HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Las singularidades de las rutas argentinas

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Estaba el otro día charlando con un amigo, memorando viejas anécdotas familiares y fueron los viajes el tema que se llevó la mayor parte de la conversación, especialmente los viajes en coche. Porque, convengamos, los viajes en cuatro ruedas tienen un cariz particular que los hace especialmente memorables, por algo el cine está lleno de películas “ruteras”, o como le dicen los americanos, “road movies”.
La cosa es que fuimos desgranando algunas historias hasta que me vino a la memoria la famosa “subida-bajada” de Jujuy. Tal vez entre los lectores haya alguien que la conozca y hasta alguno que la haya recorrido hace poco, hecho que me encantaría conocer para confirmar que por allá arriba todo sigue igual a mis recuerdos de infancia. Recuerdos que, a fuerza de ser sinceros, debieron ser reforzados con un obligado llamado telefónico a mi viejo para confirmar ciertos datos geográficos, que hoy quería traerles. Porque lo de la “subida-bajada” es una historia que cumple todos los requisitos para estar en esta columneja y para que ustedes, estimados lectores, vuelquen en su recipiente de elementos curiosos y a la vez irrelevantes para la próxima reunión en la casa de la tía Berta.
Como les decía, hace muchos años yo viví parte de mi niñez en un pueblo de Jujuy, Ledesma, para ser más exacto –y no, no lo conocí al Burrito Ortega. Por esa época era común que nos trasladáramos, por cuestiones de laburo de mi viejo, (además de su afán de recorrer el país, que felizmente me trasladó en sus genes y yo espero hacer lo mismo con mi prole) de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo. En uno de esos tantos trayectos, yendo de San Salvador de Jujuy hacia San Pedro, específicamente al ingenio Río Grande La Mendieta, por el camino viejo, que viboreaba entre las montañas de la cordillera, de repente Don Alfredo clavó los frenos en medio de una recta. Acostumbrados a sus repentinos ataques de guía de turismo o de guardafaunas (todavía guardo entre mis terrores nocturnos aquella vez que en plena ruta nos mostró cómo ataca una araña pollito) le preguntamos qué bicho era el que en esa oportunidad nos iba a señalar. Pero esa vez no fue un bicho. Apagó el motor y nos preguntó: “¿Estamos en una subida o en una bajada?”. Salvando que este tipo de preguntas siempre son muy subjetivas, especialmente desde donde uno mire la cuesta, confirmamos que efectivamente el coche iba subiendo una notable cuesta. ¡Cuál fue nuestra sorpresa cuando, todavía con el motor apagado, papá soltó el freno y el coche, en vez de comenzar a descender peligrosamente hacia el acantilado que teníamos a nuestra espalda, por lo contrario, inició un lento, pero indiscutible ascenso. Ese fue el truco de magia que ese día mi padre nos regaló en plena ruta de Jujuy, truco de magia que hoy me entero no sólo es maravilloso, sino que es bastante singular en el mundo entero. Porque luego de dejar a mi amigo corrí a investigar sobre el tema y descubrí que en muy pocos lugares del planeta se dan estas singulares circunstancias.
Por ejemplo, cuentan que los automovilistas que conducen a lo largo de Croy Brae, en Escocia, al acercarse desde el norte, viven también una experiencia extraña; cuando la carretera parece ir cuesta abajo, reducen la velocidad, pero al hacerlo, el vehículo se detiene por completo, ¿por qué?, écolecua, el camino va cuesta arriba.
Hasta en Jerusalem, ciudad tan dada a los enigmas y maravillas, en el camino que llega de Djabal Moukaber sucede lo mismo. O la historia de la “colina del misterio”, una pequeña área entre Boone y Blowing Rock, en Carolina del Norte en Estados Unidos, donde según aseguran, un río corre hacia el norte y los manzanos crecen en la dirección del viento prevaleciente, en contra de las leyes de la naturaleza.
También en Norteamérica, que parecen dados a acapararse todo efecto paranormal que se precie, el ejemplo más conocido es el de la Montaña Magnética de Moncton, en Canadá, donde la orientación está totalmente invertida y el magnetismo perturbado. Además de tener su propia subida-bajada y las aguas correr hacia arriba, cuentan que en esta zona las personas también se ven afectadas por el fenómeno, sufriendo vértigo, dolores de cabeza e incluso teniendo la sensación de ser empujados hacia atrás. Pero, al contrario de Jujuy, donde el camino entre la capital y San Pedro no pasa de ser una curiosidad más del trayecto, Moncton se transformó en un destino turístico por sí mismo, hasta parque temático y todo tienen, el Parque Acuático de la Montaña Mágica.
Pero abandonando el envidiable, y un poco amedrentador afán comercial de nuestros vecinos del norte, sepamos que una de las teorías que intenta explicar este tipo de fenómenos es el de la ilusión óptica causada por uno de dos factores, variaciones locales en el campo magnético de la Tierra conectado en alguna forma a nuestro sentido del equilibrio que alteran nuestras percepciones, o bien la inhóspita topografía de los lugares; explicación que, si bien sí satisface el que los flujos de agua y los coches “caigan colina arriba”, no explica el malestar de las personas.
Pero, a decir verdad, ¿qué gracia tiene descubrir el truco, si lo que nos maravilla sigue siendo la magia, no?

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