Página de cuento 705

Sueño con pelotas (a propósito del mundial 2018) – Parte 1

Por Carlos Alberto Nacher

…En ese momento me desperté, completamente angustiado, empapado en transpiración y en medio de fuertes latidos corazóneos.
Traté de calmarme, en aquella pesadilla había perdido a todas las pelotas…

Fui al baño, me lavé la cara y silenciosamente me acerqué a la cocina (se olía mate amargo). Allí estaba Federico, haciendo lo más tranquilo la tarea de la escuela. Creo que tenía que resolver algunas cuentas de dividir de tres cifras, además de buscar información acerca de los ecosistemas que se forman en pantanos y lagunas. Le espeté, a boca de jarrón: «¡Fede!, ¿¡Dónde está la pelota!?». «No sé, papi». Respondió sin levantar la vista de la carpeta. «Cómo no sé, cómo no sé» dije, y salí disparado al patio del fondo.
Estos pibes nunca saben dónde dejan las cosas importantes. Hay que andar todo el día buscando las cosas de las que ellos, sí, sólo ellos, son responsables. Desesperado, comprobé que en el patio no estaba la número 5.
Atravesé como una flecha la cocina, salí a la calle y me dispuse a revisar uno por uno a todos los árboles de la cuadra y alrededores. Investigué cada olmo, cada rama de cada olmo, cada raíz de cada olmo, y nada. Como loco me arrojé debajo de cada auto estacionado… y nada. No estaba. Salté el paredón del baldío de la esquina, revolví todos los yuyos, y nada. A lo lejos, sentía el rumor de quién sabe cuántos partidos de fútbol, y eso me
angustiaba aún más. Pero la pelota no aparecía. Salí del baldío, agotado,saltando de nuevo la pared de ladrillos grises, y al caer en la vereda, justo llegaba la Laura, que venía del supermercado. «¿Qué estás haciendo? ¿Se puede saber?». «Mirá, no creo que puedas ayudarme en estos momentos, esto es cosa de hombres. Lo que pasa es que tu hijo perdió la pelota ¡y no sé en qué árbol!». «Pero no, la pelota está debajo de la cama de Fede, la dejó allá hace un rato, cuando lo mandé a hacer los deberes».
La dejé a la Laura allí, con las varias bolsas de comestibles y artículos de limpieza, y corrí. Corrí sin pensar hasta la habitación de Federico. Desde la puerta me zambullí debajo de la cama… y allí estaba. Era la pelota, hermosa, hermosa y redonda, como la luna. La tomé entre mis brazos, la besé, acaricié cada uno de sus gajos y volví con ella a la cocina.
Todavía estaba allí Federico, como si nada, completando los datos de los ecosistemas en pantanos y lagunas y revisando los resultados de las divisiones.
Ahí me enojé y le dije con tono autoritario:
«Pero usted qué se cree, que a los once años va a andar haciendo todo el día los deberes, en lugar de estar practicando balompié como corresponde.
Ya mismo me guarda todos los útiles y se me va a la placita y me practica tiro libre con comba al segundo palo y patada de sobrepique con tres dedos. He dicho».
Faltaba más. Estos pibes de hoy en día, ¡esta juventud sin remedio!
Encima, debo reconocer que Federico últimamente anda medio flojo. Me está estudiando mucho, mucha matemática, mucho castellano, mucha geografía, y después no me sueña, a usté le parece señora, el nene no me sueña. Le hace caso a la madre y hace la tarea del colegio y entonces no tiene tiempo y no me practica el fulbo.
Pero ya lo voy a agarrar, ya va a ver. Qué se cree, irresponsable, abráse visto.

Por la tardecita, me fui a ver al quinielero del barrio y le jugué al 56 en la nacional a la cabeza.
Gané 700 mangos.

FIN

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