidad que ya conocía. Pero, en aquél momento, desprotegido y algo dormido, entendió a esta última como el relato onírico necesario para comprender aquellas virtudes y problemáticas que conviven a diario en el mismo lugar, pero que se expresan en tiempos distintos, y a través de historias diferentes.

Un escenario pendular

Entendió por qué había elegido, y siguió eligiendo en los últimos años, aquella “polis” para vivir, advirtiendo que, si bien no era el equivalente a alguna ciudad ubicada en el centro de Francia, tampoco era un escenario devastado por el arrastre de los problemas de las sociedades.
Y, mientras manejaba de regreso a su hogar, dejando atrás las luces de neón, la batería nocturna de luminarias y el ruido de bocinas, neumáticos y botellas, recordó aquella mítica frase, la cual da cuenta de que se puede vivir en un paraíso o sobre un campo minado, pero la paz y la tranquilidad dependen de uno mismo: “Es fácil besar en París, pero yo busco quien me ame en Vietnam”.

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