UNA COLUMNA DE MIÉRCOLES

Estamos como queremos, hasta que no estamos

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

El domingo nos volvimos locos, de repente nos despertamos en la más completa oscuridad del invierno y nos dimos cuenta de que la perilla del velador no nos daba bola y se nos vino el mundo abajo. Tan electrodependientes nosotros. Y no lo digo con tono sobrador de tipo superado, no, no, no, no, todo lo contrario, como un sufrido capitalista más, usuario de las centrales eléctricas imperantes.
Por suerte fueron unas horas, que quién te dice, en cualquier momento nos podrían dejar, ponele, un día, dos, una semana así. Aunque sabemos, somos tipos de costumbres, al final nos amoldamos a cualquier cosa, ¿no? Como la vez pasada que estuvimos sin agua como un mes, ¿acaso no aprendimos a hacer canillas lavamanos con botellas de dos litros y medio de plástico?
Lo peor de todo es que ellos lo saben, y juegan con eso. Con eso y con todas las cartas marcadas de un mazo que imprimieron en su casa.
Pero, nada, que no venía acá yo a hacerle la cabeza para levantar la revolución tan esperada como dilatada, no, lo que venía yo a contarles es que, justamente, toda esa dependencia, a veces, muchas, más que darnos grandes satisfacciones y solaz, termina rompiéndonos los cocos de una manera desesperante.
Y por más que la solucionemos, digo, a esa situación que nos desespera, atrás, viene otra que nos desespera más, casi, casi, como los niveles del infierno del Dante.
Tomemos el caso de este humilde servidor. Hace años decidimos prescindir de la televisión, primero, como todo el mundo, de la de aire. Pero eso más que una decisión fue una mera circunstancia, de hecho, realmente no recuerdo cuándo desaparecieron los canales de aire, ¿alguien sí? Pero, en algún momento, también decidimos cortar el cable, a la mierda todo. Pero tampoco es que nos pusimos de repente psicobolches y dedicamos nuestras horas a cultivar el espíritu con la sana lectura. Netflix vino a nosotros como el Santo Grial, y de él bebimos, y en él nos ahogamos. ¡Qué grande Netflix!
Y nuestro televisor, al que teníamos un tanto olvidado, volvió a reunir a la familia al descubrir que efectivamente era tan maravillosamente smart tv. Y pasaron los años, y el tan maravillosamente smart tv comenzó a envejecer, drásticamente, con esa velocidad de la obsolescencia programada que tienen todas nuestras cosas, salvo el pullover tejido por la abuela.
Y de repente, ver cualquier cosa comenzó a ser un suplicio, pasábamos más tiempo reiniciando todo, desde la wifi hasta la cafetera, que viendo el último capítulo de GOT.
Y vuelta a desesperar, odio a todo el mundo.
Hasta que apareció un nuevo salvador en nuestras vidas, chiquito, negrito y redondo, el Chromecast. Para quien no lo conoce, es un aparatito, no muy barato, pero tampoco excesivamente caro, pero mucho mucho más barato que un televisor nuevo, que conectado al viejo hace de puente entre la internete y la pantalla, ¡voilá! Se acabaron los cortes y los cuelgues, de nuevo nuestro televisor volvió a una juventud rozagante. Y nos volvimos a reunir, familia unita, a disfrutar de la saga de Star Trek.
Hasta que se me ocurrió que si podía ver series, ¿por qué no escuchar música? Si al final de cuentas el cosito ese era un puente, no sólo podían transitarlo imágenes. Y entonces, desde el celular, con mi aplicación de música, elegí un set de piano de Bill Evans y lo mandé. Y empezó a sonar. Y fui feliz. Y me senté a escribir esta columna. Un rato.
Hasta que se colgó, porque quiso, y se empacó, no apareció más el maldito dispositivo. Volver a reiniciar. Tampoco. Apagar el celular. Prenderlo de nuevo, abrir la aplicación, buscar la lista de reproducción, mandarlo a reproducir al televisor. Todo mirando con ojitos chinos la pantalla del celular porque no encontré los malditos anteojos. Y cuando todo empezó a andar de nuevo ya ni ganas tenía de seguir escribiendo.
Odio a todo el mundo, al sistema, a la electricidad, a nuestra electrodependencia y todos los inventores desde Edison a esta parte.
La seguimos la semana que viene, Chromecast mediante.

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