Página de cuento 705

Sueño con pelotas (a propósito del mundial 2018) – Parte 1

Por Carlos Alberto Nacher

Voy a contar esto que me pasó días atrás, una tarde de no sé qué mes, pero el año andaba cerca. La tarde estaba calurosa, y sólo y nada más que sólo por aquel calor redundante, agregado a este hecho el hecho de que se me había quemado el ventilador de pie instantes antes nomás, no tuve otra alternativa para combatir la pesadez del mediodía sofocante, que tomarme tres o cuatro Gancias con limón y apenas una pizca de soda (con esta crisis no podemos andar gastando soda así nomás).
Consumado el hecho, y consumido el Gancia, tenía luego dos opciones para aquella tarde incipiente: dormir la siesta o la siesta dormir. Dada la continua duda que me asalta en momentos como éste, no podía optar por ninguna de las dos, por lo que decidí ir a acostarme un rato mientras pensaba qué hacer.
Entonces, sin motivo aparente, me dormí. La mente comenzó a llevarme por cavernas en penumbras, por los infinitos pasillos del sueño, con innumerables puertas a los costados, puertas entreabiertas de donde fluyen murmullos indescifrables. Pasillos muy largos y puertas de madera como se ven en algunas oficinas públicas. Sin mirar, entré de lleno en uno de los cuartos, y ahí lo veo a Federico, con remera y pantalón corto, que me informa que mientras estaba jugando a la pelota en la fracción de calle contigua a mi domicilio, realizando tiros de práctica de media distancia al portón de chapa del vecino, se le había «colgado» dicha pelota en un árbol aledaño, a la sazón alto. Lo miré preocupado, el problema no era poco.
Fuimos juntos hacia el lugar del hecho y entonces lo vi: era un árbol altísimo, y su enramada albergaba cientos de pelotas de cuero blancas, como la de Federico. Comencé a trepar, desesperado, metro tras metro, por el tronco antiguo de aquel olmo gigante. Cada metro ganado era un desgarro más del pantalón, una mancha más en la camisa, pero no me importaba, tenía que alcanzar la copa. Cuanto más subía, más lejos parecían estar las pelotas.
Eran cientos, miles de pelotas nuevas y recién infladas. De repente, estaba a un estirón de mano de la primera rama. Agotado, pero con la fuerza de espíritu que da la ansiedad, trepé un poco más y alcancé aquella rama primera. Me aferré a ella, sin tener en cuenta que la estaba sometiendo a una carga de varios kilos producto del sobrepeso que últimamente me caracteriza. La fuerza de gravedad aplicada al peso corpóreo mío, en relación con el volumen que pendía de la rama, hizo que la misma se quebrara. Y entonces caí al vacío. Caí y caí, y Federico apenas se veía allá abajo.
En ese momento me desperté, completamente angustiado, empapado en transpiración y en medio de fuertes latidos corazóneos.
Traté de calmarme, en aquella pesadilla había perdido a todas las pelotas…

Continuará…

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