CREER O REVENTAR

A cien años de un eclipse trascendental

El 29 de mayo de 1919 tuvo lugar un eclipse total de sol que tendría una importancia trascendental en la historia de la ciencia. Cuatro años antes, en 1915, Einstein había enunciado su teoría de la relatividad general, una revolucionaria teoría de la gravitación que venía a sustituir a la de Newton. Según las ideas de Einstein, el espacio, el tiempo y la materia son tres ingredientes del universo íntimamente conectados entre sí: la gravedad puede ser interpretada como una curvatura del espacio-tiempo, en cuyo seno la luz se mueve describiendo trayectorias curvas según es desviada por la presencia de cuerpos materiales.

Primeras observaciones

Einstein había explicado así de manera cuantitativa el desplazamiento del perihelio de Mercurio. Mercurio se mueve sobre una órbita elíptica como los otros planetas, pero la elipse del planeta más cercano al Sol va rotando en el tiempo siguiendo un patrón que no podía ser explicado en el marco de la teoría de Newton, algo que resultaba embarazoso para la física clásica. Einstein calculó con su teoría el efecto del Sol sobre la órbita del pequeño planeta y encontró un acuerdo perfecto con las observaciones. Pero esto no era suficiente para convencer a la comunidad científica de la validez de la relatividad general. Muchos físicos, sin comprender a fondo la nueva teoría, pensaban que Einstein había forzado la maquinaria para explicar un efecto conocido.

Buscando respuestas

La explicación de la trayectoria de Mercurio no era una predicción propiamente dicha. ¿Podía la relatividad general hacer una predicción que pudiese ser comprobada experimentalmente?
Por supuesto, la relatividad realizaba muchas y sorprendentes predicciones. Por ejemplo, la curvatura de la trayectoria de la luz en las proximidades de un cuerpo material. Cuanto más masivo el cuerpo, más curva debía ser la trayectoria de la luz. Pero ¿cómo comprobar esta predicción?

Curvatura del espacio

Sir Arthur Eddington, por entonces director del Observatorio de Cambridge, era un físico genial que abordaba temas muy variados. Entre muchos logros, había explicado que la energía de las estrellas procedía de la fusión nuclear. En 1915, en plena guerra mundial, estaba intentando estudiar la corona solar aprovechando algún eclipse. A pesar de las dificultades de comunicación que imponía la guerra, Eddington había tenido conocimiento de la teoría de Einstein a través de su correspondencia con el astrónomo holandés Willem de Sitter y empezó a considerar la posibilidad de utilizar un eclipse solar para realizar el test de la teoría.

Estrellas brillantes

Eddington convenció al entonces Astrónomo Real de Inglaterra, Sir Frank Watson Dyson, del interés de estas medidas y en 1917 se propusieron, si la guerra lo permitía, observar el eclipse que tendría lugar el 29 de mayo de 1919.
Durante un eclipse de sol es posible observar estrellas brillantes en el entorno del astro rey, pues el cielo queda oscurecido. Si el Sol es capaz de desviar la trayectoria de los rayos de luz, algunas de estas estrellas brillantes deberían verse en posiciones aparentes diferentes respecto de sus posiciones habituales.

Dos expediciones audaces

Cuando Alemania aceptó el armisticio, el 11 de noviembre de 1918, Eddingon y Dyson se apresuraron a preparar las expediciones para observar el eclipse de 1919. Había que formar los equipos, acopiar la instrumentación necesaria y decidir los destinos. La franja de totalidad del eclipse pasaba por Sudamérica, el Atlántico y África central. Como siempre, tomar la decisión sobre dónde situarse para observar un eclipse es un asunto delicado, hay que apostar por el emplazamiento con menos probabilidades de tener su cielo nublado. Dyson coordinó los preparativos para que Andrew Crommelin y Charles Davison se encaminasen hacia Sobral en Brasil, mientras que Eddington se encaminó hacia la Isla del Príncipe, en el golfo de Guinea.

Fuente: El Mundo

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